Primero fue la Hermandad de la Clemencia de Jerez de la Frontera, después la Hermandad de la Clemencia de Morón y la Hermandad de la Pastora de Santa Marina. La llegada de las piezas made in Pakistán del arte sacro a Sevilla ha alarmado a los artesanos de la capital andaluza que dedican su tiempo a la excelencia artística de las cofradías. Con solo un clic y algún que otro WhatsApp, estos talleres echan por tierra horas de trabajo, cuotas de autónomo y dolores de cabeza que dan de comer a 300 familias.

«Nosotros defendemos la artesanía sevillana«, asegura el proyectista Javier Sánchez de los Reyes, que sostiene que siempre ha habido formas de bajo coste de realizar piezas de arte sacro. La polémica, que se viene produciendo desde hace años, ha alcanzado un nuevo nivel después de que el bordador Francisco Carrera, Paquili, haya denunciado haber recibido mensajes «intimidatorios» por parte de un taller asiático. Como él, Sánchez de los Reyes y el diseñador Antonio Castro han recibido comentarios «chulescos» después de denunciar sus prácticas.

Un manto de salida rico en bordados puede costarle a una hermandad alrededor de 300.000 euros, IVA aparte. Algo similar ocurre con los palios, que pueden superar el medio millón de euros. Los precios caen un poco al hablar de un mantolín para un Señor hasta los 15.000 o los 7.000 que puede valer la saya de una virgen. «Sacar un paso de palio como el de Los Estudiantes son dos millones de euros«, apunta Sánchez de los Reyes.

Técnicas de bajo coste

Los principales compradores de estos artesanos son las hermandades, que encargan el 95% de los trabajos que realizan. Las corporaciones y sus hermanos se desviven durante meses o años para poder costear estos precios. Así, las corporaciones organizan tómbolas, cruces de mayo, abren los bares de su casa hermandad o piden donaciones a los hermanos para poder costear las piezas que estrenarán sus titulares y que confían que puedan seguir sacando las generaciones posteriores, aunque necesiten pasar por una restauración.

Esto no ocurre con las piezas compradas en Pakistán. Los encargos al país asiático, que se ha convertido en un mercado de referencia para el arte sacro low cost, pueden rondar los 12.000 por un manto o los 3.000 por una saya. Eso sí, aquí no se paga nada por los diseños, que suelen ser plagios de fotografías creadas por artistas andaluces, mientras que solo un boceto de una pieza grande ornamentada puede alcanzar los 4.000 euros. El problema viene cuando se estudia la calidad del producto, que poco tiene que ver con lo patrio y que tiene fecha de caducidad, ya que, al estar realizadas con materiales acrílicos, no dan pie a las restauraciones.

En realidad, como recuerda este proyectista, «el Shein cofrade ha existido siempre«. Antes, las hermandades que contaban con menos recursos económicos recurrían al bordado de recorte, que cambia los diseños bordados en hilo por trozos de tela. «Ha habido muy buenos bordados de recorte a nivel artístico, algunos son preciosos», sostiene este artista que puntualiza que esta técnica apenas se utiliza ya porque se consideró como una técnica «de segunda». Así, propone a las corporaciones y preguntar «qué posibilidad hay».

Efectos en Cataluña o el País Vasco

«El tema está en que la gente está aplicando a temas religiosos y cofrades una mirada de consumo humano«, insiste Sánchez de los Reyes, que puntualiza que los artesanos no van contra ninguna hermandad -«¡Son nuestros clientes!», sostiene-. Frente a esta creencia, el artista apunta que el objetivo de la Asociación Gremial de Arte Sacro de Sevilla es «combatir la mentalidad que da lugar a esto».

Los precios y el considerar igual un manto que una camiseta que se puede realizar en serie son el motivo que los artesanos encuentran para esta problemática. «En esta sociedad de capitalismo feroz, ¿qué haces metiéndote de bajo de un paso 12 horas gratis?», se pregunta para subrayar que, en frío, «gastarte medio millón de euros para un palio para una talla madera policromada no tiene sentido«. Sin embargo, Sánchez de los Reyes defiende que «el espíritu de las cofradías debe ser transversal a cualquier aspecto, si eso no lo ves, no sabes lo que son».

Además, los efectos de esta deslocalización del arte sacro no afecta solo a Sevilla, que se ha convertido en el último reducto de esta corriente artística en Europa, sino que tiene repercusión en otras zonas de España. De hecho, el hilo que utilizan bordadores o bolilleros llega desde Monforte Systemfil, una empresa familiar afincada en L’Hospitalet de Llobregat. Lo mismo ocurre con las planchas de metal laminado que utilizan los orfebres que llega directamente desde el País Vasco.

Ahora, además de preparar una ofensiva jurídica contra estos plagios, este proyectista detalla la opción que tienen «es registrarlo todo», con el esfuerzo que esto supone. «Tienes que ir con tu carpeta de dibujos y a lo mejor hago 50 al mes», explica para asegurar que no tienen más remedio. Aun así, lamenta que «eso no lo va a evitar», ya que la localización extracomunitaria de estos talleres les blinda y les da «impunidad». Además, el eurodiputado Juan Ignacio Zoido ha anunciado que trabajará por imponer a aranceles a las piezas llegadas desde Pakistán.