Martes, 2 de septiembre 2025, 07:29
Aquellas «Ferias de Septiembre» o «Ferias de Valladolid», como se denominaban entonces, no parecían acoger nada excepcional respecto a los años anteriores, salvo una feria del automóvil de ocasión nunca vista hasta entonces. El resto, lo de casi siempre: exhibiciones atléticas, partidos de fútbol, fuegos artificiales, concursos, galas benéficas y, por encima de todo, las cuatro corridas de toros que hacían las delicias de los aficionados no solo de Valladolid, sino de otras provincias aledañas. De modo que aquellas fiestas de hace cien años, celebradas del 19 al 28 de septiembre de 1925, contaron, como principal reclamo, con los diestros Ignacio Sánchez Mejías, Juan Belmonte, José Belmonte, Braulio Lausin (Gitanillo), Marcial Lalanda, José García (Algabeño), Antonio Cañero, Manuel Báez (Litri), José y Manuel Mejías Bienvenida, Cayetano Ordóñez (Niño de la Palma) y Martín Agüero. Pocos sabían, sin embargo, que Sánchez Mejías, el diestro cuya muerte lloraría Federico García Lorca en su mítica composición poética, se convertiría en el gran triunfador de la edición festiva de 1925.
Una edición que comenzó el 19 de septiembre a las nueve de la mañana con lanzamiento de cohetes y con bandas de música que tocaron por la Plaza Mayor y en diversas calles del centro de la ciudad, y que contó, como principal novedad, con una «Feria del Automóvil de Ocasión» inaugurada el día 21 en el Paseo de Filipinos. No faltaron, desde luego, exhibiciones deportivas como la tradicional carrera ciclista con salida en el Campo Grande, pruebas de atletismo y partidos de fútbol en los campos deportivos de la Victoria. Además de las consabidas citas benéficas, como la famosa «Fiesta de la Flor» organizada por la Junta del Patronato de Damas del Real Dispensario «Reina Victoria», y del concurso hípico celebrado en el campo inmediato a la Plaza de Toros, aquel año hubo otro de tiro al pichón y tampoco faltó a la cita el «Gran Concurso Provincial de Ganados» en el paseo alto de las Moreras.
Junto con los fuegos artificiales, el Ayuntamiento, presidido por Vicente Moliner, se afanó en decorar el Campo Grande y la Fuente de la Fama con una imponente «iluminación eléctrica» inaugurada el día 20, y los gigantes y cabezudos recorrieron las calles de la ciudad los días 20, 22, 24, 26 y 28. Aquellas fiestas, además, acogieron la inauguración de la Casa de los ferroviarios, mientras los teatros ofrecían «selectos espectáculos», especialmente el Calderón, con las compañías de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, y el Lope de Vega con las de María Gámez y Alejando Maximino. Pero, como decimos, el gran triunfador de las ferias fue el diestro Ignacio Sánchez Mejías, y por partida doble: en el coso y en el Ateneo el 22 de septiembre. En el primer caso, se trataba de la segunda faena que regalaba a los vallisoletanos, y se la dedicó a «la bellísima señorita de Sedano Muro». Fue tal el triunfo, que cortó las dos orejas y el rabo y, tras salir tres veces a saludar al centro del albero, recibió una «ovación imponente», señalaba este periódico.
Arriba, vallisoletanos haciendo cola para comprar entradas para los toros en las ferias de 1925. Abajo, extracto de un capítulo de la novela de Sánchez Mejías publicado en El Norte de Castilla y cartel de la primera feria de vehículos de ocasión.
MUNDO GRÁFICO/ARCHIVO MUNICIPAL
«A las doce de la noche no se hablaba de otra cosa en los bares, cafés y en los teatros que de la faena realizada por Sánchez Mejías en el cuarto toro», aseguraba un periódico de tirada nacional. «Una de las plazas donde más a gusto toreo es la de Valladolid. Me obliga a ello la consideración y el entusiasmo con que siempre me ha recibido el público», había confesado días antes el propio torero, que aquel mismo día, por si fuera poco, tuvo otro detalle con esta ciudad: la presentación, en auténtica primicia, de tres capítulos de su única novela, titulada ‘La amargura del triunfo’. Fue en la sede del Ateneo, por la tarde y después de acabar la corrida de Miura: según la crónica del día, Sánchez Mejías se fue al Hotel de Francia, situado en la calle Teresa Gil (hoy Colegio Mayor Reyes Católicos), y dictó a un mecanógrafo los textos que iba a leer. «Perdonadme que me exprese en andaluz en el corazón de Castilla, donde más castizo se habla el español», comenzó.
El salón estaba abarrotado por «un público selectísimo, en el que formaban mayoría distinguidas damas y bellísimas señoritas». Le acompañaron el presidente del Ateneo, Andrés Torre Ruiz, el vicepresidente Francisco de Cossío y Federico Santander, que se derritieron en elogios hacia el matador. Al finalizar la lectura de los capítulos, «el público entero prorrumpió en una estruendosa y prolongada ovación». La novela, que en 2009 editó el catedrático Andrés Amorós, narra la historia de un torero, José Antonio Moreno, apodado El Niño de Albento, desde sus modestos orígenes como hijo del casero de una finca andaluza hasta su marcha obligada a México. Repleta de andalucismos y con un estilo directo, su primer capítulo llevaba por título «Marujilla, la de las perlas negras», y fue publicado por El Norte de Castilla al día siguiente, 23 de septiembre de 1925, en los faldones de las páginas 2 y 3 bajo el epígrafe «Folletines literarios».
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