Su nombre significa algo así como aire fresco, más bien -puntualiza- esa sensación de limpieza y de bienestar que se experimenta al abrir una ventana y que se refresque una estancia, «o que huela a flores», afirma Nasim Akrami, uno de los poquísimos afganos que viven en Burgos y que se anima a hablar sobre lo que ocurrió ahora hace cuatro años en su país, un lugar que no ha tenido un respiro en décadas y que está sumida en la pobreza más terrible y en un apartheid hacia las mujeres prácticamente inédito en el mundo. Con apenas 15 años -ahora tiene 38- se marchó de Afganistán para labrarse un porvenir que no tenía claro poder conseguir en su ciudad natal, Ghazni, en el centro del país y a apenas dos horas de Kabul, la capital. De allí pasó a Irán y ya mayor de edad llegó a Europa, primero a Italia; más tarde a Francia y finalmente, a España y, en concreto, a Burgos, donde la asociación Accem le proporcionó una ayuda que él sigue agradeciendo profundamente. Porque las cosas le han ido muy bien.

Desde el principio trabajó en hostelería por cuenta ajena y en puestos de responsabilidad y el pasado 1 de febrero de este año se animó a abrir su propio negocio, de curioso nombre ‘Al éxito’, en la calle Vicente Aleixandre. «Le puse así porque es una forma de llamar a la suerte, de que las cosas vayan bien, de ir hacia el éxito, de que me dé las fuerzas para salir adelante», comenta. Y así ha sido. Se trata de una cafetería muy acogedora frecuentada por la gente del barrio, a mucha de la cual Nasim llama por su nombre. 

Allí ya no queda nadie capaz de enfrentarse a los talibanes, toda la gente más formada se ha ido del país»

Entre café y café dedica unos minutos a recordar el asalto al poder de los talibanes el 15 de agosto de 2021 y cómo la comunidad internacional huyó dejando a su país en la más completa soledad, sobre todo a las mujeres, que viven un auténtico régimen de terror en el que no pueden trabajar ni estudiar ni ser vistas por un médico varón ni reír en público ni conducir y están obligadas a salir a la calle bajo el burka, una pesada vestimenta que las cubre por completo y que apenas tiene una rejilla para que puedan respirar, cuando no son casadas a la fuerza siendo niñas. 

«Me avergüenzo profundamente de lo que están sufriendo las mujeres de mi país, es muy triste y me da pena que Occidente se haya olvidado de Afganistán. Nos dijeron que iban a traer más derechos y veinte años después todo eso desapareció de la noche a la mañana, es terrible la falta de derechos humanos que se sufre», afirma Nasim, que tiene familia, concretamente unos tíos, que se ha marchado de allí precisamente para darle un futuro a sus hijas: «Mira, cuando hablo de esto se me pone la piel de gallina de rabia e impotencia, no hay derecho a que ocurra esto».

Tengo familia que ha huido para que sus hijas puedan estudiar. No hay derecho a esto»

También le duele que después de tantos años de conflictos su país se haya descapitalizado de talento y esté sumido en una terrible pobreza: «Ahora allí ya no queda nadie capaz de enfrentarse a los talibanes porque toda la gente formada se ha ido del país y los talibanes son gente sin estudios ni conocimientos que reciben órdenes de radicales muy violentos que no respetan los derechos humanos».

Así las cosas, no tiene claro si volverá a su país, de momento. La última vez que estuvo fue a principios de 2020 justo antes de la pandemia, en la que perdió a su madre «pero no sabemos si por la covid o porque con las fronteras cerradas no podía salir a Irán para recibir el tratamiento del cáncer que padecía», lamenta. Volvió a España poco antes de que el mundo se blindara ante la pandemia y aquí sigue, «muy feliz» porque en Burgos ha encontrado su lugar en el mundo.

Los talibanes no tienen estudios ni conocimientos, reciben órdenes de radicales muy violentos que no respetan los derechos humanos»

La misma entidad que le ayudó en sus primeros pasos, Accem, se ocupó desde el principio de la crisis de los talibanes de acoger a refugiados afganos. Desde aquel agosto de 2021 ha atendido a 1.674 personas procedentes de aquel país y en la actualidad acompaña a 73 (36 hombres y 37 mujeres), la mayoría en la fase de autonomía del programa de protección internacional, en vías de lograr una vida independiente. La intervención abarca desde la cobertura de necesidades básicas hasta el apoyo psicosocial, jurídico y formativo, incluyendo el aprendizaje del idioma, la formación para el empleo y la orientación profesional.