El respeto a las personas mayores es fundamental, por eso está bien que a la obsesión del juez Peinado con Begoña Gómez la llamemos investigación judicial. No cuesta trabajo seguirle la corriente al pobre hombre. El magistrado, de 70 años, ha dado por inaugurado el año judicial solicitando ahora hurgar en los correos electrónicos de la mujer del presidente. Nadie sabe exactamente qué busca. Él tampoco, pero es lo de menos. El registro de la correspondencia privada de Begoña Gómez nos acerca al objetivo final, que no es otro que visitar una vez más La Moncloa y conseguir, escoltado por la benemérita, entrar en ese dormitorio y hacer registro en el cajón de las bragas. ¿Cómo que bragas? Calzoncillos, dirán los fans de este valiente juez decidido a salvar España por la vía del entusiasmo. Calzoncillos porque, si han leído ustedes los foros de referencia de la derecha que aspiran a gobernarnos, sabrán que Begoña, además de corrupta, es un tío. “Begoño”, la llaman con tal gracia, elegancia y genialidad que, si Sánchez tarda un par de años en convocar las elecciones que ganará la derecha, el destino nos permitirá llamarlos generación del 27. Que te vote Txapote, me gusta la fruta, Begoño no tiene coño o rimas asonantes como Pedro Sánchez hijo de puta componen los cimientos sobre los que se está construyendo la España del mañana.

Cimientos sólidos en lo cultural pero también en lo político. Tras la cacicada perpetrada el lunes pasado, ya saben, un presidente entrevistado en la tele pública del país que preside –ya es indistinguible España de Corea del Norte–, un usuario en redes sociales, repleto su perfil de banderas nacionales, compartía un pantallazo de un instante de la entrevista en el que el gesto de Sánchez, ceño fruncido y mirada penetrante, era claramente el de una persona diabólica. “Miradlo, sobran las palabras”, dijo el usuario que recibió una gigantesca marea de retuits que explican a la perfección el momento político de rechazo al sanchismo, un momento de enorme profundidad en el que sobran las palabras. Lo lideran tipos corrientes, valientes, como el juez Peinado. Porque solo el pueblo salva al pueblo y porque, tras tomar declaración a 33 testigos, imputar a cinco de ellos, pisotear la línea de la prevaricación un día sí y al otro también y escribir 15 tomos de un sumario tan confuso como divertido a ratos, si usted pregunta por la calle, muchos le dirán que lo de Begoña Gómez es un evidente caso de corrupción, pero nadie acertará a explicar qué ha hecho. Si no le importa al juez, empeñado en seguir adelante con una causa que nació sin pruebas y la mantiene en el tiempo sin ellas, por qué debería preocuparle el delito concreto al españolito de a pie. Un pobre juez está intentando derrotar al tirano del pantallazo con el que sobran las palabras y eso es más que suficiente.

Lo de Juan Carlos Peinado no es ya un asunto judicial, sino literario. Un Quijote que lucha contra molinos generando la admiración de una mitad de España, que aplaude su entrega desmedida. No es otra cosa que entrega absoluta haber imputado a Begoña Gómez un delito de tráfico de influencias sin ni siquiera ser funcionaria pública. En cada paso que da, el septuagenario Peinado deja un mensaje para las generaciones venideras: ser patriota es un bien superior a ser buen profesional o a respetarse intelectualmente. Es entrega y amor a esta gran nación haber manipulado hasta en tres ocasiones declaraciones de testigos del caso Begoña. La casualidad quiso que sucediese cuando las declaraciones no coincidían con la tesis del investigador. Es entrega digna de admiración haber ignorado los informes policiales que concluían que, chico, ya nos gustaría, pero aquí no hay nada. Un entusiasmo que ha llevado a Peinado a imputar a asesores, empresarios, rectores de universidad e incluso a un ministro del Gobierno. El Tribunal Supremo, abochornado, tuvo que desimputarlo porque Peinado, cariño, para procesarlo necesitamos que nos digas qué indicios has encontrado contra él, no nos sirve que nos repitas que el tipo te resulta odioso.

Los amantes de las buenas historias estamos enganchados a esta en la que un señor mayor decide salvar España obsesionándose con la mujer del presidente. Acabará en Hollywood. Un tipo que, entregado al caso de su vida, pasa por alto los plazos en su juzgado teniendo que archivar investigaciones de malversaciones millonarias cometidas por miembros del mismo Partido Popular para el que trabaja su hija. Los archivos por inacción del juez coinciden con su falta de sueño tratando de encajar en el Código Penal que Begoña Gómez, en una ocasión, utilizase un programa informático de la Universidad Complutense para el que quizás no tenía licencia. Año y medio lleva así. Algo habrá, se repite, a pesar de que todos los enfoques que Peinado le ha dado a su investigación –hemos quedado en llamarlo así– contra Gómez han acabado chocando contra la nada. Tras cada fracaso, un nuevo enfoque para el caso. Un día es el software , otro Air Europa, otro el personal de La Moncloa… Cada poco, Peinado empieza, sin pruebas, desde cero, a ensayar nuevas vías porque algo habrá. Hace tiempo que no se trata de una investigación, sino de una misión vital. “Imputé a Begoña”, dirá su epitafio. Los correos electrónicos, gritaron sobresaltado en mitad del silencio de la noche, y el sobresalto es hoy un auto judicial que pide que el juez pueda leer con quién se escribe esta señora y con quién no. Con su reputación profesional destrozada y la amenaza de denuncias por prevaricación sobrevolando su vieja cabeza, el juez volverá a intentarlo una vez más. Se abre la enésima nueva vía en este trabajo prospectivo ante el que el CGPJ también entiende que los mayores merecen cariño y respeto. No es el cajón de las bragas, pero poder leer sus correos se le parece bastante. Algo habrá, se repite mientras la Generación del 27 lo observa esperanzada.

El respeto a las personas mayores es fundamental, por eso está bien que a la obsesión del juez Peinado con Begoña…

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