De repente, el deporte dejó de ser deporte. Los deportistas esquivaron como pudieron los carteles de protesta. La policía (nunca hubo tanta) no alcanzó sin embargo para contener a los manifestantes, que comenzaron a derribar vallas y amenazaron invadir la ruta. La demostración por Gaza del miércoles pasado en el País Vasco, históricamente cercano a Palestina, obligó a parar la Vuelta Ciclista de España tres kilómetros antes de la meta.

 Las protestas en Bilbao por la presencia del equipo Israel Premier Tech ya habían retrasado el inicio de la etapa. Hubo corte de ruta, gritos y pancartas. Pero el caos del final desbordó todo. Decenas y decenas de banderas palestinas en la meta. La denuncia de un pueblo sometido a bombas y hambruna mientras el mundo mira hacia otro lado. El británico Thomas Pidcock, frustrado, sintió inútil su ataque al danés Jonas Vingegaard, líder de la competencia. ¿Pero tenía el sentido el deporte? El ciclismo es verdadera pasión en el País Vasco, en España toda, pero ese miércoles no hubo podio ni ganadores. Ganó el reclamo porque hay un genocidio.

“Llevo 35 años de director en el ciclismo y me llamaron asesino e hijo de puta. Eso te duele”. El español Pedro Guerrero, nacido en Navarra, es director del Israel Premier Tech, un equipo privado financiado por el multimillonario israelí-canadiense Sylvan Adams, autoproclamado “Embajador en Misión Especial” para Israel a través de campañas filantrópicas y eventos culturales y deportivos. Es amigo del primer ministro Benjamin Netanyahu y define al conflicto entre Israel y Palestina como “el bien contra el mal, la civilización contra la barbarie”. 

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La iniciativa Gernika Palestina invadió este miércoles un tramo de la Gran Vía de Bilbao. Foto: Miguel Toña

Israel en la camiseta

El equipo, que lleva el nombre de Israel en las camisetas de sus ciclistas (fue borrado estos días ante la magnitud de las protestas), descendió a una segunda categoría, pero la UCI World Tour (entidad madre) le permite participar en las principales pruebas del calendario. Ya compitió, también en medio de protestas, en el Tour de Francia y en el Giro de Italia, cuya edición de 2018 mudó su comienzo justamente a Israel gracias al dinero de Adams. “Sportswashing”: lavado de imagen (de Israel), acusan los manifestantes, a través del escenario supuestamente neutral e idílico del deporte, que sí repudió en su momento el brutal ataque de Hamás contra víctimas israelíes (unos noventa siguen secuestrados) del 7 de octubre de 2023.

El Movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) promovió las protestas que reclaman la expulsión del equipo israelí y que, admitió Guerrero, están afectando a sus ciclistas. Uno de ellos, contó Guerrero, pasó media hora llorando en su habitación y amagó con renunciar. En la ruta sufrió insultos y escupidas, igual que sus compañeros. En la quinta etapa de Figueres, lanzados a 65 kilómetros por hora, esquivaron como pudieron a los manifestantes. Tres de los corredores escaparon antes de tiempo, incluido el italiano Matthew Riccitello, líder del equipo, pero debieron parar para que llegaran sus compañeros, que habían quedado bloqueados por las protestas. 

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Al día siguiente, en la salida de Orlot, los manifestantes taponaron la partida y fueron sacados por la policía. El ciclismo, que exige esfuerzos sobrehumanos –subidas brutales a la montaña, descensos mortales al llano-, es uno de los pocos deportes en los que el aficionado puede quedar casi pegado al deportista, para alentarlo o para molestarlo. Es imposible una seguridad completa en etapas de entre cien y doscientos kilómetros en plena ruta. Los manifestantes aguardan escondidos y saltan de repente.

Con Ucrania sí

El último martes, en la décima etapa, el francés Simone Petilli cayó de su bicicleta cuando intentó esquivar las protestas. “Los ciclistas no participan en disputas políticas ni sociales, simplemente hacen su trabajo”, reclamó CPA, el sindicato que pide seguridad para los pedalistas. El problema no es la Vuelta, sino la presencia del equipo israelí. “Debería darse cuenta del problema de seguridad que está generando”, advirtió Kiko García, director técnico de la Vuelta. Sin mencionarla, apuntó contra la Unión Ciclista Internacional (UCI), que permite la inscripción del equipo israelí. 

“La UCI reafirma su neutralidad política”, se defendió la entidad en un comunicado oficial. “No podemos permitir que el deporte se deje extorsionar por protestas políticas”, añadieron medios deportivos. En un extremo se simplifica todo: los que protestan son todos “terroristas de ETA”. Las protestas, en rigor, acusan “doble vara”. Si los ciclistas rusos fueron expulsados por la invasión de su país a Ucrania, Israel, afirman, tampoco debería hacerlo por la devastación de Gaza. La doble vara, debe decirse, es una decisión de la autoridad deportiva.

La UCI, efectivamente, está alineada en esa misma doble vara con el Comité Olímpico Internacional (COI). Igual que la FIFA de Gianni Infantino. La UEFA, al menos, sorprendió en la previa de la Supercopa europea que se jugó el mes pasado en Udine, Italia. Apenas antes de que comenzara el partido, reclamó con un cartel en la cancha que pidió “basta de matar” niños y civiles. “Me mata lo que está sucediendo en Gaza, es insoportable”, dijo esta semana su presidente, Aleksander Ceferin. Pero el dirigente esloveno admitió que la reacción política respecto de Ucrania fue “mucho mayor” que la de Gaza. Y que el deporte actuó en consecuencia. 

Persecución política

En grandes capitales europeas, peor aún, sufren arresto quienes apoyan slogans o grupos propalestinos. Días atrás fue arrestado Paul Laverty, guionista célebre del director de cine británico Ken Loach. El ridículo fue expuesto dos semanas atrás en una manifestación en Londres, donde una ley antiterrorista (objetada judicialmente) prohíbe apoyar al grupo “Palestine Action”. Miles Pickering, un ingeniero de Brighton, fue detenido porque su remera, burlona, decía “Plasticine Action” (Acción con plastilina). En Gaza sigue muriendo un centenar de palestinos por día. Niños y mujeres incluidos. Van más de sesenta mil, entre ellos, el ciclista paralímpico Ahmed al-Dali, 33 años, cuatro hijos, asesinado hace unos días cuando fue a buscar comida a un punto de distribución. Periodistas y médicos asesinados. Hospitales y escuelas bombardeadas. Ya no queda casi nada en pie.

El caso Palestina desnuda como pocos la distancia entre el poder político y buena parte de la sociedad civil. Cientos de miles de manifestantes en muchas de las principales capitales del mundo (y también en la propia Tel Aviv, imposible de ser acusados de “antisemitas” o “cómplices de Hamas”, atajo desgastado para no hablar de la masacre). Hubo una ovación de más de veinte minutos esta semana, y gritos de “Palestina Libre”, en el Festival de Cine de Venecia al filme “The Voice of Hind Rajab”, la niña asesinada por el Ejército israelí, 355 balas contra el coche donde se refugiaba junto con seis familiares. 

El deporte acaso jamás imaginó hasta donde llegarían las protestas en la Vuelta de España, en el País Vasco. “La sociedad vasca siempre ha tenido solidaridad con Palestina”, admitió el lehendakari (jefe del gobierno vasco) Imanol Pradales. El gobierno vasco lleva décadas apoyando a la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados de Palestina (UNRWA). Ciudades y pueblos del País Vasco están hermanados con ciudades palestinas. Sindicatos, organizaciones civiles y artistas vascos suman apoyos. Por eso durante la Vuelta se vieron decenas y decenas de banderas palestinas a lo largo de la ruta o colgadas en edificios por decisión de los propios municipios. Inscripciones de “Palestina Askatu” (libre) en las paredes. Igual que sucede en Irlanda (la nación europea más solidaria con Palestina), también el País Vasco, con su historia de autonomía, resistencia y represión, pide hoy por Gaza.

«Ustedes lo hicieron»

Hace menos de dos años, diciembre 2023, hubo una vigilia por Palestina en Guernica, pequeña ciudad vasca en la provincia de Vizcaya, famosa porque el 26 de abril de 1937 fue aplastada por unas siete mil bombas arrojadas por unos cuarenta aviones mandados por Adolf Hitler y Benito Mussolini para ayudar a Francisco Franco en plena Guerra Civil de España. Imposible aún hoy saber cuántos murieron. En la vigilia de 2023, miles de personas formaron un mosaico de la bandera palestina, vestidas de rojo, verde y negro, en el Mercado de Pasialeku y pidieron detener el genocidio en Gaza. Además, evocaron el “Guernica”, el cuadro célebre que Pablo Picasso pintó apenas después de la masacre. 

El Guernica de Picasso reapareció en marzo de 2024, en otra manifestación propalestina en San Sebastián. Allí está la famosa anécdota sobre la respuesta que le dio Picasso (“ustedes lo hicieron”) al oficial nazi que le preguntó quién había pintado su cuadro que graficaba el horror. Casi un siglo después, en tiempos de internet, el horror de Gaza es cotidiano. El artista que refleje la masacre podrá responder que su cuadro, en realidad, fue pintado por casi un mundo entero que eligió mirar hacia otro lado. Ciego, sordo y mudo. Anunciando que dentro de uno, dos meses, un año, reconocerá, por fin, al Estado palestino. Para entonces, tal vez no queden ya palestinos.

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