En ‘Guía de perplejos’ encontramos la poesía reunida de David Pujante (Cartagena, 1953) desde 1978 hasta 2023. El poeta y catedrático de Teoría de la … Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid, afincado una buena parte del año en La Manga del Mar Menor, ha buscado una identidad a través de la creación poética, y es consciente de que esas intenciones han tenido repercusiones en la construcción de su propia naturaleza. El Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, en la persona de su director, Alfonso Martín Jiménez, contribuye con este volumen a mostrar, si no la totalidad de su proyecto poético, sí una extensa muestra de todos sus libros: ‘La propia vida’ (ejercicio de travestismo de sus propias vivencias con mitos y personajes clásicos), ‘Con el cuerpo del deseo’ (catarsis de una relación tóxica), ‘Estación marítima’ (descubrimiento de otros paisajes, especialmente el norteño, por razones de trabajo), ‘La isla’ (reflexión sobre la insularidad del arte y los círculos infernales que nos devuelven a la vida de vez en cuando), ‘Animales despiertos’ (reinterpretación del mito edénico), ‘El sueño de una sombra’ y ’21 odas de invierno’, «libros crepusculares, una mirada a los orígenes y la asunción de la vejez», asegura.

Imagen - Portada de 'Guía de perplejos', de David Pujante.

Portada de ‘Guía de perplejos’, de David Pujante.

Imagen - Portada de 'Guía de perplejos', de David Pujante.

Pujante, poeta y amigo de algunos de los más laureados nombres de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, dice que la vida es «ese misterioso don que a todos nos deja perplejos». El valenciano Francisco Brines, Premio Cervantes 2021, consideró su ‘Poética de un apagón’ uno de los mejores sonetos que había leído en su vida: «Abro la puerta. El cuarto está en penumbra. / Y enfrente, de improviso, en el espejo, / me sorprende una luz, que es el reflejo / de la que traigo yo, y que me deslumbra. / Y pienso en cuántas veces, ¡venturoso / vislumbre del poema!, me has surgido / también inesperado y te he creído / concesión en el éxtasis gozoso. / Tiendo a creer –como esta luz– que un mundo / más allá del espejo, en don extraño, coloca entre mis manos su secreto. / Y aunque en sentirte esencia ajena abundo, / me saca de inmediato del engaño / el sudor por lograr que seas soneto: / la sílaba contada, / el hacerte rotundo, / que no te falte ni te sobre nada».

Infancia en El Llano del Beal

«Yo era el típico niño de ciudad que no medraba, y allí mi madre me decía que yo había echado la robinera, que yo era un niño desoxidado allí»

Dice el académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Arrixaca Pedro Manzano, responsable del diseño de revistas murcianas históricas y pulidor de la colección ‘Licenciado Vidriera’ en la que ha visto la luz este volumen con portada de Antonio Martínez Mengual, a modo de «fin de fiesta», que «un solo verso que te emocione salva a un poeta, da igual que sea hoy o dentro de cien años, igual que a veces un solo trazo bien puesto en una pintura salva a un pintor». Manzano está enamorado de la poesía, y, muy especialmente de la de Pujante, alma de ‘Arrecife’ junto a Emma Pérez Coquillat y presente en ingentes aventuras literarias como ‘Antaria’.

Agradecimiento a Antonio Durá

–Brines, que fue muy amigo suyo, le felicitó por ese soneto que citamos, ‘Poética de un apagón’.

–Sí, Brines me dijo que era uno de los mejores que había podido leer en la segunda mitad del siglo XX. Claro, que Paco Brines te diga eso… yo no he escrito prácticamente sonetos. Está escrito cuatro años antes de que fuera editado el libro ‘La propia vida’ (1986). Yo escribía mucho entonces, pero era un chico muy tímido. Si no llego a conocer a alguien como Antonio Durá, que fue el padre de ‘Azahara’, posiblemente yo no habría publicado nunca. Una de las veces vino Luis Antonio de Villena, de la mano de Emma Pérez Coquillat, a presentar un número de una revista, y leyó ese libro mío durante una siesta, y me animó a publicarlo urgentemente.

–¿En qué barrio echó a andar?

–Yo viví en Cartagena hasta que me vine a Murcia a los 17 años, a la Universidad. Pero la especialidad la hice en Barcelona, donde se fueron mis abuelos y vivía mi tía la mayor. Siempre fuimos a Barcelona, mi madre sentía pasión por Barcelona y a mí me acunaba con canciones en catalán. Yo soy del centro de Cartagena, de la calle San Fernando, número 60. Mis padres se hicieron cargo de mis abuelos maternos, que vivían en el barrio de la Concepción, lo que llaman Quitapellejos, y esa casa antigua mi padre la deshizo e hizo una con bajo y piso. Allí nos fuimos a vivir, todo mi bachiller lo viví allí. Pero hay un episodio intermedio, que aparece en este ‘Guía de perplejos’ en algún momento: mi padre trabajaba en Mineras Celdrán, en El Llano del Beal, y teniendo yo cinco años y medio nos fuimos allí, y vivimos unos años. Yo era el típico niño de ciudad que no medraba, y allí mi madre me decía que yo había echado la robinera, que yo era un niño desoxidado allí. A los seis años te escolarizaban, pero como yo era un niño raro que quería cole, mis padres hablaron con un maestro de allí que me daba clases particulares. Soren Peñalver, que lo magnifica todo, siempre dice una cosa muy graciosa, que yo tenía «preceptor» como él.

UNA CONFESIÓN

«A partir de leer a Cavafis me sentí libre. Descubrí que podía ser libre con máscaras cultas»

–¿Por qué sus padres tenían tanto empeño en que estudiara?

–Mis padres eran protestantes de la Iglesia Evangélica Española, en mi casa todos los días se vivía la Biblia, la famosa traducción del siglo XVI. Protestantes entonces había pocos. Ellos se casan en el 51, yo nazco en el 53. Su iglesia estaba cerrada, porque Franco no admitía estos cultos, que se hacían en casas particulares. De hecho, intentan casarse con el juzgado, había un juez franquista que no casaba protestantes, pero a ese juez le sustituyó temporalmente otro que sí que acabó casándolos.

David Pujante, este martes, en el Café Moderno de Murcia.

David Pujante, este martes, en el Café Moderno de Murcia.

Vicente Vicéns / Agm

–Padre republicano y exiliado.

–Siempre digo que yo he sido culturalista, un hombre dedicado a la cultura, pero el origen de todo es el amor de mi familia por los libros, y esa lectura diaria de la Biblia, porque la interpretación era libre, era Dios el que nos iluminaba, no había un cura ni un Papa que te dijera que esto hay que entenderlo así. La tradición era abrir el libro, la Biblia, para encontrar soluciones a los problemas. Mi padre era el bibliotecario de la iglesia; era un hombre republicano, exiliado, volvió del campo de concentración de Argelès-sur-Mer en Francia, aunque tenía los papeles para irse a México, porque recibió una carta de mi abuela, que lo estaba pasando mal. Oyó aquello de que en la nueva España los no manchados de sangre serían muy bien recibidos, y fue recibido, sí, con dos tazas de ricino en cuanto cruzó la frontera y la obligación de aprenderse el ‘Cara al sol’. Esa misma noche que volvió llamaron a su casa, lo llevaron al penal, y lo condenaron en juicio sumarísimo a cuatro penas de muerte. Se tiró un mes tirado en el suelo, de allí sacaban a la gente y él oía los tiros… No lo mataron de milagro… Eso hizo que siempre tuviera desafecto al régimen. Se fue a la Marina, tuvo 15 hermanos. Mi padre fue siempre un hombre religioso, y el nacionalcatolicismo no iba con su pensamiento, lógicamente.

Un rubio corintio

–No hay nada en sus libros que no sea vida… y amor en libertad.

–¡Nada! Te pongo un ejemplo. Yo tengo un poema titulado ‘Non cuivis homini contingit adire Corinthum’, ya de entrada título en latín: no a cualquiera le está dado ir a Corinto. Pongo a dos mercaderes de Fenicia que van al puerto, pero las calles del amor son estrechas siempre, torcidas, malolientes, porque los dioses, juguetones, nos ocultan los más preciosos dones en sus laberintos húmedos… Aparece en esas un rubio corintio en el portal de una choza encalada, y un mercader le dice al otro, ¿te molesta mucho si te abandono un rato…? Al final, llega tarde. Veinticinco monedas de oro le había pedido… es que ya no hay quien eche el ancla en las playas corintias… Lo cierto es que este poema es una venganza poética. Yo siempre me sentí libre para escribir estas cosas cuando leí a Cavafis traducido por José María Álvarez en quinto de carrera en Barcelona y la poesía completa de Cernuda. Descubrí que podía ser libre con máscaras cultas.