Mezclar comedia gamberra con cierto compromiso social podría equivaler a agua y aceite. Distinta densidad e intereses, aparentemente, aunque la adaptación al cine de la obra teatral de Javier Daulte que ha filmado Laura Mañá (El cuerpo en llamas) se las arregla para, en ocasiones, resultar extrañamente adecuada por, precisamente, impertinente.
La peripecia de tres amigas, dos de ellas hermanas, que se aventuran a cuidar la mansión del amante de una de ellas (con desastrosos resultados) está pulcramente filmada y mejor interpretada por dos actrices cuyos registros no parecen limitarse al de un Resacón en Las Vegas femenino y patrio. Quitando algunos excesos y subrayados, Las irresponsables cumple en su faceta de alegre comedia de crisis de la mediana edad, con algunas tiranteces sociales que matizan y enriquecen el conflicto (ninguna de las tres protagonistas, pese a todo, es un personaje que podamos considerar socialmente marginal) y un humor que trata de hilar lo sutil con lo grueso.
Lo que destaca de la película de Mañá es una puesta en escena mejor armada que en la media de la comedia española, tan anclada a modos, maneras y frases hechas televisivas que en ocasiones parece anclada en los 90. Las irresponsables es más sofisticada incluso en su ánimo bruto, tan negra como cachonda, y tiene tres actrices que reman a favor todo el tiempo.
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El problema, que lo hay y es importante, es que el cuento de emancipación femenina ya suena a antiguo -por, precisamente, ingenuo- y pese a la buena factura y esa voluntad de puñetear, Las irresponsables da la impresión de quedarse a medias. El problema es que, al final, el film deja en evidencia su propia tesis, situando las neuras y problemas entre ellas de las tres mujeres como el primer y principal obstáculo para las protagonistas, más preocupados de una panda de parias patéticos que de sus propios intereses.