Puede pasar el tiempo. Pueden pesar los años. Y pueden encontrarse tantas veces como los empareje la fortuna, sorteos, cuadros y torneos, sea cuando sea o sea donde sea, que hay algo de imposible para uno y de garantía para el otro: si Taylor Fritz está delante de él, Novak Djokovic se relame. Nada cambia esta última vez, en la que el serbio exhibe clase en Nueva York (6-3, 7-5, 3-6 y 6-4, tras 3h 24m) y aumenta la brecha entre uno y otro, pues son ya once los duelos y otras tantas victorias para él, el competidor de nunca acabar. El infinito. Tiene 38 años, todavía le pica el orgullo —besitos para los espectadores que intentaban descolocarle— y ahora, añade otra semifinal a la cartilla.

Son ya 14 en Nueva York, luego comparte el récord con Jimmy Connors, y son ya siete las temporadas en las que ha logrado desembarcar en la penúltima ronda de los cuatro grandes. Hito inalcanzable para el resto. Así transcurre la vida de Djokovic, resignado porque día a día va atrapándole la sombra de la edad, que no por ello rendido. Frente a lo incontrolable, él sigue y sigue remando, a ver si en una de esas vuelve una última iluminación divina y, por qué no, piensa, consigue atrapar el dorado 25. De nuevo, no será sencillo. El viernes estará al otro lado de la red un Alcaraz bien engrasado, con ritmo y, sobre todo, deseoso de darle la vuelta a la historia.

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En enero, en Australia, el español cayó en la telaraña mental desplegada por el balcánico y no parece que ahora pueda incurrir en el mismo error. De entonces aquí, el murciano dice que ha ganado madurez y que a sus 22 años y con un buen puñado de experiencias ya en la mochila, lee de otra forma los partidos. Su carrera. “Estoy aprendiendo a gestionar muchas cosas fuera de la pista, y eso me da tranquilidad para competir”, transmite el de El Palmar. La necesitará. Djokovic domina en los antecedentes —tanto en el global (5-3) como en pista dura (3-0)— y maneja como nadie los instantes laberínticos, pese a que inevitablemente haya perdido vigor.

Fritz, en una devolución de revés.Fritz, en una devolución de revés.Mike Frey (IMAGN IMAGES via Reuters Connect)

En paralelo, Alcaraz (22 años) y Jannik Sinner (24) han impuesto una vertiginosa marcha a la que hoy por hoy, nadie ha logrado resistir. Lo intentó él en Roland Garros y Wimbledon, vencido en ambas ocasiones por el número uno, y afronta ahora una nueva oportunidad en Nueva York, donde hace dos años elevó su último major. Tanto en París como en Londres sucumbió con dignidad, pero tanto en un escenario como en otro desprendió la sensación de rebatir limitado por la lógica; sus piernas arrastran toda una vida jugando al tenis —con este último, serán 1.387 partidos en la élite— y la juventud no perdona.

Bronca y K-pop

En cualquier caso, él sigue ahí, con la llama prendida todavía, tratando de procesar la nueva circunstancia —“quiero más, pero ojalá fuera más joven”— y, otra vez, en la penúltima estación. Frente al tropezar constante de los demás, del joven pelotón de aspirantes, el más veterano continúa siendo la única alternativa real. No pierde además Djokovic las viejas costumbres. Hay bronca. Y eso, en su caso, es buena señal. Todavía hay hambre. El público neoyorquino le aprieta, celebra sus fallos con el saque y él reacciona: un par de rifirrafes y una solicitud al juez.

“¿Vas a hacer algo?”. “Esto no ayuda, Novak”. Está caliente, desafía con la mirada después de un maravilloso estacazo cruzado, casi en estático. Y cuando la amenaza crece, sobrevive. Nole, en su salsa. Pero no sin sudores fríos. Glups, traga. Sucede después de que haya tenido el duelo aparentemente encarrilado, porque a Fritz le ha costado un mundo convertir la primera opción de break, al undécimo intento, y después de haber conseguido sortear ese muro tan alto se ha caído él sólito: doble falta y primer set para el serbio. Éste también decanta el segundo, pero en el tercero, conforme crece la exigencia física, empieza a flaquear y la continuación se traduce en una hora de suspense.

Djokovic protesta al árbitro.Djokovic protesta al árbitro.Eduardo Munoz (REUTERS)

Predomina en la Arthur Ashe la sensación de que si la cosa se alarga un poco más, si se desemboca en el quinto parcial, tiene todas las de perder. Sin embargo, al final mantiene el tipo. Le faltan fuerzas para culminar el punto en los intercambios más prolongados, pero Fritz (27 años y cuarto del mundo) colabora de nuevo: después de haber validado únicamente dos de los trece puntos de rotura de los que ha dispuesto, el californiano se desmorona con una doble falta. Entonces, Djokovic resopla ante el micrófono y dedica un baile a su hija Tara, que está lejos y en apenas veinte minutos, cuando se alcance la medianoche, cumplirá ocho años. Pese a las horas, firma autógrafos y se apresura para ir a descansar.

“Me enseñó a bailar una canción de K-pop, que se llama Soda Pop, de las Demon Hunters [película de animación coreana]”, se explica el tenista de Belgrado, que dispondrá de 48 horas para restablecer el cuerpo. “Ha sido increíblemente ajustado. En este tipo de partidos, unas pocas bolas deciden el ganador. No he sentido que haya dominado desde el fondo, he tenido que luchar por cada bola, pero en este tipo de situaciones lo que importa es la victoria”, prolonga antes de retirarse, no sin hacer la enésima declaración de amor hacia su deporte: “Compito con el corazón en la mano y lo doy todo por el tenis, cada día. Pero todavía sigo disfrutándolo”.