31/08/2025
Actualizado a las 23:02h.
A Carlos Alcaraz le gusta la noche neoyorquina. Al menos, en lo que se refiere al tenis. El otro día, cuando le tocó jugar por la mañana, a las 11, en tercera ronda, un horario impropio para alguien de su estatura en el torneo, … ya dejó claro que no es su preferencia. «Es algo raro para mí», dijo. Hay que cambiar de hábitos. Acostarse pronto, madrugar, comerse el atasco pertinaz. Este domingo, en su partido de octavos frente a Arthur Rinderknech, arrancó un poco después, a la una y media de la tarde, una hora a la que la parroquia ya acumula ‘honey deuces’ el cocktail más popular en el US Open. Alcaraz comenzó con su tenis amodorrado, pero despertó lo suficiente como para doblegar sin gran dificultad a Rinderknech (7-6 (3), 6-3, 6-4). Ya está en cuartos, sin haber perdido un solo set en el torneo y con la raqueta un poco más afilada.
Hay una palabra que el murciano ha repetido mucho en lo que va de torneo: ritmo. Es un elemento necesario para crecer en el torneo. No se lo dio el gigantón Reilly Opelka en primera ronda. Tampoco los italianos Mattia Bellucci y Luciano Darderi en los dos siguientes compromisos, que no fueron rivales. Alcaraz se presentó en la solana de mediodía con el brazo frío y fallón. Encadenó tres errores de derecha para regalar el primer juego al francés.
La derecha dominadora, angulosa, potente en la que Alcaraz tiene una de sus armas solo está apareciendo a cuentagotas. El español lo sabe y lo ha reconocido entre esos aspectos que necesita mejorar. No la encontró en el primer set. Tampoco su saque, que se ha convertido en un bastión de su juego, con un porcentaje de primeros servicios por debajo del 50%.
Pero enfrente solo tenía a Rinderknech, número 82 del mundo. Y el francés solo tenía su saque, subido a sus 196 centímetros de altura. El rival estiró el primer set con su saque y con el brazo encogido de Alcaraz. Cuando este último se destensó, el partido fue cuesta abajo. En el final se vieron destellos de esa tenis multidimensional, imparable que debe alcanzar para medirse con raquetas de peso, ahora que las cosas se pondrán serias. Entre otros, un ‘passing shot’ cruzado, en carrera, imposible, que electrificó al público. Y antes un golpe por la espalda que levantó un ‘oh’ en las gradas, en el mayor estadio del mundo del tenis. Fue una rabona futbolera, una chicuelina torera, que devolvió la memoria a un golpe similar contra Jannik Sinner en 2022, en ese partido de cuartos de final legendario, el germen de la rivalidad que domina al tenis actual. Y que todo el mundo desea en la final, cada vez más cerca.
«A veces los practico, no te voy a engañar», le dijo desde la pista a la extenista Mary Joe Fernández, con la victoria ya anotada, sobre esos golpes «Si tengo la oportunidad, ¿por qué no? A la gente le gusta y a mí también».
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