Mecenas como Israel, pero también UAE y Bahrain dan aire al ciclismo
Tarde o temprano podía pasar lo que está sucediendo en esta Vuelta, que ciertos patrocinadores del ciclismo pudieran sublevar a aficionados como lo está provocando el equipo Israel.
Lo cierto es que siempre hemos hablado de estos patrocinios de estado en clave ciclista, pero a nadie se le escapa lo que significan ciertos nombres en esos maillots.
Son patrocinios que buscan su blanqueo al tiempo que han incrementado el ticket de este deporte, situando las cotas de gasto en valores insospechados.
Si miramos hacia atrás, si buscamos el primer patrocinio venido de un Estado o ciudad nos encontramos con Astana.
Luego se sumaron otros, podían ser equipos directamente con el nombre del país, Bahrain o UAE, y por otro lado escuadras auspiciadas por organismos muy identificados con un país, como fue el caso de Gazprom y Rusia.
Israel, en el pelotón hace tiempo, está en el foco y el ciclismo -y el deporte- se da cuenta de que no todo el dinero que le llega vale, o que no vale con la misma frialdad y neutralidad que la UCI muestra cuando le toca hablar de un tema como el de Israel.
Si el ciclismo, como dice la UCI, transmite valores pacíficos de globalidad e igualdad, no casa con el mensaje de algunos de estos patrocinadores.
Y eso todos lo sabemos hace tiempo, incluso también los corredores que se deben a ellos, oyendo muy poquitas críticas hacia sus patrocinadores.
Uno de ellos, que ya no está entre nosotros, fue con conciencia social: Gino Mäder, quien en su día no escondió la contradicción que le suponía correr para un equipo como Bahrain y todo el legado de incongruencias que este país conlleva, desde derechos humanos hasta el trato de la mujer y otras cuestiones que son fundamentales en nuestras sociedades.
Lo mismo podríamos decir del mejor equipo del mundo, UAE, el más poderoso del pelotón que Juan Ayuso lo definió como una “dictadura”. Ojo la conexión.
La situación de Israel en la Vuelta Ciclista a España es muy comprometida, de hecho le doy las gracias a quienes nos han abierto los ojos recordando que no deberían estar ahí como si nada, aunque nunca veré bien que se ponga en peligro a los ciclistas.
Curiosamente, han competido sin problemas aparentes más allá de algunas manifestaciones en el Giro o en otras pruebas, pero en España se les ha girado la tortilla.
Lo que en un principio eran protestas con banderas palestinas, ahora mismo es un clamor contra ellos, al punto de que otros equipos también están pensando -por lo bajini- en que lo mejor sería que los de Óscar Guerrero cogieran las maletas y se fueran.
¿Qué culpa tienen los corredores?
Pues ninguna, como tampoco la tenían los ciclistas rusos, que fueron expulsados cuando su país invadió Ucrania y quedaron invalidados de todas las competiciones internacionales.
Pero, como diría Jakob Fuglsang, llevar el nombre de Israel en el pecho no es cómodo ni gratificante, aunque él lo hiciera durante muchos años y solo lo reconociera una vez se había retirado del ciclismo.
Y es que nuestro deporte, y no solo el ciclismo, se ha encarecido tanto, se ha sofisticado tanto, que ha olvidado de dónde viene el dinero y qué causas defienden los patrocinadores.
Miramos, todos, para otro lado.
Por eso, cuando leemos comunicados como el de la UCI, hablando de que el ciclismo busca la equidad, la igualdad, la paz y todas esas milongas, no podemos menos que sonrojarnos.
Porque, en el fondo, lo que busca es su propia supervivencia como negocio, que es y que nunca ha dejado de ser.