Bajo el título del primero de los cuentos del libro, Lara Moreno (Sevilla, 1978) agrupa quince piezas en Ningún amor está vivo en el recuerdo.

Ningún amor está vivo en el recuerdo

Lara Moreno

Lumen, 2025. 192 páginas. 18,90 €

Ella misma explica en una nota final que ya había publicado ocho y que los rescata porque todavía siguen “hablándome” y mantienen un diálogo con los recientes inéditos.

La aclaración resulta ilustrativa por señalar el rasgo esencial de la obra, una atmósfera compartida por todos, por encima de una diversidad de anécdotas que permitiría verla como una gavilla dispersa y fortuita de narraciones breves.

La variedad marca, en efecto, los argumentos de los cuentos. Se ve en esta selección. En la primera narración, el reencuentro fortuito de dos amantes tras siete años de incomunicación desemboca en fracaso.

Joan Didion. Foto: Brigitte Lacombe

El hecho da lugar a una amarga reflexión existencial: “A partir de la desaparición del amor el tiempo es una confusión, una nostalgia, puramente una máquina de matar, la contabilidad de una supervivencia”.

La mirada dominante del exmarido sobre su mujer, angustiada por su incompetencia tecnológica, centra “Como si la estuviera viendo”.

La victoria electoral de Trump y la fecha inaugural de una nueva era –el cercano 20 de enero, proclamado “Día de la Liberación”– irrumpen en la vida ordinaria de una pareja. Ocurre en “Los lugares de donde vinieron”.

“Nunca se acaba la noche” refiere “el viaje a la claudicación” de una joven que anhela un trabajo y se ve enredada por gentes del cine en un encargo como guionista que se salda con pasajes de fantaterror en Melilla.

Este repertorio de relatos resulta una lectura agradable, pero no complaciente

Los pintorescos vecinos anarco-drogotas y antisistema del irónico y divertido “Oro negro” desequilibran a una joven pareja de enamorados que creen hallar la felicidad al mudarse a un piso barato.

Con intención de evitar monotonía al conjunto, un fuerte culturalismo releva al registro de lo común en “Historia de amor preferida”, donde hila tres peripecias duras y sórdidas, una de las cuales evoca las endiabladas relaciones entre un matrimonio de famosos escritores, Jane y Paul Bowles.

En fin, por no prolongar el muestrario, en “Un nuevo día” se presenta un horrible amanecer para una pareja desquiciada cuya peripecia se sitúa en un pueblo agonizante, eco simbólico de la vida rural amenazada que ya tentó a la autora antes.

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Todos los cuentos del libro muestran un alto nivel, y no se halla en él otra concesión a la falta de calidad que una pieza insustancial, “Salvarse o resistir”, estampa inane de la decisión, ya anunciada en un título didáctico, que un matrimonio ha de tomar ante la amenaza de un devastador incendio.

La dispersión de los argumentos no es, sin embargo, absoluta. Todos están acunados por un semejante tono donde sobresalen en los personajes notas de soledad, desvalimiento, sinsentido, menesterosidad económica, desequilibrios mentales, necesidad no conseguida de diálogo, situaciones anímicas de angustia o fracaso.

En buena medida, copan el libro seres hiperestésicos. También existe un llamativo nexo entre los cuentos por lo reiterada presencia de la pareja de hecho o institucionalizada y sus modalidades (homo o heterosexual).

Acerca de la pareja se despliega un abanico de opciones que apuntan a un testimonio de actualidad con sus variantes: ilusión, ruptura, diferente dedicación al hogar, rescoldos dolorosos de la pasión o relación con los hijos.

Bob Woodward. Foto: Jay Godwin

El tono peculiar que acabo de indicar reside más todavía que en las coincidencias anecdóticas en el ambiente que las envuelve.

Consiste en una indeterminación deliberada de los sucesos. Hay en ello una herencia con signo bien personal del fondo oscuro que late en relatos de Raymond Carver, en particular en situaciones cotidianas y, en especial, domésticas.

Lara Moreno sugiere el conflicto sin agotarlo, apunta el drama sin desarrollarlo. Incluso algunas historias las deja huérfanas de intencionada resolución.

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Este es un encanto de sus cuentos, pero implica también un riesgo que no siempre se evita, el de encarrilar la anécdota hacia dimensiones en exceso abstractas, algo de lo que adolecen varias piezas: “Pipa de melón”, “Los vigilantes” o “Los juegos de poder de Margaret Atwood”.

Esta tendencia a no concretar la historia y a darle un barniz de imprecisión produce carencia de encarnadura humana.

Los cuentos de Lara Moreno están marcados por un intimismo muy fuerte. Las historias suceden en ámbitos privados y señalan conflictos personales (como mucho, familiares) de sus protagonistas. También en esto ofrece una escritura escurridiza que va más lejos de su apariencia exterior.

No se puede ignorar que, en otras ocasiones, por ejemplo en la novela La ciudad, Moreno ha bordeado la literatura social.

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Ni aquí, ni tampoco en los cuentos, se atiene a desacreditados moldes políticos, pero en los relatos no puede soslayarse un fondo crítico que da testimonio de rasgos contemporáneos de una cotidianeidad insatisfactoria, intimidante; sin caer en el alegato explícito, evidencia lo que leemos en un cuento, “la desgracia mundial de lo cotidiano”.

El tono singular de los cuentos de Lara Moreno se consigue por medio de una atenta dedicación estilística. No es escritora de vanguardia, pero vigila que su prosa, en general sencilla y directa, se inscriba en una escritura de rasgos actuales.

Lo de menos es que participe de una tonta moda reciente, la guerra contra los signos de puntuación; lo notable es que adapta la expresión a las exigencias de cada relato. Así, utiliza la prosa encabalgada y sin puntuación.

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O, en la estructura, recurre a la cortazariana yuxtaposición de dos acciones simultáneas al confrontar al visionario Trump con lo doméstico. En aras de tal cuidado de la expresión hay que disculparle la caída más de una vez en la frase solemne y sin sentido: “planifiqué los socorros que podían avenirse durante mi ausencia”.

En esencia, Lara Moreno ofrece en esta quincena de cuentos un realismo consuetudinario un tanto de denuncia que insinúa más que explicita, al cual añade pinceladas visionarias y adereza con sugestivas paradojas.

Con este abanico de cuentos menos autónomos de lo que parece, echa un amplio vistazo a la precariedad espiritual y material de lo humano.

El repertorio de pequeños relatos resulta una lectura agradable, pero no complaciente porque trasmite la difusa sensación de que algo inquietante se agazapa en la vida corriente.