Entre las callejuelas del Raval barcelonés se esconde un tesoro que pocos transeúntes logran descifrar. La Plaça del Canonge Colom, ese pequeño oasis urbano que conecta la efervescencia de las Ramblas con el laberinto gótico, alberga uno de los homenajes más emotivos y discretos de la ciudad.
Según revela Metropoli Abierta, en este espacio de tránsito se alza una pieza escultórica que desafía las convenciones del arte conmemorativo. No encontrarás aquí el típico busto de bronce ni la pose heroica de mármol. En su lugar, una forma etérea de más de dos metros se eleva hacia el cielo como si capturara el último eco de una representación teatral.
La obra, creada por Eudald Serra y develada hace más de tres décadas, rinde tributo a Margarida Xirgu, la actriz catalana que conquistó escenarios de medio mundo. Pero el verdadero protagonismo no recae en la figura abstracta que simula un tejido al viento, sino en las palabras que Federico García Lorca dedicó a su musa e intérprete.
El pedestal de mármol verde conserva la dedicatoria del poeta granadino: «La gran Margarida Xirgu, actriz de inmaculada historia artística. Lumbrera del teatro español y admirable creadora». Estas líneas, grabadas para la eternidad, testimonian la amistad profunda entre dos genios cuyas trayectorias se entrelazaron en el Teatre Romea, ubicado a escasos metros de la plaza.
La proximidad no es casualidad. Fue precisamente en esas tablas donde la artista de Molins de Rei estrenó algunas de las piezas más revolucionarias de Lorca, transformando cada función en un acontecimiento cultural que trascendía fronteras.
Serra optó por una representación que privilegia la esencia sobre la apariencia física. Su creación evoca el movimiento perpetuo del arte dramático, esa energía vital que Xirgu transmitía en cada actuación y que la convirtió en referente indiscutible del teatro español del siglo XX.
El monumento se integra de manera orgánica en un entorno que invita más a la contemplación íntima que al espectáculo público. Como si el escultor hubiera comprendido que el verdadero homenaje a una artista de tal calibre requiere silencio y reflexión, no grandes aspavientos ni ubicaciones monumentales.
Esta joya escultórica representa mucho más que un reconocimiento póstumo. Es el testimonio tangible de una época dorada del teatro español, cuando Barcelona se erigía como epicentro cultural y las colaboraciones entre creadores daban lugar a obras maestras que aún hoy conmueven y inspiran.