Canarias7
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 31 de agosto 2025, 13:12
| Actualizado 20:28h.
En la madrugada de este domingo, José Ignacio Fernández Rodríguez nos ha dejado. Y con él se va no solo un compañero, sino una parte entrañable y valiosa del alma de la administración de justicia en Las Palmas de Gran Canaria. Su fallecimiento nos sume en una tristeza honda y colectiva, compartida por quienes trabajamos a su lado y por quienes, sin saber su nombre, fueron beneficiarios de su entrega generosa, callada y constante.
José Ignacio fue un servidor público en el más pleno y noble sentido de la palabra. Durante años ejerció como tramitador procesal en el Juzgado de Instrucción nº 3 y en el Juzgado de Violencia contra la Infancia, dos destinos donde no caben la indiferencia ni el desánimo. Y allí, día tras día, dejó lo mejor de sí. Lo hizo desde una vocación sin fisuras, con una disposición que no conocía límites de horario ni desgaste emocional, con una entereza admirable que era, al mismo tiempo, profesionalismo y compasión.
Conocido por todos por su carácter afable, paciencia y su actitud siempre cercana, José Ignacio era un libro abierto de la justicia en nuestro partido judicial. Su conocimiento profundo de los procedimientos no se limitaba a la técnica: comprendía, mejor que nadie, lo que significaba acompañar a las personas en los momentos más difíciles de sus vidas. Porque él entendía que detrás de cada expediente había dolor, incertidumbre, miedo o esperanza, y supo siempre poner en juego algo más que su función: su humanidad.
Con particular sensibilidad atendía a los familiares de las víctimas infantiles, en especial en el delicado ámbito del juzgado de violencia. Su forma de escuchar, su mirada empática, su voz tranquila y su capacidad de consolar sin condescender, de comunicar sin herir, lo convirtieron en un referente silencioso, en un sostén para quienes acudían rotos a una institución que, gracias a él, se mostraba un poco más humana.
Pero José Ignacio no solo fue un gran profesional. Fue también un compañero irrepetible. Divertido, jovial, paciente, siempre dispuesto a una conversación inteligente o a una carcajada oportuna, era capaz de transformar cualquier jornada dura en una experiencia más llevadera. Sus anécdotas —infatigables y siempre llenas de chispa— eran parte del folklore cotidiano de los pasillos del juzgado. Con él, cada mañana comenzaba con un saludo genuino, cada tarde terminaba con un gesto de aliento o una broma amable. Porque cada tensión de cualquier jornada, recomenzaba con esa capacidad de perdonar, majo y limpio y continuamos.
Su forma de estar en el mundo nos enseñó que se puede servir con rigor sin perder la sonrisa. Que se puede ser eficiente sin dejar de ser cercano. Que el compromiso con la justicia no está reñido con el compromiso con las personas. Y que un juzgado también puede ser un lugar donde florece la dignidad del servicio público, cuando se trabaja como él lo hacía: desde el corazón.
Hoy no solo lo lloramos nosotros, sus compañeras y compañeros, quienes compartimos con él cafés, turnos, urgencias y confidencias. Lo lloran también quienes pasaron por su ventanilla, por su mesa, por su atención, sin saber quizás su nombre, pero sintiendo que habían sido tratados con respeto, con consideración y con amabilidad. Una fila invisible —pero interminable— de personas que recibieron de él un gesto de ayuda, una explicación clara, una respuesta tranquilizadora.
A esa administración de justicia que él tanto sirvió y dignificó, le queda hoy una deuda de gratitud infinita. Porque personas como José Ignacio no abundan. Porque su pérdida no solo es personal, sino institucional. Y porque su legado es inmenso, aunque no ocupe titulares ni estadísticas.
Nos queda el consuelo de haberlo conocido. De haber compartido con él tiempo y vida. Y de saber que su ejemplo permanece, indeleble, en la memoria de todos los que lo quisimos, lo admiramos y lo respetamos.
Alejandro y Eva, lo saben, tus hijos que portabas por bandera, en estos momentos de dolor, verán en el futuro este infinito legado.
Descansa en paz, querido José Ignacio. Te nos vas demasiado pronto, pero nos dejas mucho. Gracias por tu trabajo, por tu risa, por tu bondad. Gracias por tanto.
Reporta un error