Decía Antonio Gala que, en este país nuestro, no se entienden las fiestas populares sin la intervención en ellas de dos elementos primordiales: una Virgen y un Toro. Y es verdad. No hay enclave geográfico español, desde la gran urbe de la ciudad al poblacho más despoblado, que no cuente con unos regocijos anuales, feriales y festeros, donde las gentes que lo habitan corren delante o detrás de toros y vacas después de haber levantado sobre sus hombros las andas que sostienen la venerable imagen del Patrón o Patrona del lugar.

En esta Castilla nuestra, y en Valladolid concretamente, tanto aquél como ésta, tienen dos fechas selladas en rojo en el calendario: el 13 de mayo para San Pedro Regalado y el 8 de septiembre para la Virgen de San Lorenzo.  Son, por así decirlo y sin ánimo de caer en irreverencia, un Santo torero (su imagen ancestral le representa en actitud similar a la de un toreador desplantándose ante un toro duramente agarrochado) y una Virgen guapa que sostiene al Niño en su virginal regazo, a la cual se le atribuyen un dechado de milagrerías. Y en eso estamos ahora mismo en nuestra ciudad: con la Virgen aguardando su procesionado de ida y vuelta, desde el entronizado hueco de su Iglesia a la Catedral, y el Toro listo para ser enchiquerado en el coso del paseo de Zorrilla.

Pero dejemos la devoción mariana para el lugar que deberá corresponderle en este álbum de noticias que es El Día de Valladolid y abordemos una reflexión acerca de la feria taurina de la ciudad, por cierto, recibida mayormente con general beneplácito. En la certidumbre de que la inmensa mayoría de los aficionados taurinos de Valladolid ya conocen las combinaciones de toros y toreros, creo que la feria de este año reúne una serie de alicientes que merece la pena analizar.

Se anuncian seis festejos: un campeonato Nacional de Cortes, un festejo de rejones y cuatro corridas de toros, con cinco diestros de máximo cartel y seis que reúnen suficientes cualidades y motivos para integrarse en la cartelería de una feria de alto bordo, como la de Valladolid; porque toreros son todos, desde los ‘cortadores’ más avezados, de escalofriante valor, a los matadores de mayor rutilancia, junto a otros de expectativas singulares. Veamos:  a los ‘cortes’ llegan los cortadores de mayor prestigio, avezados en ese arte primario de esquivar al toro a cuerpo limpio con ceñimientos inverosímiles, disciplina esta de gran predicamento en las tierras de Castilla, donde siempre abundaron esos mozos que describió García Lorca con su proverbial encanto poético: Los mozos de Montelón/se fueron a arar temprano/ para ir a la corrida/ y remudar con despacio…   Nada que añadir. Tampoco hay que abundar en los alicientes de la corrida de rejones, donde se reúnen la veteranía acrisolada de Andy Cartagena con la madurez de Guillermo Hermoso de Mendoza (heredero del más grande torero a caballo desde cuarenta años para acá, su señor padre, don Pablo) y la siempre apetecida presencia de un joven valor como Sergio Pérez de Gregorio, triunfador en el ruedo vallisoletano en los dos años anteriores.  

Las corridas de toros, naturalmente, son el eje del presente ciclo taurino. Se van a ver las caras los dos triunfadores indiscutibles de las últimas ediciones, Alejandro Talavante y Emilio de Justo, mano a mano, con los toros de Victoriano del Río, ganadero, también, triunfador indubitado de la feria pasada. También acuden, una vez más, los toros de Victorino Martín, culmen de máxima categoría, en lo tocante al toro de lidia. Discrepancias: hay quien recela del mano a mano, sugiriendo la posibilidad de haber compuesto una terna, dando entrada a una novedad, por ejemplo, el local Mario Navas, pero este apunte –no exento de un punto de razón –habrá de cifrarse en la temporada del joven torero vallisoletano, ayuna de contratos. En cualquier caso, este torero –en mi opinión, excelente– no debe desesperar ni zambullirse en pesadumbres nocivas, porque en esto del toreo quien tiene la moneda acaba cambiándola. Sobran los ejemplos. Uno de ellos es Saúl Jiménez Fortes, que viene a torear los victorinos a Valladolid, junto a Uceda Leal (otro repescado) y Tomás Rufo, que decidió tomar la alternativa en el paseo de Zorrilla. Poliki, poliki, que dicen en el País Vasco.

La corrida de los toreros-banderilleros (El Fandi, Escribano e Ismael Martín) con los toros de Bañuelos también es un cartel apetecible, porque refuerza la cuota de espectáculo que tiene la fiesta de los toros. 

Pero, sin duda, lo más mollar de los carteles de toros de este año en Valladolid  se centra en el que anuncia el próximo jueves 12 a Morante de la Puebla, Roca Rey y Marco Pérez. No puede reunir mayores expectativas. Se verán las caras en Valladolid las dos cumbres del toreo actual y la siempre apetecida luminaria de una promesa fehaciente, ante los toros de Garcigrande, ganadería de lujo donde las haya. Aquí sí hay mucha tela que cortar y mucho asunto que dilucidar.

En este mes de agosto, los empresarios taurinos entraron en pánico cuando a Morante le corneó un toro en Pontevedra, en la segunda semana del mes. Morante de la Puebla, nadie lo duda, es el santo y seña de los carteles. Sin él, nada es igual, porque todo el mundo quiere verle torear. Morante es un imán para las taquillas y este año se le veía rozagante, más valiente que nunca, más torero que siempre. A mayores, antes de ir a Pontevedra, Morante actuó en el Puerto de Santa María y allí se produjo en ligero encontronazo entre el de la Puebla y Roca Rey, por un ‘quítame allá este quite’. Nada nuevo en este enredoso mundo de los toros. Por un quite, se pegaron Rovira y Luis Miguel Dominguín en Lima, Manzanares y el Soro en Valencia, El Cordobés y Camino en Aranjuez  y se desafiaron Ponce y Rincón en Bogotá. No llegaron a tanto Morante y Roca en el Puerto; pero aquello de ‘..anda, fúmate un purito’ que le espetó el peruano no le sentó nada bien al cigarrero. El pasado miércoles reapareció Morante en Melilla y esperemos que no haya más contratiempos, porque la batalla, está servida. ¿Habrá armisticio en Valladolid?