La Feria Nacional de Zacatecas (FENAZA) ha sido, durante décadas, un escaparate de la llamada fiesta brava. La Monumental Plaza de Toros, inaugurada en 1976 con la promesa de albergar a las máximas figuras del toreo, fue símbolo de identidad y orgullo para miles de aficionados. Hoy, sin embargo, la historia parece distinta: la afición se ha reducido, los carteles generan inconformidad y la tauromaquia enfrenta el desafío de sostenerse en una sociedad cada vez más lejana de sus raíces culturales.
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En entrevista para el medio, Salvador Santillán Hernández especialista taurino compartió su visión sobre el presente de la fiesta brava en la entidad. “Hablar de la categoría que tenía la Monumental Zacatecas era hablar de una historia muy larga”, recordaba Santillán. La construcción del recinto en 1976 respondió a la necesidad de ofrecer un espacio a la altura de la creciente afición. En su primera época, la plaza reunía hasta 10 mil 500 espectadores cada septiembre, y los carteles con figuras nacionales e internacionales garantizaban temporadas exitosas. “Esa temporada fue exitosa y las que vinieron en los años subsiguientes también, porque siempre se llenaba la plaza”, relató.
Con el paso de los años, la asistencia disminuyó. La transmisión masiva de deportes como el fútbol, el béisbol o el básquetbol desplazó al público de las plazas. A esto se sumó el cambio en los intereses de las nuevas generaciones. “Las actuales preferencias de los jóvenes ya no estaban orientadas a los temas culturales, les llamaba más la atención lo visual y lo auditivo que les causaba una emoción muy efímera”, señaló.
Para Santillán, este fenómeno no se limitaba a Zacatecas, sino que reflejaba una crisis a nivel nacional. El sillón y las pantallas reemplazan la experiencia de la plaza, mientras el entusiasmo taurino se desdibuja.
Durante la conversación, insistió en que la tauromaquia no puede reducirse a un espectáculo, pues forma parte de una cultura con profundas raíces históricas. Recordó que la llegada de los españoles trajo consigo a los toros bravos y, con ellos, una tradición que se ligó a las fiestas patronales del México colonial e independiente.
“La fiesta de los toros está muy ligada a la religión católica. Es una actividad cultural y tradicional que lleva implícita la verdad: el enfrentamiento del toro bravo y el torero valiente, capaz de provocar emociones estéticas en el ruedo”, explicó.
Uno de los puntos que más incomoda a Santillán es la falta de arraigo de la empresa que actualmente administra la plaza. “No se identifica con Zacatecas ni con sus ganaderías. Se contratan ganaderías de otros estados y no se fomenta la competencia con las locales, que es lo que realmente estimula a la afición”, cuestionó.
A su juicio, la ausencia de figuras internacionales, especialmente toreros españoles, también ha desalentado al público. “La emoción de ver un mano a mano entre un torero español y uno mexicano se ha perdido. Eso provocaba un sentido de pertenencia que hoy no tenemos”, aseguró.
Subrayó que la tauromaquia se sostiene en cinco actores principales: el ganadero, el torero, el empresario, la autoridad y el aficionado. Cada uno, dijo, debe cumplir con un papel ético y responsable. “Lo que distingue a la fiesta debe ser el respeto mutuo, la honestidad y la integridad. Sin toro bravo no hay fiesta, sin público tampoco”, resumió.
Santillán no evitó referirse a uno de los factores más polémicos: las protestas de grupos animalistas, que han ganado terreno en el debate público. Aseguró que estas agrupaciones confunden la naturaleza del toro bravo con la de los animales domésticos.
“Se empeñan en comparar al toro con un perro o un gato. Son naturalezas muy diferentes. El toro bravo no tiene vocación de vivir con el ser humano, su destino es expresar la bravura en un ruedo. Lo que ocurre en una corrida no es violencia, sino un espectáculo enmarcado en un lineamiento ético de respeto al animal, al torero y al público”, defendió.
Según su visión, los críticos pasan por alto que el toro bravo vive en condiciones de libertad en el campo y que su enfrentamiento en la plaza constituye una culminación de su bravura, no un acto de crueldad.
Ante el desinterés creciente, sugirió que una vía para fortalecer la tauromaquia es formar a nuevas generaciones desde la infancia. Propuso que los niños puedan entrar gratis a las corridas acompañados de sus padres, con el fin de cultivar la afición desde temprana edad.
También planteó que los ganaderos abran las puertas de sus ranchos para mostrar cómo vive el toro bravo y cómo se mantiene un ecosistema equilibrado en torno a él. “Muchos jóvenes hoy desconocen el origen de los alimentos que consumen. No tienen contacto con la naturaleza. Ver cómo crece y se forma un toro bravo puede ser una experiencia que despierte su interés”, apuntó.
Para Santillán, la situación que atraviesa Zacatecas no es un caso aislado. Consideró que en todo el país la tauromaquia sufre la misma crisis de identidad y pérdida de afición, en gran parte debido a la influencia de los espectáculos televisivos y al cambio en los hábitos de consumo cultural.
Pese a los desafíos, insistió en que la tauromaquia puede sobrevivir si los actores involucrados asumen su responsabilidad con ética y compromiso. “Cuando de veras haya el deseo de hacer grande la fiesta, la afición va a regresar a las plazas”, aseguró.
La Feria Nacional de Zacatecas, con su arraigo religioso y cultural, sigue siendo el escenario más emblemático de esta tradición. Pero en medio de debates, presiones sociales y cambios generacionales, el futuro de la fiesta brava se enfrenta a un dilema: adaptarse para sobrevivir o resignarse a quedar como un recuerdo de tiempos pasados.