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Los testimonios coinciden en que fue una mujer libre, una lectora voraz y una profesora excepcional. En la casa familiar disfrutaba los libros como ninguna otra cosa. Devoraba, aseguran sus hijos, no obras sino bibliotecas. En el aula, contagiaba a sus alumnos el rigor del análisis y el amor por la literatura. Fue generosa con todos, especialmente con sus lectores, a quienes ofreció, desde las páginas de Letras Libres y Reforma, una mirada crítica sobre los acontecimientos, en una prosa clara e inteligente, que apelaba a la historia y dejaba ver un compromiso auténtico con la libertad. Su sensible fallecimiento el 18 de junio de este año representa una irreparable pérdida para la cultura mexicana. Sirva este homenaje para recordar su legado.
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No tengo que hacer algún esfuerzo para recordar la voz cálida, divertida, apasionada, pero también irónica y a veces mordaz de Isabel Turrent, a quien no conocí más que por teléfono y porque leía con interés su columna en Reforma desde hacía varios años. Quiso entonces la suerte que le pidiera una entrevista y así, sin conocerme, con toda generosidad y paciencia, habló conmigo durante algunas semanas de 2016. Grabé cerca de quince horas de esas sesiones fantásticas porque muy pronto, y gracias al temperamento libre y contagioso de su charla, perdí la timidez con la que marqué su número el primer día que tomó mi llamada. Isabel me hizo sentir parte de una vieja conversación, como si yo hubiese sido testigo de lo que nunca había visto. Era cercana a Veracruz y quizá al saber que yo vivía en Xalapa y que una de mis abuelas había sido veracruzana, su lenguaje se transformó y me hizo sentir en casa. O tal vez, pienso ahora, era parte de su naturaleza provocar esa especie de intimidad con sus interlocutores. Mi objetivo era conocer cuál era su recuerdo de Carlos Fuentes, sobre todo, pero también de Octavio Paz, Enrique Krauze y una historia notable, a cuyo desentrañamiento dediqué varios años de mi vida: la relación entre el poeta y el narrador. Muchas cosas importantes de los protagonistas de mi historia –gestos, miradas, silencios– me las reveló Isabel y así logré entender algo que a veces es muy difícil: el clima y tono de esa relación que se hilvanaba, prodigiosa, en la voz de Isabel Turrent al otro lado de la línea. Desde entonces nos hicimos “amigas” de Twitter y, cuando apareció mi libro, me dedicó una generosísima reseña, que nunca acabaré de agradecer. Hace pocos meses, y otra vez por razones de una pesquisa que me parece igual de apasionante, llegué al libro que Isabel escribió en 1984: La Unión Soviética en América Latina. El caso de la Unidad Popular chilena, 1970-1973. Mi entusiasmo creció al leerlo pues son pocos quienes entonces –e incluso ahora– han rastreado con tal exactitud la injerencia que se quiere ignorar: la de la URSS en nuestra región y ahora la de Rusia. Cuando estaba por pedirle otra entrevista, con asombro y gran tristeza me enteré de su muerte. Busqué las horas grabadas en aquella larguísima conversación que había tenido con ella años atrás. Mi inexperiencia y, pienso ahora, mi estupidez, hicieron que utilizara un iPad que ya no sirve. Perdí aquella grabación que me había hecho reír, emocionarme, saber. No está perdido el recuerdo vivo de su voz ni mi gratitud. ~