Existe cierto consenso internacional sobre el hecho de que los territorios insulares son los más vulnerables frente al cambio climático. Tras un verano de superincendios en España, el país enfila el otoño con la vista puesta en ríos y torrentes temiendo que las escenas de la Dana de València se vuelvan a repetir. Baleares tiene grabadas a fuego en la memoria las imágenes de Sant Llorenç, donde una riada se cobró la vida de 13 personas en 2018.

Los fenómenos meteorológicos adversos son cada vez más frecuentes y más extremos. ¿Está la arquitectura de Baleares preparada para combatir sus embates? Si antaño los días más difícilesño eran los del invierno, ahora el calor campa a sus anchas prácticamente todo el año. Las olas de calor son ya más una rutina en las Islas que un fenómeno puntual.

Los expertos se debaten entre dos posibles abordajes: mejorar la protección litoral y la conservación del territorio para hacerlo más permeable, o crear nuevas infraestructuras grises para mantener la configuración actual de las playas urbanas. La arquitectura sirve para protegernos contra los fenómenos meteorológicos adversos, pero a la vez, puede acelerarlos.

Aunque son minoría, en una Isla desbordada de gente que afronta la mayor crisis inmobiliaria de la historia, cada vez más arquitectos alzan la voz contra la construcción desmedida. Miden al milímetro la huella de carbono de sus edificaciones, echan la vista atrás para recuperar los beneficios de la arquitectura vernácula, e intentan convencer a los ayuntamientos para repensar las políticas urbanísticas públicas, incorporando islas de vegetación que sirvan de refugio frente a las altas temperaturas.

Jaume Luis Salas, es uno de los pioneros de la arquitectura biopasiva en la isla. Aúna tradición y tecnología para repensar la Mallorca de hoy y del futuro. No en vano, los inmuebles se construyen para aguantar una vida útil de 50 años o más. «Los edificios que construimos ahora serán las canteras del futuro», reflexiona.

¿Hemos olvidado las ventajas de la arquitectura tradicional? Lo cierto es que lo hicimos durante años, llevados por la vorágine de un crecimiento demográfico y urbanístico que ya en los años 60 y 70 acuñó a nivel internacional el término balearización para referirse a los excesos de la construcción que asolaron nuestras costas en pro del nuevo modelo turístico.

«La arquitectura no solo es una cuestión estética, es a la vez un problema y una solución, lo que será depende de lo que construyamos», reflexiona el experto. Recuerda que «la arquitectura tradicional es muy inteligente y empírica; trabaja en sintonía con los materiales de la zona y aprovecha el sol, el viento y la lluvia».

Las fachadas tradicionales son fachadas gruesas, de piedra viva o marés, porque mantienen el calor y la forma. La arquitectura local introduce elementos importantes como las persianas mallorquinas para controlar la insolación. También los porches y voladizos y utiliza la vegetación como los lladoners para conseguir sombra en los patios.

«La nueva arquitectura es muy diferente, aunque deberían ser complementarias. Debería apostar por todos esos sistemas pasivos tradicionales de capilaridad funcional añadiendo sistemas activos para captar energía como las placas fotovoltaicas y utilizar la domótica para controlar todos los elementos. Hoy tenemos más capacidad de hacer diseños ajustados a mediciones reales con sensores de temperatura por ejemplo, además de una capacidad mucho mayor de cálculo», reflexiona.

Luis es partidario de mantener los materiales tradicionales, aprovechando su capacidad de aislamiento e investigar nuevos materiales que los complementen. «Las necesidades y el uso de los espacios ya no son lo mismo, el diseño es ahora más flexible y versátil, multifuncional… La arquitectura tradicional es muy rígida, por lo que es importante adaptarla a las nuevas necesidades. Antes las persianas mallorquinas protegían frente a la insolación, pero en las casas antiguas siempre había alguien que abría o cerraba esas persianas a demanda. Hoy en cambio en las mayorías de casas no hay nadie para activarlas, la domótica puede suplir esa necesidad», dice.

El arquitecto es perfectamente consciente de que la construcción de nuevas edificaciones e incluso la rehabilitación (que ahora vive uno de sus mejores momentos), dejan una huella ambiental. Por eso la arquitectura biopasiva contempla dos tipos de emisiones de la construcción. De una parte está el CO2 embebido (partiendo del que produce la fabricación de los materiales, teniendo en cuenta su vida útil, su transporte hasta la obra y montaje hasta completar la construcción ) y de otra el CO2 operacional, que es el que genera el uso de esos nuevos espacios.

«Hoy en día es relativamente fácil que una vivienda produzca más energía de la que consume durante su vida útil, ahora intentamos bajar la producción de CO2 embebido, esa es nuestra obsesión. Sabemos que el hormigón, el acero y el aluminio son los materiales con un mayor coste de CO2 y hay que buscar otras alternativas como aquellos que usaban las construcciones tradicionales mallorquinas: el marés, la piedra, la cerámica y la madera de kilómetro cero», relata.

Pero, ¿hay suficiente piedra, marés, cerámica o madera en Mallorca para alimentar la construcción al ritmo que esta crece anualmente? Los arquitectos son conscientes de que esos materiales tradicionales no son suficientes para cubrir la demanda. «Siempre que podemos utilizamos esos materiales en las estructuras, pero añadimos también nuevos materiales como el hormigón celular que, como el marés, es transpirable y capta la humedad», dice Jaume Salas. Como materiales aislantes la nueva arquitectura de Baleares apuesta por el corcho, aunque sigue de cerca los proyectos I+D que intentan desarrollar nuevos productos con una baja huella ambiental como la posidónia o el cáñamo.

«Al final es importante garantizar la circularidad, saber de dónde sale y dónde acaba cada uno de los materiales, pero también tiene que haber un stock suficiente para cubrir la demanda», relata el arquitecto al frente de Marès, Arquitectura Paisatge i territori. «La clave está en construir menos y rehabilitar más», indica.

Lo cierto es que la rehabilitación se está disparando en Baleares por las dificultades para acceder a nuevos suelos urbanos, especialmente en los pueblos, que han visto cómo su población aumenta. Si antaño la mitad de los residentes de las Islas vivía en la capital, eso es algo que está cambiando. Cuarenta pueblos de Mallorca crecen ya a un ritmo mayor que Palma.

«Europa marca unos objetivos de desarrollo sostenible y vamos mal», dice el experto. Los indicadores de sostenibilidad son económicos, ambientales y sociales. Los económicos abarcan la construcción y el mantenimiento, los ambientales tienen en cuenta la vida útil de los materiales y el coste de agua y el tercero es el retorno social que tenemos. Para cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible hay que tener impacto en los tres indicadores», reflexiona.

La arquitectura es o debe ser un juego de equilibrios que bebe del pasado pero mira al futuro, sabiendo que el territorio y los materiales son finitos. Antaño, por ejemplo, se utilizaba la posidónia como aislante en los tejados pero la posidónia que tenemos hoy no bastaría para cubrir la demanda.

«La arquitectura tradicional de Mallorca nos enseña a comunicarnos con el clima, pero la contemporánea da nuevas herramientas para llevar una vida sostenible. La tradicional nos enseña a aprovechar los recursos, pero hay que ser conscientes de que la densidad de construcción no es la misma ahora que antes y eso complica que las construcciones puedan aprovechar esos recursos tradicionales obligando a buscar materiales complementarios», dice Jaume Luis Salas.

¿Es necesaria una deconstrucción? ¿Es posible rehabilitar los edificios del boom del ladrillo reduciendo su huella? El arquitecto reconoce que no es fácil y que queda mucho trabajo por hacer. «Hay que dar una solución a la vivienda, en respuesta a la demanda social, pero también es necesario buscar soluciones para extrapolar la bioconstrucción a las grandes ciudades donde se ha crecido mal. Los edificios de los años 60 y 70 son muchos», relata.

La vegetación es un gran aliado de esa transformación. «Nosotros la utilizamos como material en cubiertas ajardinadas, algo a lo que ya jugaba la arquitectura tradicional. Apostamos por la vegetación para prevenir la insolación. Al final se trata de evitar el efecto isla de calor. En las grandes ciudades es necesario eliminar asfalto y hormigón y volver a los materiales transpirables que almacenan menos temperatura y son más permeables, no solo en la construcción de viviendas (patios o jardines), sino también en los espacios públicos», concluye Luis.

El uso de esos materiales transpirables mejorará nuestra protección frente a fenómenos meteorológicos adversos como las inundaciones. «Me preocupan las catástrofes climáticas. Si seguimos construyendo en zonas inundables habrá problemas, es necesario prevenir y adaptarse al medio. Tiene arreglo, pero queda muchísimo trabajo por hacer», sentencia el arquitecto.