Un «urbanita pletórico», un mundo en crisis y en precario equilibrio sobre el abismo y una ciudad, Barcelona nada menos, a la que le han salido canales venecianos mientras intrépidos ‘vaporettos’ circulan por el centro de la capital. Ahí está, en su salsa, o casi, Simó Diarte, experto en comunicación y publicidad que Melcior Comes (Sa Pobla, Mallorca, 1980) convierte en ‘L’home que va vendre el món’ (Proa). Pura fachada y luces brillantes para desviar la atención. 

«Encarna la confusión colectiva y la confusión personal. En un personaje en crisis que, al mismo tiempo, quiere describir una crisis colectiva, una crisis de ciudad y también una crisis de las sociedades medianamente ricas de Occidente», detalla el autor mallorquín mientras despliega la tarjeta de presentación del protagonista de su última novela. «Se siente un triunfador, pero sentirse un triunfador ahí en medio es un completo delirio que no hace más que incrementar la sensación de que es un falsario, un estafador», remata. 

Para escribir el libro me quité todas las redes sociales. Había notado un cambio en mi manera de leer y escribir derivada de estar colgado de lo que pasaba en Twitter y de tuitear 30 veces al día»

Diarte, por cierto, patentó en su día una serie de ideas y análisis de la cultura contemporánea que su empresa utiliza ahora para impulsar la campaña electoral de Rosa Dorca, candidata a la alcaldía de Barcelona de talante «agriamente populista». «Hay una cierta cultura del ‘trumpismo’ que impregna la política a todos los niveles. Esta manera de gestionar el discurso público basado en la difamación, en el miedo, en la exageración y en la consigna llamativa pero al mismo tiempo vacía ya la tenemos aquí», reflexiona el novelista.  

Política con novela

Hechas las presentaciones, el meollo. «No es una novela política, pero sí que es una novela con política», aclara Comes. Una ficción atornillada a una realidad social plenamente reconocible que el autor de ‘Tots els mecanismes’ y ‘Sobre la terra impura’ deforma entre sarcasmo afilado, tejemanejes políticos y un cadáver que Simó cree ver en el maletero de un coche. Entre peces eléctricos, caretas de animales y cuerpos a la deriva que aparecen día sí día también flotando en los nuevos canales que atraviesan Passeig de Gràcia y la Diagonal. «A veces hay que ir a lo más delirante porque la realidad ya se ha convertido en puro delirio», relativiza. 

En ‘L’home que va vendre el món’, la realidad con la que juega Comes es la de la atención secuestrada, el insulto y la difamación como dialecto administrativo y la «venecización» galopante de la capital catalana. «Es que estamos a un palmo de eso -asegura-. Después de ver que cerraban Passeig de Gràcia para hacer una cursa de Fórmula 1, el trabajo que yo tengo que hacer para inventarme algo es mínimo». Su Barcelona, añade el mallorquín, es una «creación literaria» que intenta reflejar un estado de ánimo y marcar distancias con el retrato de la ciudad prodigiosa y encantada que se ha venido repitiendo durante los últimos dos siglos. «He querido no hacer lo que incluso la Inteligencia Artificial haría», ironiza.  

BARCELONA, 04/09/2025.- El escritor Melcior Comes presenta la novela 'L'home que va vendre el món', este jueves en la Llibreria Ona Claris en Barcelona.-EFE/ Enric Fontcuberta

Melcior Comes presenta la novela ‘L’home que va vendre el món’ / EFE

Siguiendo a Diarte por ese escenario quizá-no-tan-distópico y cruzando los caminos de la fábula contemporánea y la tragicomedia negra, Comes se interroga sobre el éxito y el fracaso, explora las relaciones paternofiliales y ahonda en las miserias de una época de estímulos arrolladores, estrés desmadrado y certezas dinamitadas. «Estamos esperando una cosa que no vendrá. Estamos esperando a Godot, esperando a que pasen cosas, pero no vendrá nada nuevo. La angustia y la desesperación se convertirán en algo crónico. No vendrá nada a sustituir a las viejas ciertas. Tendremos que vivir siempre con esta incertidumbre», teoriza.

En la novela, Diarte vive en un estado permanente de «atención rota, sobreexcitación» y adicción casi por imposición laboral a las redes sociales, rasgos que, en cierto modo, Comes también comparte con su personaje. «Para escribir el libro me quité todas las redes sociales y notificaciones -explica-. Había notado un cambio en mi manera de leer y de escribir derivada de estar colgado de lo que pasaba en Twitter y de tuitear 30 veces al día. Me levantaba y decía: ‘voy a crear la polémica del día'».

Y, en efecto, muchas veces lo conseguía. «Es muy adictivo. Tienes la extraña necesidad de intervenir en cosas que ni te van ni te vienen. Llega un punto en que es triste, pero también innegociable, porque sientes la obligación de hacerlo. En el fondo, en Twitter estamos todos trabajando gratis para el hombre más rico del mundo. Es literalmente eso». 

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