Es uno de los nombres indispensables de la comunicación de nuestro país, con una carrera repleta de éxitos tanto en las ondas como en la televisión. Tras ocho años de silencio, Isabel Gemio regresa a la radio con un programa de madrugada, de esos que invitan a las confesiones, un terreno donde la extremeña se mueve como pez en el agua.
Desde el 1 de septiembre, de lunes a jueves, se pone ante el micrófono para liderar El último tren, a partir de las 23:30 horas, acompañada de una terna de colaboradores como la cómica Valeria Ros, el escritor Manuel Vilas, el periodista Pepe Navarro y Andrea Quintero, hija de Jesús Quintero, entre otros.
Nos encontramos con la periodista en Radio Nacional de España, la misma casa donde empezó y en la que ahora habita nuevamente, y su sonrisa ilusionada habla por sí sola. Coqueta, se coloca el pelo para las fotos y posa como si nunca hubiera dejado el foco mediático. Señoras y señores, Isabel Gemio está de vuelta, aunque nunca se fue del todo.
Isabel Gemio está en antena de lunes a jueves cada semana.
Cristina Villarino
En este lapso de tiempo ha seguido con su importante labor como presidenta de la Fundación Isabel Gemio, destinada a la investigación de patologías neuromusculares, distrofias musculares y otras enfermedades raras como la que padece su hijo mayor, Gustavo. Se emociona hasta las lágrimas al hablar de él y de Diego, el pequeño de la familia, y nos muestra su lado más íntimo y humano detrás de la estrella mediática.
Isabel, una vuelta muy esperada, ¿por qué ahora?
Porque la radio es mi vida. Nunca había tenido una oferta que me permitiera hacer lo que más me gusta, que es esto. Y en este momento, vuelvo también por muchas circunstancias. Mentalmente, necesitaba trabajar y estar ocupada. Se ha dado y aquí estoy, encantada y feliz.
A veces el destino te pone delante las cosas cuando más las necesitas, ¿verdad?
Pues sí. Desde hace ya bastantes años, por las circunstancias de mi hijo, de mi familia, el trabajo ha sido terapéutico para mí. Cuando pasas por momentos difíciles, echas de menos tener la mente ocupada, así que me ha venido muy bien. Me lo propusieron y no lo dudé ni un segundo.
Hablemos de El último tren, un título evocador. ¿Define lo que es para ti este programa?
Nunca se sabe cuál va a ser nuestro último tren, tanto profesional como vital o existencial. Lo que pasa es que no queremos pensarlo, pero sabemos, sobre todo cuando llegas a una cierta edad, que todo te puede variar en un segundo, que la línea que separa el estar bien o mal, de tener salud a no tenerla, cambia de repente.
Y como eso yo lo sé, le puse ese título al programa. También porque es el último tren del día, empezamos a las once y media. Y porque yo no sé si este va a ser mi último tren profesional. Pero tanto si lo es como si no, lo voy a vivir intensamente. Lo voy a disfrutar muchísimo y voy a tratar de hacer el mejor programa que sea capaz con el equipo.
La radio hay que hacerla feliz para comunicar y llegar a la gente, al oyente, a cada persona.
¿En qué consiste el programa?
Cada día va a ser diferente, porque además yo nunca hago un espacio parecido a otro. Hablaremos de cine con José Madrid; de música con Pepe Navarro, que va a sorprender muchísimo, y con el director de orquesta Íñigo Huérfano; de ciencia con el divulgador Ricardo Moure… De muchas cosas, porque todo es más profundo de noche.
¿Es diferente el público de la madrugada?
No lo sé, porque al final son personas. Lo que pasa de madrugada es que la gente está más relajada y que no hay tanto ruido mediático ni ambiental. Entonces hay más concentración, más calma para escuchar las propuestas que les hagamos.
En el mundo de la noche hay un amplio espectro de público: hay personas que viajan y se ponen la radio en el coche para distraerse, otras que trabajan y otras que están solas y necesitan a alguien que las llame de tú y las acompañe.
La noche es un horario que me ha ido muy bien siempre, espero que ahora también, aunque los tiempos han cambiado. Radio Nacional tiene algo maravilloso y es que llega con claridad a cualquier punto de España, a cualquier pueblecito o montaña, y yo voy a tener en cuenta a esa España vaciada y la voy a escuchar.
Hablas de ruido, ¿necesitamos urgentemente algo de cordura en los medios?
Yo creo que todos podemos poner nuestro granito de arena para que tengamos una mejor convivencia y nos entendamos mejor. Tenemos más cosas en común de lo que parece y de lo que algunos intentan decirnos. Empecemos por cada uno de nosotros para ver qué hacemos y cómo, con respeto, valores y educación.
Durante estos ocho años que has estado alejada del foco y te has centrado en la labor de la fundación, ¿qué avances habéis conseguido y cuál es el balance personal que haces?
Ya llevamos 17 años con ella. Atravesamos la crisis de 2008, cuando nacimos, y luego sufrimos mucho la pandemia del COVID-19, que fue terrible para fundaciones como la nuestra. Nos hemos empezado a recomponer no hace demasiado.
Recientemente, hemos podido abrir una convocatoria pública para financiar proyectos de investigación en enfermedades raras y estamos muy orgullosos. Era un sueño. Llegaron más de 100 y ahora se están evaluando.
Claro que ha habido progresos, pero se necesitan más apoyos. En cuanto a la cuestión institucional, estamos por debajo de la media europea respecto a inversión en ciencia en general, así que no te quiero contar en patologías minoritarias. Por eso son necesarias fundaciones como la nuestra, que con capital privado ponen su granito de arena.
También supone un apoyo emocional para las familias.
Por supuesto, y así me lo hacen saber. Pero a veces me siento impotente porque el tiempo pasa y no se avanza todo lo que debiera. Muchas enfermedades son degenerativas y hay niños que mueren antes de los cinco años. El aspecto psicológico es devastador para las familias, es muy duro.
Ahora hay más visibilidad que hace dos décadas cuando nació tu hijo Gustavo. ¿Cómo has vivido esa evolución?
Te puedo contestar con lo que me dice mucha gente, que hace años se sentían como en un desierto de desconocimiento y de pronto sabían de su caso y pensaban «pues le puede pasar a cualquiera». Al principio, recuerdo que una abuela me dijo que su nieto tenía la misma patología de Gustavo y que les daba como vergüenza decirlo. Creo que hoy eso ya no pasa, ya no están tan estigmatizados.
Ahí las asociaciones y federaciones como FEDER han hecho un trabajo increíble. Las madres y las familias se dan cuenta de que es muy importante contarlo públicamente y no sentirse culpables. Nadie lo es de tener un familiar en esta situación. Pero todavía hay mucho por hacer…
Los que tenemos hijos con enfermedades neurodegenerativas, como es el caso de la distrofia muscular de Duchenne, esperamos que se vean favorecidos por ella, porque de otro modo vamos a protestar mucho.
¿Hay mucha desigualdad dependiendo de los recursos económicos?
Sí, y además según en qué comunidad haya nacido el paciente, tiene más o menos derechos, y eso es terrible. No puede ser que una familia con pocos recursos no se pueda permitir un cuidador o dos o tres, como tengo yo. Es inaudito que todo el trabajo, el acompañamiento y lo que necesita ese enfermo recaiga en la familia.
Todo lo que tiene que ver con la discapacidad es carísimo. Ahora, por ejemplo, le hemos cambiado la silla a Gustavo y cuesta 22.000 euros. Una locura.
Echando la vista atrás, ¿cómo afrontaste la enfermedad de Gustavo?
Pasas por muchas etapas. Al principio se te cae el mundo encima y no sabes cómo llevarlo y tardas muchísimos años en reaccionar, en aceptarlo. Yo creo que sigo sin asimilarlo… Es un duelo que dura toda la vida. Mi hijo tiene 28 años, es lo que te puedo decir a eso. Hemos tenido momentos muy difíciles, pero aquí estamos.
Y el pequeño, Diego, siempre a tu lado y al de su hermano… ¿Qué supone para ti?
Es un pilar importante, claro. Somos una familia que nos apoyamos, sobre todo hay mucho amor, mucho cariño y cada uno tiene su papel. Y el de hermano de un enfermo no es nada fácil.
Todo el mundo se tiene que adaptar. Se trata de un aprendizaje, una lección impresionante que te enseña a vivir de otra manera, a interiorizar muchas cosas para dar lo mejor a tu familia. Al final todos queremos tener la vida más normal posible: viajar y salir y entrar.
La periodista extremeña vuelve a la radio en la que comenzó su carrera.
Cristina Villarino
Volviendo a tu profesión. Regresas a la radio, pero ¿volverías a la televisión?
Depende. Yo el foco ya no lo necesito, mi vanidad está cubierta y mi ego lo tengo bastante controlado. Para eso hago meditación y me metí en el mundo espiritual hace muchísimos años con el fin de aceptar todo esto. No quiero estar por estar, sino ir donde yo pueda aportar, en un formato en el que me sienta cómoda.
Ahora estoy feliz en la radio y si este es mi último programa, encantada de jubilarme aquí.
Durante años estuviste muy expuesta mediáticamente, ¿es un respiro estar fuera de todo aquello?
¡No te lo puedes imaginar! Por eso no echo de menos la primera línea. Se paga muy caro el precio en este país. Y no depende de ti, así que te dedicas a trabajar y a vivir tu vida. Lo importante es lo que yo recibo de la gente, todo el cariño, que es maravilloso.
¿Han cambiado las cosas para las mujeres en el mundo de la comunicación? ¿Estamos superando barreras?
Desgraciadamente no, hay más edadismo que nunca. No hay mujeres mayores en la televisión, tampoco con canas… pero hombres sí. Eso quiere decir algo, la sociedad todavía rechaza a la mujer madura. En muchos aspectos, a las mujeres nos sigue costando mucho más todo.
En la radio, hasta no hace demasiado tiempo, las profesionales nunca habían hecho las mañanas, un horario tan importante. Ahora está Àngels Barceló. A lo mejor es que se nos dan peor los despachos, porque hay que pisar mucha moqueta. Quizá yo tampoco he sabido moverme ahí. Me he dedicado a trabajar, nada más.
Y hablando del paso del tiempo, ¿cómo lo llevas tú?, ¿te pesa?
Tengo muchas contradicciones con esto, va a días. Todavía no me veo ni mayor ni joven, es una cosa rara. En contra de lo que decía Nora Ephron (autora del libro No me gusta mi cuello: y otras reflexiones sobre el hecho de ser mujer), a mí todavía me gusta mi cuello…
Mi mente sigue siendo muy joven y mi cuerpo todavía no ha cambiado como para decir «qué horror». Tengo buena genética gracias a mi madre y mi padre. No tengo arrugas, físicamente me encuentro fuerte, con mucha energía, tengo salud en todos los sentidos…
Pero sí que me pregunto cómo es eso de envejecer con dignidad. Supongo que tiene que ver mucho con la coherencia, con aceptar el paso del tiempo y llegar a esas edades bien a todos los niveles. Hay que cuidarse y parece que nos hemos encargado de abrir muchos gimnasios, pero no tanto de la gestión de las emociones, que es lo verdaderamente importante.
¿Qué balance haces de tu carrera?
Si miro hacia atrás, lo hago con mucha gratitud porque una chica de pueblo como yo no contaba con poder desarrollar esta carrera. Yo quería hacer filosofía o psicología, tener mi consulta y ya está. Nunca he sido una persona ambiciosa y nunca quise la fama.
Solamente puedo dar gracias por todo lo que he vivido, por toda la gente que he conocido y por el cariño que recibo allá donde voy. Creo que hoy soy mejor profesionalmente que hace 15 años y todos los programas me han enseñado muchísimo.
¿Y el momento más oscuro?
Cuando me despidieron de la radio y me quedé sin trabajo a los 56 años. Fue un shock. Yo estaba preparada y mentalizada para que la fama y el interés por mí decayera con la llegada de nuevas caras, pero esa situación me llegó en pleno éxito. Me ha costado muchísimo superarlo, pero me quedo con lo vivido.
He aprovechado la vida al máximo. En estos ocho años he hecho un documental, he escrito un libro, he hecho entrevistas en mis redes, en mi canal de YouTube… Aprendí a vivir de otra manera, porque yo desde los 16 años no había parado de trabajar y, de repente, no tenía dónde ir cada mañana. Tuve que hacer un esfuerzo mental muy importante y lo conseguí.
¿Piensas en el futuro?
No, la vida ya me ha sorprendido tanto que no merece la pena pensar demasiado en ello. Eso te crea mucha angustia e incertidumbre y por eso hay tanto sufrimiento. He aprendido a disfrutar del momento, a no planear más allá de un mes.