En una época en que las mascotas están superando en número a los niños como receptores de la ternura familiar, esta reedición de La gata parece muy oportuna. La novela se publicó en 1933, aunque en español no vio la luz hasta 1963, en Buenos Aires. Su autora, Colette (1873-1954), fue una escritora prolífica de novelas, relatos, obras de teatro, guiones cinematográficos y reseñas literarias que cubren una amplia variedad de temas, dependiendo del momento vital en que la autora, que tuvo una vida azarosa, se encontrara. La fama internacional le llegó con la novela ‘Gigi’, en 1944.
‘La gata’ es una obra breve –poco más de cien páginas– pero intensa, que apenas nos da respiro; a medio camino entre la ensoñación, reflejada en el jardín que rodea el caserón familiar de Alain, el personaje principal, y la intriga por ver cómo se resuelve el conflicto planteado. Pero es una intriga cuajada de miedo a lo peor. Alain, en su idilio vegetal y en sus costumbres, arrullado por su madre, viuda, y sus sirvientes de siempre, se contempla en la agilidad y en la suavidad de su gata, Saha, elegida por él en un amor a primera vista.
Su contrapunto es Camille, su esposa, con la que convive en un noveno piso acristalado en el corazón de París. Colette marca así, espacialmente, las diferencias entre ambos personajes. Para Alain son las rosas, salvias y rododendros, los olmos y los álamos, y para Camille los tejados, las copas de los árboles, el coche y los fuegos artificiales.
La ‘nueva mujer’
Camille ha sido vista por la crítica como la «nueva mujer» que surge al final de la Primera Guerra Mundial, que comprende que nada va a ser ya igual en su mundo y sabe adaptarse a él, mientras que Alain se marea con la altura y sueña con su paraíso perdido. Correspondientemente, Saha, al cabo de unas horas de vuelta en el jardín, ya huele «a menta, a geranio y a boj» en palabras de Alain.
Hay más en esta novela que la mera oposición entre dos personas de gustos dispares; están también las disfunciones entre lo ideal y lo humano
La gata es quien recibe el beneplácito y la admiración de Alain porque no exige a cambio más que comida y seguridad, mientras que Camille opina, decide y, sobre todo, observa a su marido con unos ojos «grandes y negros» que él no consigue evadir. Saha se convierte así, en la rival de Camille, haciendo del matrimonio un trío muy singular.
La palabra clave aparece casi al final de la novela, cuando la madre de Alain, que siempre «le escucha con dulzura», se refiere a la gata como la quimera de su hijo. ‘Quimera’ es, según la RAE, «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo». Esto definiría el amor de Alain por la gata como una transposición de sentimientos, una humanización del animal y, en último término, una transformación del propio Alain en felino, a quien Camille sorprende «con la palma de la mano hábilmente ahuecada formando una pata, jugando medio acostado con las primeras castañas de agosto, verdes y erizadas».
Sin embargo, hay más en esta novela que la mera oposición entre dos personas de gustos dispares; están también las disfunciones entre lo ideal y lo humano, entre la nostalgia del pasado y la fuerza vital del presente, entre enfrentarse a lo que querríamos hacer y lo que deberíamos hacer. Es en esta última confrontación donde Saha se convierte en un elemento esencial que propicia el desencadenante de la trama.
La gata
Colette
Traducción de Núria Petit
Acantilado
110 páginas. 14 euros