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Por Arantxa Neyra. Sintra

Una ciudad palaciega, un puñado de obras de arte y una dolorosa pérdida. Así fue cómo la colección de Bárbara de Rueda, expuesta en la última edición de ARCO Lisboa, acabó en un centro escolar a 25 kilómetros de la capital portuguesa

A priori, un colegio no está entre los diez primeros lugares donde uno esperaría encontrar una colección de arte contemporáneo rebosante de piezas de Tàpies, Barceló, Eva Lootz o Jim Dine, entre otros artistas. Pero, contra todo pronóstico, puede llegar a serlo.

Es el caso de Tasis, en Sintra (Portugal), un centro escolar al que la coleccionista española Barbara de Rueda legó más de 150 piezas de arte contemporáneo. Una colección que construyó durante décadas junto a su marido, el Ingeniero Alfonso Corral López-Dóriga.

Apasionado de la escultura y uno de los primeros coleccionistas en España, Alfonso falleció en 2008, y algunos años después moriría también su hijo Salvador, dejando a Bárbara sumida en una profunda crisis existencial. Entre las muchas preguntas y dudas que habitaron su cabeza durante aquellos momentos, flotaba la de qué hacer ahora con esa colección creada con tanto amor y dedicación que algún día heredará su nieta.

Fue entonces cuando su amigo Fernando González, fundador del colegio Tasis School en Puerto Rico, que estaba a punto de abrir sede en Portugal, quien le dio la idea de guardarla allí. La escuela todavía no estaba en funcionamiento. Es más, por aquel entonces, aún no habían acabado las obras del edificio, lo que permitió construir ad hoc un espacio amplio y diáfano donde, además de hacer los exámenes, se pudiera albergar una buena parte de los más de 150 cuadros y esculturas que estaban ya preparándose para viajar a una de las ciudades más aristocráticas de Portugal.

No se trataba únicamente de construir una sala a la que se pudiera acceder bajo petición y en ocasiones contadas. Piezas de Fernanda Fragateiro, Pello Irazu, Concha Jerez, Cristina Lucas, Susana Solano o Elena Asins entre otros artistas han colonizado todo el colegio: están en la galería y por los dos pisos, se cuelan en el comedor, suben las escaleras y aparecen, cuando menos te lo esperas, en los pasillos, en las aulas, e incluso en la puerta de los baños.

Los chicos se codean con ellos con naturalidad. “Si enseñas arte es por una cuestión de educación y es precisamente eso lo que estamos haciendo. Abriendo la mente de esos niños que están viendo cuadros del siglo XX y XXI. Mi mayor ilusión es que las mil personas que circulan por ahí cada día puedan ver las obras y que eso entre en sus cabecitas”, reconoce a El Grito Bárbara.

A diferencia de una galería, aquí no hay un criterio museístico ni un hilo argumental en la disposición de las obras, sino algo mucho más azaroso, marcado por el propio edificio. “¿Aquí hay una pared buena? Pues cabe este. ¿Esta es más pequeña? Entonces este otro no vale” añade mientras recuerda cómo las distribuyó junto con Mónica Careaga, con la que ya había hecho exposiciones en el Lázaro Galdiano.

“Hay algunos cuadros que no son para niños. El Barceló por ejemplo, como está fumando, lo escondimos en la parte de atrás. Igual que un torso desnudo. Me gusta mucho que a Aitor Ortiz tengas que ir a buscarlo, porque está al lado de una puerta y no se ve. Me gusta mucho también cómo está colocada la parte americana confrontada con la parte española de obra gráfica, porque es como ponerlas al mismo nivel”.

El rayo que no cesa, Cristina Lucas, 2017Imagen de uno de los pasillos del colegio con la obra 2 x 3 Dreaming Around2 x 3 Dreaming Around, Pello Irazu, 1992Sin título, Nino Longobardi, 1984Manolo Millares, Coleccion ACB Barbara de RuedaGenitales orientales, Luis Gordillo, 1986Water Lilies with Cloud, Roy Lichtenstein, 1992Convergencia, José Guerrero, 1976

Bárbara es consciente de los riesgos inherentes de exponer en un lugar donde las carreras, los juegos y los rotuladores están a la orden del día. “Yo vigilo a ‘mis niños’. Hay tres que están en malas condiciones y por eso he contratado a un restaurador portugués. Uno de ellos, de hecho, se ha caído. Es el peligro de estar en un colegio, que a lo mejor se acercan demasiado o lo tocan con las manos sucias. Pero eso también ocurre en los museos”, responde.

Por supuesto, tiene sus favoritos: “Tengo bastantes obras de mujeres artistas como Susana Solano o Cristina Lucas, no porque sea feminista, sino porque me gustan sus trabajos. También me encanta el Chomin Badiola o el de Dis Berlín que, por cierto, lo tengo que cambiar de sitio porque lo están toqueteando”.

No sabe (o no quiere saber) cuánto podría costar lo que tiene. “No me interesa el valor, tengo desde el principio de los 60 una colección de gráfica interesante, un Barceló interesante, un Pedro Cabrita Reis…, tengo cosas interesantes que pueden valer lo que quieran pagar, pero no es mi interés venderlo”.

Aunque la colección se presentó oficialmente durante ARCO Lisboa el pasado mes de mayo, esta aventura no ha hecho más que comenzar. A día de hoy el colegio sigue ampliándose, por lo que espera poder enviar pronto nuevas piezas, que tiene en un almacén en Madrid y en su residencia, y con las que, como en todas las relaciones, va viviendo apasionadas lunas de miel, picos y valles. “Tanto las que he llevado a Portugal como las que tengo en casa, a mi me gustan casi todas, porque he convivido con casi todas. Andas con una serie de cuadros y esculturas porque lo hacen al mismo tiempo que tú, pero en un momento dado unas se quedan atrasadas porque van a otro ritmo, y ya no les muestras tanta admiración como al principio. Además, también he tenido equivocaciones”, reconoce mirando atrás con perspectiva. No será esta. De eso no tiene duda.