La arquitecta Fernanda Canales (1974, Ciudad de México) ha dedicado su carrera a reflexionar sobre el espacio: no sólo como una cuestión estética o funcional, sino como un acto político y social. Considerada una de las voces más lúcidas de la arquitectura contemporánea, su trabajo se sitúa en la intersección entre la creación, la investigación y el activismo, con proyectos que cuestionan las formas en que habitamos y las estructuras de las ciudades.

La filosofía de Fernanda Canales se puede resumir en una frase: transformar lugares inhóspitos e inclementes en espacios de convivencia. Esa idea se ha materializado en dos importantes proyectos en Agua Prieta y Naco, dos localidades mexicanas bastante anónimas y anodinas si no fuera porque la geografía ha querido situarlas en la muy militarizada (y politizada) frontera con Estados Unidos, convirtiéndolas en enclaves de paso de migrantes, droga y violencia. No es casualidad que fuera en Naco donde el Chapo Guzmán construyó los primeros túneles para poder traficar con droga y huir de las autoridades en caso de que fuera necesario.

Canales debatirá sobre todo esto el próximo viernes día 12 en el Hay Festival de Segovia, el festival de las ideas con el que colabora El Confidencial. Junto con David Goodman, decano de IE School of Architecture and Design, la arquitecta mexicana reflexionará sobre el papel de la arquitectura como herramienta para transformar las dinámicas sociales, repensar el espacio público y devolver al ciudadano el derecho a imaginar su entorno.

PREGUNTA. “El poder del espacio” se titula su intervención en el Hay Festival de Segovia. ¿Qué poder tiene el espacio?

RESPUESTA. Los espacios en los cuales se desarrolla nuestra vida no son un telón de fondo, no son simplemente imágenes que están detrás en una película y que nos acompañan todo el día a la distancia, sino que definen la manera en la que nos relacionamos con los recursos económicos, las personas y con el planeta. Los espacios que habitamos no sólo definen la calidad de vida de las personas sino también determinan la calidad de vida de las ciudades. Un espacio tiene el poder, por ejemplo, de que podamos dormir bien por la noche, tengamos un espacio seguro, contemos con los estándares básicos de higiene y salud, tengamos privacidad y podamos convivir, o no.

La arquitectura es la disciplina que construye no un marco alrededor de nuestras vidas, sino que establece los grados de confort, interacción, exclusión… Es responsable de aumentar o disminuir la equidad entre las personas. La arquitectura puede construir puentes o barreras, elementos que nos unan o nos dividan, nos cansen o proporcionen bienestar. El poder de un espacio es infinito, ya que sus repercusiones yacen no sólo hacia el interior de ese espacio en específico sino en todo lo que desencadena hacia afuera. Un espacio nunca es una entidad aislada, individual, que sólo ocurre hacia adentro, sino que siempre está conectada y tiene efectos al exterior: el mundo se construye a partir de la suma de esos espacios individuales.

P. Usted reivindica el espacio no sólo como una cuestión estética o funcional, sino como acto político. ¿Puede darnos algunos ejemplos de cómo la arquitectura puede modificar las dinámicas sociales?

R. Cualquier espacio o construcción es un acto político porque afecta al resto, tiene consecuencias colectivas. La arquitectura modifica las dinámicas sociales ya que cualquier espacio, por muy individual que sea, forma parte de un mundo compartido. Lo que mejor ejemplifica esto es la casa. Si bien una casa es una entidad privada, que corresponde a un dueño o a una familia, siempre tiene desenlaces en la vida de los demás, tiene ramificaciones, por ejemplo, en el uso de los recursos, el agua, los materiales, la basura… Aunque queramos concebir una casa en un lote individual como si fuera una entidad aislada, autosuficiente si se quiere, está llena de conexiones con el exterior. Una casa nunca es sólo una casa, sino ramificaciones infinitas cuyas consecuencias son colectivas. La suma de deseos individuales definen el ámbito colectivo. La suma de casas, al multiplicarse por millones, determinan la habitabilidad del planeta.

P. ¿Entonces un arquitecto, al trabajar con los espacios, es siempre un activista?

R. Hacer arquitectura es una forma de promoción y defensa de determinados valores. Sin embargo, cuando se hace arquitectura sin tener conciencia sobre los valores que se están resaltando o aquellos a los que se está rechazando, entonces no sería activismo ya que no existe una postura clara o una ideología respecto a qué es lo que se está defendiendo. La arquitectura es una especie de guion que define usos, actividades, relación con el contexto… pero si no existe por parte del arquitecto una reflexión acerca de las prioridades que una construcción va a impulsar, entonces lo que se está haciendo no es arquitectura, ni activismo, sino la construcción de elementos accidentales cuyas consecuencias no estarán en manos de nadie. Las ciudades son precisamente el resultado de una serie de acciones, a veces con más sentido y utilidad, y otras, con descontrol y repercusiones negativas. Ante mayor responsabilidad sobre los valores que un edificio transmite, mejores resultados respecto a los efectos de los edificios.

⁠Biblioteca y parque público fronterizos Agua Prieta, Sonora. (Rafael Gamo)

P. Es muy conocido su proyecto en Agua Prieta, una localidad mexicana azotada por la violencia y el narcotráfico que hace frontera con Estados Unidos. ¿Puede describirnos ese proyecto y el motor que se encuentra detrás de él?

R. La biblioteca pública y parque lineal que colinda con el muro fronterizo en el Desierto de Sonora fue una obra creada para revertir la condición de abandono y violencia de una ciudad siempre considerada como un lugar transitorio, donde el deseo es cruzar al otro lado del muro. Un lado del muro está definido por el sentimiento de desesperanza y pobreza mientras que el otro lado representa oportunidades. En este proyecto intenté dar una respuesta para aquellos que no logran cruzar hacia Estados Unidos. Transformar un lugar de paso en un lugar permanente; hacer de un muro un espacio.

El deseo fue crear un lugar con identidad propia a partir de crear el primer espacio público destinado a una actividad cultural en la ciudad. Y hacerlo un lugar seguro y de uso gratuito. El edificio se ubica insólitamente pegado al muro, muy cerca del cruce con la ciudad de Douglas, Arizona, por donde a diario pasan cerca de 4.000 personas y hasta ahora no tenían un lugar para sentarse, una sombra o un baño público. La biblioteca se vuelve una excusa para proporcionar una gran techumbre y crear una plaza pública con sanitarios en planta baja, que conecta el cruce fronterizo con un nuevo parque lineal extendido a lo largo de dos kilómetros. La biblioteca se eleva para servir de sombra a este nuevo espacio colectivo y se convierte en una especie de mirador para poder ver desde lo alto no sólo el otro lado, sino, por primera vez, la ciudad de Agua Prieta desde lo alto, hasta ahora un poblado con construcciones horizontales, casi todas ellas de un nivel de altura y máximo dos. La idea fue conectar visualmente ambos territorios y dar una nueva jerarquía al ofrecer una mirada propia hacia Agua Prieta. El uso de materiales autóctonos, como el tabique, enfatiza un sentido de apropiación e identidad local.

Proyecto Mercado Mirador Naco, en Sonora. (Rafael Gamo)

P. También ha trabajado usted en Naco, otra localidad de la frontera de México con EEUU. ¿En qué medida la arquitectura puede derribar los muros y los prejuicios sobre la inmigración?

R. Naco, la ciudad donde El Chapo Guzmán construyó los primeros túneles del narcotráfico, es igualmente una ciudad de paso, atravesada por la carretera que lleva de Estados Unidos a México. El programa consistía en reducir la velocidad de los vehículos para dar seguridad a los peatones, evitar que la ciudad estuviera dividida por esa cicatriz vial, construir un mercado público y proporcionar un símbolo de entrada a la ciudad. Se reorganizó el tráfico vial en esa zona para crear un espacio público con un foro al aire libre, un gran espacio techado abierto y multifuncional y un mirador para conectar visualmente ambos territorios divididos por el muro fronterizo. Como en el caso de Agua Prieta, esta obra permitió por primera vez que los habitantes pudieran ver su ciudad desde un punto elevado. El proyecto consiste en la creación de una pequeña isla que da identidad al poblado y proporciona espacios públicos seguros, abiertos y bien iluminados. Se trata de un espacio que colinda con un campo de béisbol y sirve de vestíbulo, gradas y espacio para celebraciones y congregaciones públicas.

P. En un mundo cada vez más polarizado, ¿cómo se puede utilizar la arquitectura para fomentar la inclusión y el diálogo entre diferentes grupos sociales?

R. La arquitectura tiene la capacidad de generar divisiones -económicas, sociales, raciales, de edad y género- o de fomentar la cohesión social. Si en un descampado por el cual atraviesan las personas de pronto se colocara un pelota de fútbol, el espacio cambiaría automáticamente. Lo mismo sucede si en una acera se instala un banco con una sombra, una fuente con agua potable o se instala iluminación por la noche. Uno o dos elementos básicos son suficientes para modificar por completo la vivencia de un lugar. Por ejemplo, una acera estrecha con un muro alto que intimida, o una acera llena de vegetación y zonas de descanso generan, en sí mismas, sociedades distintas. Sabemos que la violencia desencadena más violencia, que los actos de prepotencia generan más fricción, así que la arquitectura es una especie de recetario para construir determinado tipo de sociedad. Muros que dividen versus espacios que invitan, vivienda inhóspita contra hábitats funcionales, arquitecturas destructivas o espacios de conservación…

Casa Bruma (México, 2017), proyecto que estructura distintos espacios alrededor de un gran patio para respetar todos los árboles del terreno y que cada espacio reciba luz mañana y tarde. (Cedida)

P. La arquitectura no sólo moldea los espacios, sino también las relaciones entre las personas. ¿Qué responsabilidad tienen los arquitectos en cuanto a la justicia social y el acceso a los espacios urbanos?

R. Si un arquitecto que construye una casa individual para un cliente privado realizara una pequeña acción hacia el exterior de la casa, que implique un costo mínimo -por ejemplo, si en el muro de la casa que divide la acera colocase un pequeño banco para que, en lugar de dar la espalda a la ciudad y al peatón, establecer un gesto de amabilidad-, de pronto la experiencia vivencial y urbana cambiaría por completo. Las ciudades podrían llenarse de pequeños regalos, mínimos rincones económicos que mejoren la vida de las personas.

Si en lugar de ocultar por medio de la arquitectura nuestros elementos primarios de subsistencia, como el agua oculta en tuberías escondidas dentro de muros, los dejáramos a la vista, tendríamos mucha mejor relación con todo aquello que nos rodea. Por ejemplo, actualmente la gestión de los residuos queda fuera de la vista y, por tanto, lejos de nuestra responsabilidad. A menudo nos relacionamos con el medio ambiente solamente a través de un vidrio. Para muchos, la calefacción se enciende mágicamente durante los inviernos fríos, los paquetes arriban al pie de nuestras puertas y las aguas residuales desaparecen fuera de casa. Pero ¿dónde está ese afuera? ¿Adónde puede llevarse la basura para que deje de ser nuestra?

P. ¿Cómo se puede equilibrar la demanda de espacios funcionales y estéticamente agradables con la necesidad de crear entornos que fomenten la equidad y el acceso a todos?

R. Si son espacios funcionales y estéticamente agradables lo son debido a que fomentan la equidad y el acceso a todos. No creo que hoy se pueda considerar algo funcional o agradable si es excluyente, injusto o dañino con el medio ambiente o con las personas.

P. La arquitectura puede ser interpretada también como una forma de poder en el espacio público. ¿Cómo aborda este poder en su trabajo y qué impacto cree que tiene en la sociedad?

R. El poder transformativo de la arquitectura en el espacio público no tiene límites. Lo vimos con la caída del muro de Berlín y se ve a diario con nuevos muros que se construyen por el mundo. Creo que la clave está en la definición de usuario. Hemos de preguntarnos: ¿Para quién estamos construyendo?, y entender el largo plazo de las acciones arquitectónicas. Debemos ampliar la definición de “usuario” para incluir a quienes transportan los materiales y los transforman en espacios, a quienes retiran la basura de los edificios y a quienes están afuera. Debemos hacer arquitecturas donde no se deje a nadie fuera.

La arquitecta Fernanda Canales. (Ana Hop)

P. ¿Qué papel juega la historia en su enfoque arquitectónico? ¿Cree que la memoria colectiva de un lugar influye en la arquitectura como una herramienta de transformación política?

R. La historia juega un papel fundamental en la arquitectura porque es el gran acervo vivo para encontrar respuestas. Es el lugar donde aprender. Aunque la memoria colectiva de un lugar es algo arraigado en la sociedad también es algo que se construye día a día y que puede modificarse.

La arquitectura puede fortalecer la identidad de un lugar, ser un catalizador de cambios políticos y sociales y motivar a que una comunidad repiense el significado de los lugares y de su propia historia. La arquitectura puede hacer que los ciudadanos se sientan orgullosos y se sientan representados, o por el contrario, que se sientan invisibles o menospreciados. La vegetación debería de ser siempre la gran aliada de la arquitectura.

P. ¿Cómo cree en ese sentido que puede contribuir la arquitectura al futuro de las ciudades?

R. La arquitectura es un elemento clave para definir el futuro de las ciudades ya que tiene la posibilidad de mejorar la vida de las personas y la condición de un lugar.