Dijo de él Álvaro Cunqueiro (está por averiguar si con ironía o no, puesto que algunas fotos le salían movidas) que era el único de sus fotoperiodistas «capaz de retratar el viento, fuera cual fuese su ritmo». Por su parte, el periodista lucense Daniel Hortas, en su libro «Con el viejo Bene en la isla», se hizo eco de quienes lo definieron como «coleccionador de sueños». Y José Díaz Jácome, que a principios de los años 50 del siglo pasado desempeñaba el cargo de redactor jefe de FARO DE VIGO, habló de él en estos términos: «Era un homiño todo corazón; cunha xenerosidade extraordinaria, e dono dunha vocación xornalística capaz do meirande sacrificio. Ao velo, día e noite, dándolle á vella máquina de escribir, cheguei a pensar que o utensilio mecánico formase parte da propia estructura humán». Hoy tratamos de Benedicto Conde González, quien firmaba sus fotos y sus textos como Bene, y que ha pasado a la historia como uno de los mejores fotógrafos de la prensa gallega del siglo XX, pero que también escribía, y mucho, y bien. Lean sino este extracto de uno de los artículos que dedicó a Juanito Santos, el bohemio, que Torrente Ballester recreó como Paquito, el Relojero, en su trilogía «Los gozos y las sombras»: «Todos cuantos conocemos y apreciamos a Juan Santos sabemos que no es un mendigo, sino un roble generoso, azotado por los vientos y las maruxías del Morrazo druídico, que, por los misterios del hado, se ha convertido en ser humano (…)».
Y a fe que, al margen de su calidad profesional y humana, Bene fue una de esas personas o, por qué no decirlo, personajes, que nunca se olvidan. Sus biografías más oficiales, escasas y muy breves, cuentan que, a lo largo de su vida, Benedicto Conde González (Vigo, 7 de mayo de 1895 – 31 de marzo de 1987) trabajó como mayordomo, taxista, pintor, periodista, aventurero, escritor… y, por supuesto, fotógrafo. Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo y en la Escuela de Periodismo del diario madrileño El Debate, ejerció el periodismo en El Pueblo Gallego, FARO DE VIGO y Hoja del Lunes de Vigo, así como de corresponsal de la Agencia Logos, habiendo obtenido varios premios. Como fotógrafo cabe destacar —además de por su participación en la fundación de la Agrupación Fotográfica Gallega y de haber participado en salones en los que fue premiado en varias ocasiones— su labor como reportero de calle con una honda sensibilidad religiosa. En su fondo encontramos desde imágenes de Colmeiro, Blanco Amor o Castroviejo, hasta anónimos pescadores, rederas, barredores, oficinistas… pasando por paisajes de villas, pueblos y ciudades y (que no faltaran) actos religiosos y políticos o escenas de un camping o fotografías del patrimonio cultural, de Galicia sobre todo, pero también imágenes captadas durante sus viajes por España, Portugal, Francia o Argentina.
Claro que esto, contado así, suena un poco frío, por eso debemos recurrir a quienes lo quisieron o le conocieron bien, y este es el caso de Daniel Hortas, que lo erigió en principal protagonista del citado libro, donde lo presentó de la siguiente manera: «Bene fue —quiero decirlo antes que otra cosa— coleccionador de sueños. Cada mañana escribía, uno a uno, pacientemente, los que había tenido la noche anterior, que iba guardando en un saco. Era tan grande el fruto de su imaginación fantástica que llenó hasta tres grandes receptáculos, y no sabiendo qué hacer con ellos, el buen contador de historias los fue dando a sus amigos». «Gran tipo humano —continúa Hortas— de más que insignificante casi imperceptible figura, su imagen de filósofo rural —grandes zapatones de goma y traje oscuro, raído, que parecían siempre los mismos— resultaba consustancial al paisaje de una ciudad cuya pujanza económica se apoyaba en la importancia del puerto marítimo (…)». Daniel Hortas publicó «Con el viejo Bene en la isla» en 1995, ocho años después del fallecimiento del protagonista, y desde la misma introducción no deja pasar por alto el hecho de que ese año se cumplía el centenario del nacimiento de quien le había dado la idea de escribir un libro sobre el paisaje y paisanaje de la Isla de Ons, que Conde González consideraba algo así como su paraíso secreto.
Bene, luciendo una muestra de su colección de medallas / FDV
Otro que sabe mucho de Bene es el periodista Fernando Ramos, ex redactor de FARO y de El Correo Gallego, que, a lo ya esbozado, nos añade en un artículo, y de una manera mucho más cálida y cercana que en las biografías oficiales, otros segmentos del periplo vital del aludido: «A los quince años —relata Ramos— marchó a A Coruña, al servicio de una noble familia, con bienes en la comarca viguesa, como mayordomo y mecánico de automóvil, con el propósito de compaginar los servicios de la casa con los estudios de música y otros aspectos de sus inquietudes. En esta época inició incluso estudios de solfeo. Contaba que poco tiempo después y por un brusco cambio de fortuna, desaparecieron de la casa muchas amistades que en ella hacían diaria tertulia, marchó todo el servicio, menos una persona, el mayordomo, quien afrontó la tarea de seguir leal a la familia en su derrotero de infortunio (…). Fiel a la familia a la que servía, vino con esta a Vigo, a la mansión señorial que disponía de tierras cultivadas y bosques, donde comenzó una nueva etapa de su vida de labriego, sin olvidar sus inquietudes literarias y artísticas. A los 35 años, se marcharía a Madrid acompañando a un periodista sudamericano desembarcado en Vigo y que hacía un recorrido por diversas regiones de España en automóvil propio, un Pontiac, cuyo periplo terminaba en la capital. Vivió la proclamación de la República del treinta y uno, de cuyos episodios callejeros obtuvo varias fotografías, puesto que esta era una de sus mayores aficiones. A los pocos días el periodista americano regresó a su país, vía Barcelona, entregándole una pequeña cantidad de dinero, escuetamente el necesario para el regreso a Vigo en tren. Regreso que no hizo de momento, quedándose en la capital para buscar en ella trabajo. Desde entonces hasta el final de sus días creó una valiosa colección de fotografías, la mayor parte de ellas, de Vigo y los sucesos de su tiempo». Radicado ya en Vigo, estalló la Guerra Civil, lo que marcó el inicio de su vida periodística en la ciudad olívica. Comenzó como corrector de pruebas en El Pueblo Gallego y más tarde redactor, donde trabajaría quince años, antes de pasar a FARO DE VIGO, diario en el que atravesó por todas las secciones. «Es allí (en FARO) —señala Ramos— donde sus fatigados ojos sufren un grave accidente que le deja graves secuelas. A pesar de sus dificultades con la vista, nunca se rindió y nos dejó el testimonio de una singular colección de imágenes de Galicia publicadas semanalmente bajo el título de O fermoso rostro do país. En los anales del periodismo gallego figura su crónica de un viaje a Madrid en un coche de la época, y el relato de las incidencias de los pinchazos y el estado de las carreteras que convertía el episodio en una verdadera aventura. De su singularidad como personaje destaca que siempre peregrinó a Santiago, sin nada, pidiendo posada como antiguamente en cada parada del camino».
O Cebreiro / Bene
De chófer a redactor
Quien conocía de primera mano la historia del «fichaje» de Bene por el decano era Daniel Hortas. Resultó que, sabiendo la por aquel entonces familia propietaria del periódico, los Lema, encabezados por José Eladio Amado Lema, de sus cualidades como taxista, y por lo tanto conductor, decidió contratarlo como chófer de la matriarca, Mercedes de Lema y Rubido (presidenta del Consejo de Administración) confeccionando así un cuadro para cuyo título podría valer, parafraseando el de la famosa película, «Paseando a Miss Lema». Ya por aquel entonces Bene había había hecho sus primeros pinitos en El Pueblo Gallego, pero es evidente que ganaba más cuartos como chófer. Se intuye que debió haber alguna sugerencia de Bene al respecto, seguramente le dijo a doña Mercedes (y esta a José Eladio) que él sabía algo más que hacer recados y conducir, pero el caso fue que a la altura de entre mediados de los años 50 y principios de los 60, con Francisco Leal Insua como director, se integró en la plantilla de redactores, de manera que, escribió Hortas, «se echó al hombro una cámara fotográfica el día en que recibió la indicación de salir a la calle para cubrir informaciones, al principio de escaso relieve».
Tendedero comunal de ropa en O Berbés / Bene
¿Pablo? ¡No, Neftalí!
«Pablo Neruda, el poeta chileno, pasará mañana en el trasatlántico Charles Telier que hace la ruta a Sudamérica. Dice Cunqueiro —de aquella Subdirector de las Páginas Literarias— que hay que ir a la Estación Marítima y procurar hacerle una entrevista… que va para Nobel», se oyó al redactor jefe, Díaz Jácome, en escena recreada por Daniel Hortas. Hacia allí se encaminó aquel día el en aquella época ya consolidado redactor de la sección de Local, Benedicto Conde, que ansiaba lucirse con la oportunidad de una exclusiva que se le servía en bandeja. Bene acudió a la Estación Marítima y consultó la lista de pasajeros del buque, pero allí no figuraba Pablo Neruda, como así se lo comunicó a Jácome cuando volvió de vacío, sin noticia. Y esta más o menos fue la conversación que, según Hortas, se suscitó en la redacción:
—¿Y por cuál nombre lo buscó usted? –preguntó un repelentillo alevín de periodista.
—E logo, por cal había ser? Non se escribe Neruda con ene?
—No señor, se escribe con erre. Sus apellidos son Reyes Basoalto.
Y aún añadió el sabiondo: Tampoco salió de pila como Pablo, que al nacer, sus padres le impusieron los nombres de Ricardo Neftalí…
Bene se fue aquella noche a la cama muy disgustado. De hecho sufrió agrias pesadillas, soñó que le despedían para siempre del periódico, pero felizmente, como ocurre salvo puntuales excepciones en esta profesión, los errores, al igual que los aciertos, no suelen durar más de un día. Y Bene continuó en la brecha, siendo José Francisco Armesto Faginas su último director en FARO DE VIGO. Estaba ya en la última etapa de su carrera periodística, oficialmente ya se había jubilado en la etapa del antecesor de Armesto, José Landeira Yrago, y tenía por libros de cabecera los poemarios de Neruda, una particular manera de corregir su grave error, pero aún acostumbraba a visitar la redacción, donde siempre entraba preguntando:
-¿Va todo bene?
-P.D. Bene es autor de dos libros, «¡Que no se acabe esta noche!» y «Unha lenda de San Amaro», este último con ilustraciones su hermano Xesús Conde González. Su legado fotográfico se conserva, mayormente, en la hemeroteca de FARO DE VIGO y el Museo Etnográfico de Ribadavia. También fue uno de los primeros periodistas en escribir en la prensa, aunque fuere ocasionalmente, en gallego, idioma en el que se expresaba en su vida cotidiana. Todas la fotos que se incluyen en este reportaje pertenecen al Archivo de FARO.
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