La escena ya no es la de un chat furtivo en Messenger o un mensaje en Snapchat que se autodestruye. Hoy, para muchos jóvenes, el juego erótico digital tiene un nuevo protagonista: los chatbots de inteligencia artificial. Lo que comenzó como una herramienta pensada para resolver dudas académicas, escribir correos o actuar como asistente personal, se ha convertido en un espacio de exploración sexual. El fenómeno —aún en ciernes y sin datos oficiales— refleja hasta qué punto la tecnología está modelando la intimidad de la generación Z.
Según señala El País, la facilidad de acceso, la inmediatez y la capacidad de respuesta personalizada han hecho que el sexting con chatbots sea una práctica más común de lo que se piensa. No aparece en estadísticas oficiales ni en informes académicos detallados, pero basta con recorrer foros, hilos de X o conversaciones en Reddit para confirmar que se trata de un comportamiento extendido. Muchos jóvenes admiten haberlo probado “por curiosidad”, “por aburrimiento” o, directamente, como un sustituto del porno convencional.
Lo que sorprende no es solo que la práctica exista, sino la rapidez con la que los límites técnicos y morales han quedado difuminados. Aunque compañías como OpenAI o Meta introducen filtros de seguridad, los usuarios más persistentes saben cómo esquivarlos. Con paciencia, sutileza y un lenguaje en escalada, los jóvenes consiguen que las máquinas entren en terrenos sexuales cada vez más explícitos. Y si una IA frena, hay otras —menos restrictivas— que lo permiten sin rodeos.
En este contexto, la pregunta ya no es si los chatbots pueden participar en conversaciones sexuales, sino qué significa que lo hagan. ¿Estamos ante una simple evolución del sexting o frente a un cambio más profundo en la manera de entender la intimidad?
La intimidad reescrita por algoritmos
El sexting con chatbots no es un fenómeno marginal. Para muchos veinteañeros, se ha convertido en una forma de experimentar con roles, fantasías y situaciones sin riesgo de exposición pública. La IA no juzga, no comparte capturas y siempre responde. Esa disponibilidad ilimitada, unida a la personalización —el bot recuerda el nombre del usuario, adopta un personaje o recrea un ambiente—, genera un vínculo que se asemeja más a la intimidad emocional que al simple consumo de pornografía.
Ahora bien, el problema aparece cuando son adolescentes quienes descubren esta vía de exploración. La sexualidad que transmiten los modelos de lenguaje no es sofisticada ni educativa: está plagada de estereotipos, clichés y narrativas simplistas que pueden distorsionar la visión del deseo, el consentimiento y las relaciones reales. En ausencia de educación sexual integral, los chatbots corren el riesgo de convertirse en maestros equivocados para una generación hiperconectada.
Consentimiento y control de datos
Otra dimensión delicada es la de la privacidad. Cada interacción íntima queda registrada en servidores de empresas privadas que, en muchos casos, se financian con el uso de datos. Los jóvenes, al buscar un espacio de experimentación seguro, terminan entregando fragmentos de su intimidad a algoritmos cuyo manejo todavía carece de transparencia. El consentimiento, uno de los grandes avances del discurso sexual contemporáneo, se enfrenta aquí a un terreno gris: ¿qué implica “consentir” con una máquina que guarda memoria de cada palabra?
Lejos de ser un capricho aislado, el sexting con chatbots refleja una tendencia cultural más amplia: la búsqueda de compañía e interacción emocional en la tecnología. Igual que muchos usuarios ya llaman “amigos” a sus bots conversacionales, la posibilidad de un “amante digital” parece cada vez menos futurista. Para algunos, es un juego inofensivo; para otros, una amenaza a la construcción de vínculos humanos genuinos.
El debate está abierto. Para los expertos en intimidad digital, la diferencia clave respecto al porno clásico es la interactividad. El vídeo ofrece imágenes; la IA, diálogo, personalización y hasta afecto simulado. Eso, advierten, puede reconfigurar la manera en que los jóvenes entienden la excitación y el deseo. El sexting con chatbots es ya un hecho: la cuestión es si la sociedad está preparada para asumir sus consecuencias emocionales, educativas y éticas. @mundiario