A un par de horas de avión y media horita más en tren están las costas neerlandesas del Mar del Norte, un lugar recio azotado … por el viento que en verano cobra un inmenso colorido. Allí –literalmente al borde del mar– se sitúa un circuito legendario para el automovilismo de competición, no tanto por las páginas que ocupa en los anuarios como por las peculiaridades que lo rodean hasta convertirlo en un enclave único.
Hace cuatro años la Fórmula 1 regresó a Países Bajos al rebufo del fenómeno social protagonizado por Max Verstappen. A la ola creciente de nuevos seguidores que se sumaron a la causa del Gran Circo también se incorporó un grupo de relevantes empresarios que no dudaron en remozar el vetusto trazado de Zandvoort y asumir el papel de promotores del recuperado Dutch Grand Prix. La iniciativa ha supuesto un éxito indiscutible, pero el año próximo vivirá su última cita porque a la Fórmula 1 le sobran pretendientes y su continuidad pasaría por duplicar el canon que se paga por organizarlo, comprometiendo seriamente su viabilidad económica. Así que para sorpresa de buena parte del Paddock, los neerlandeses han vuelto a mostrar su histórico pragmatismo y darán carpetazo a seis años de magníficas carreras el próximo mes de agosto.
Resultaría ridículo viajar hasta Zandvoort y resistirse al reclutamiento del ejército naranja. Sus tropas están formadas por gentes de cualquier edad y condición, seguidores de todas las escuderías de la parrilla aunque la mayor parte de las divisiones que forman esta milicia se identifique con los estandartes de Red Bull Racing por motivos obvios. Así que una vez pertrechado de las prendas anaranjadas que sea menester el visitante inicia la campaña desde la estación central de Amsterdam, punto de partida para las tropas que no lleguen al frente en bicicleta porque los únicos vehículos que acceden al entorno de Zandvoort son los implicados en la organización del espectáculo. Sí, créanme, 105.000 personas desplazadas en trenes que pasan cada cinco minutos tanto antes del gran premio como a su conclusión; con un cierto orden a la ida y otro más precario al regresar, aunque igualmente efectivo.
En el Mar del Norte uno ya está disfrutando del gran premio según se baja del tren. A ambos lados del paseo interminable que discurre paralelo a la playa se instalan multitud de vendedores ambulantes que permiten hacerse con merchandising de cualquier escudería, además de ofrecer el rancho del día en forma de cerveza a discreción y toda clase de comida rápida. Al rato uno se planta a las puertas del circuito y va asimilando que la F-1 es un espectáculo universal que se vive según de qué manera dependiendo del país anfitrión. En el caso de los Países Bajos la mañana previa a la carrera supone el chupinazo de la fiesta para el aficionado, que desde primera hora disfruta de las actividades de la fan zone con una caña en la mano. Los altavoces desplegados por todo el circuito derrochan música electrónica trufada de éxitos internacionales que el personal tararea y baila allá donde esté, sea en la cola de las hamburguesas o en la de los baños.
Será pasado el mediodía cuando las gradas vayan poblándose, pero entretanto cientos de personas ocupan los edificios prefabricados anexos donde los patrocinadores del gran premio reciben a sus invitados más ilustres, que al contrario que en Mónaco, Barcelona o Silverstone son una multitud. Hay en el ambiente de Zandvoort algo distinto a los tres circuitos citados porque aquí los promotores locales pagan tanto como en aquellos para traer el evento, pero es evidente que se hace la vista gorda ante las limitaciones de acceso impuestas por la FIA o la propia F-1 y una valla se mueve aquí o allá para que entre en el Paddock quien sea menester. Pragmatismo neerlandés también en esto.
Según se abre el pitlane ya están formadas las tropas del ejército naranja, que en las tribunas Arena y Tarzán componen un espectáculo sin parangón para los helicópteros de la TV que sobrevuelan la zona y muestran una escena tricolor anaranjada que dará la vuelta al mundo. Uno aún no lo sabe pero tardará en tomar asiento porque el comandante en jefe Verstappen está pasando revista a sus tropas según prueba el funcionamiento del coche hasta ocupar finalmente su posición en la parrilla. Aquí en Tarzán, frente a una curva histórica del Mundial, también está destinado el soldado Williams –llamémosle así– preparado para la batalla, pertrechado con todo tipo de parafernalia de la escuadra que fundara sir Frank. Uno cree que va a compartir el espectáculo con un seguidor de Carlos Sainz pero en absoluto es así porque Willy –valga la confianza– reconoce que su romance con el Gran Circo es muy reciente y ha sido la gorra azul del equipo británico la que más le ha gustado en la tienda oficial de la F-1.
Mi compañero de batalla ni siquiera lo sospecha pero es poco frecuente el despliegue de tres coches de seguridad que nos deparará la tarde, con el ejército naranja celebrando el primero por todo lo alto al provocarlo el abandono de un Lewis Hamilton que genera mucha más indiferencia que admiración en la afición local. Willy tampoco imagina –como ninguno de los presentes– que al terminar el espectáculo veremos ante la grada a dos camiones grúa con los Ferrari cargados, víctimas de los accidentes que los habrán dejado fuera de combate. Una imagen vergonzosa para la Scuderia pero definitoria del despropósito que habrá supuesto su fin de semana en los Países Bajos.
La tarde incluye un leve chaparrón que no exige los intermedios ni en la pista ni en la grada, aderezado por el continuo intercambio de nubes y claros tan propio de estas latitudes. Continuos son también los repostajes entre la tropa anaranjada, que empuja con fuerza al ídolo local hasta situarlo segundo al abandonar Norris en un golpe de efecto que pudiera resultar letal para sus aspiraciones al título.
El tiempo ha volado y a la hora y tres cuartos de haberse dado la salida cruza Oscar Piastri la línea de meta entre los aplausos del ejército desplegado en Zandvoort, que por segunda vez desde el retorno de la F-1 no ha podido vitorear la victoria de su comandante en jefe. Aún así se reconoce el esfuerzo de todos los competidores y la tropa permanece mayoritariamente en formación hasta la entrega de trofeos, siguiendo la ceremonia del podio a través de las pantallas gigantes. En breve se escuchará el rompan filas y habrá quienes regresen a la fan zone para que algunos de los mejores discjockeys europeos les tengan moviendo el esqueleto hasta bien entrada la noche, mientras otros batallones enfilan el paseo paralelo a la playa para arribar a la estación de tren de vuelta a sus cuarteles de invierno.
La campaña neerlandesa se salda con una enorme satisfacción para quien suscribe porque degustar otra manera de vivir la Fórmula 1 siempre es un privilegio. Buena parte de los circuitos europeos debieran tomar nota del modo en que los aficionados disfrutan las horas previas al gran premio en estos lares, respondiendo con entusiasmo al ambiente inigualable generado por la organización de la carrera. Aquí –junto al Mar del Norte– todo son facilidades para el espectador, que se siente tan protagonista como los que compiten en el asfalto. Por el momento al Gran Circo sólo le queda una visita a Zandvoort –en agosto de 2026– pero si usted es seguidor de la Fórmula 1 y tiene la ocasión alístese en las filas del ejército naranja. Va a disfrutar el privilegio de contribuir a un enorme espectáculo en un entorno único.