La Galia Marindo y el Falso Lechín, el ministro Fructuoso Cabrera y Gastón Kholberg (alias el “Pibe Maravillas”, ex puntero derecho de la selección boliviana), el Mantecol y el viejo jazzero Pianola, la Ofelia Limpias y el “doctor” Acuña (alias “Jacuña Matata”), la “Trini” y el Ronckarrolo, el “Cocólico” y la Serapita (antes yatiri Serapio), el “Tuercas” y el Fido Dido (alaraco baterista de Sepultálika), Leonor Arzáns y la cubana Yurisleidi, el ex boxeador Doble Nelson y el “Salchi-nazi”. Y así hasta un centenar de personajes, entrañables todos y todas; “pajpakus” muchos.
Es el universo alrededor de la pareja más torpe y querida de detectives privados que haya parido madre: el Jimmy Tica (don Jaime Orestes Tica Ocasio) y el “Baby Beef”, chapa de don Bosco Natalio Benítez Ramírez; es la agencia J&B “especializada” en latrocinios, desapariciones, chantajes, extorsiones, adulterios, crímenes irresueltos y otros entuertos. Teléfono: 421313.
“¿Dónde carajos está Litovchenko?” de los hermanos Loayza Minaya (editorial Nuevo Milenio) es la mejor novela boliviana en mucho tiempo. ¿Las razones? Mil y una, como las noches.
La primera: hacía harto que no me reía tanto con un libro. “La Leonor es requete rubia. De arriba sí pero de abajo es como Jiguchi”. El humor en nuestra seria y solemne literatura boliviana es una excepción: las letras nacionales se toman demasiado en serio. Álvaro y Diego, Diego y Álvaro son del otro equipo, el Irreverente FC: sus personajes joden y se ríen de sí mismos hasta más no poder. Ríen por no llorar, lloran por beber y chupan para olvidar de que se estaban riendo. El alcohol y las borracheras (con bolsitas de yupicol) destilan todo, como la buena carcajada.
Los Loayza (en perfecta alquimia a cuatro manos) también se hacen la burla de ellos mismos (no por nada por la novela pululan las hermanas Loayza, Alondra y Diana, penalistas convertidas al rubro detectivesco). Y eso traspasa las páginas provocando que el lector/lectora levante la mirada del libro a cada rato hilarante/agonizante; para cagarse de la risa.
La segunda (razón) es la potencia narrativa de los hermanos que espero no terminen como los Wachowski” (ahora Lilly y Lana). El torrente atrapa desde el minuto uno al noventa (y el alargue surrealista y desfachatado).
La capacidad de crear diálogos creíbles (otro gran problema de nuestra ficción) aporta agilidad y ritmo. La pareja diabólica te monta en el carro y no te quieres bajar nunca. Nota mental: la Brasilia amarilla mostaza del “Baby Beef” y Jimmy Tica es la “Ramona” de la “opera prima” de otro Loayza, Marcos; un personaje más con su radio embromada. Por cierto, la novela (con mucho de guion para “peli”, otra de las facetas de los hermanos) pide a gritos una adaptación cinematográfica.
La tercera (razón) es la habilidad para recrear una década con mala fama, los noventa -en La Paz (otro personaje). Los antros de la ciudad (reconocibles a pesar de cambios de nombre), el barrio de Los Pinos y su microcosmos clasista, las laderas (y el Pollo Crazy de la 10 de Obrajes), la política mafiosa de aquel tiempo (no diferente a la actual, dicho sea de paso) y las pandillas de la urbe (por ahí pululan los “Vengadores del Futuro” de Cristo Rey) son retratados con pluma/tinta ácida, corrosiva y sarcástica. De yapa, la jerga de la época (de los adolescentes y mayores, incluso la jerga particular de cuates) aporta credibilidad y nostalgia.
La cuarta es la trama. Sin joder ni avanzar destripes, la cosa va de dos detectives truchos (un ex tramitador y un ex gacetillero, eximio cronista; autor de documentales como “Salteñero de día, anticuchera de noche”) contratados para resolver un caso de desaparición de chica linda adolescente, víctima de una red de explotación sexual liderada por pervertidos políticos de derechas, policías cómplices y embajadores.
El Litovchenko del título (¿un guiño al querido volante de contención bolivarista/stronguista “Lito” Reyes?) es un ex agente de la KGB reconvertido en narco/creyente del futuro de Bolivia como país exportador (de la “blanca”); “una nación socialista que nutra su justicia e igualdad haciendo uso de las enfermedades del capitalismo; un modelo inédito de bienestar social; las ganancias ilícitas del tráfico de drogas financiando un sistema soviético-boliviano; Bolivia como faro del auténtico socialismo, gracias al imperio de la cocaína”. En definitiva, un narco-estado que alimente la utopía marxista.
El grotesco, mejunje delicioso y sórdido a partes iguales, es la vía/excusa para una brutal crítica social, característica del género policial/negro en la que se incluye la novela. Lo grotesco rima con la exageración (algo que vuelve la novela más paceña y boliviana); con la distorsión y la oralidad. Es un arma poderosa y los hermanos Loayza lo saben.
Por cierto, las novelas de detectives (tan presentes en la literatura latinoamericana con sus ricas particularidades) han sido poco cultivadas en la narrativa boliviana (quizás porque necesitan de humor, osadía e ironía política).
La quinta (razón) es la conexión (diálogo lo llaman los académicos) que tiene la novela con sus pares/padres. Es inevitable pensar en otras obras del género como “American Visa” del difunto Recacoechea (a Juan le hubiese encantado el libro); en “Periférica Boulevard” de Adolfo Cárdenas; en los cuentos de Víctor Hugo Viscarra; en La Paz de Saenz; sin la densidad y gravedad de estos últimos; faltaría más. Y en los clásicos del género. Aunque Tica y “Baby Beef” estén alejados del prototipo de pareja de detectives privados. Ellos, como La Paz, no se parecen a nada/nadie. Son tahúres de Chuquiago Marka y resuelven los casos a golpe de registro metódico en grabadorita (a modo de bitácora) y pura intuición; siempre al margen de la puta ley.
Los lectores y lectoras rogamos al cielo celeste y gualdinegro que se venga una serie con estos dos personajes (empáticos a más no poder) que ya se han colado en el imaginario colectivo de la ficción/afición paceña. Se necesitará un par de milagros y una resurrección. Y un rezo -de yapa- a la Virgencita del Socavón, la protectora del “Baby Beef”.
La sexta es la música (en discos y cassettes). “¿Dónde carajos está Litovchenko?” no solo se lee, también se escucha y tararea. O mejor dicho se mueve la cabeza mientras lo lees, al ritmo de la escena “chuquiagótica”, el metal y la cumbia.
Slayer, Mazzy Star, Paradisio (los de “Tú y yo a la fiesta”), Black Sabbath, Judas Priest, Hypocrisy, el “death metal” de los paceños Subvertor y Effigy of Gods e incluso bandas ficticias como Azkargorth. En el libro los hermanos Loayza arman/ofrecen la banda sonora a través de un código para descargar en Spotify.
La séptima es el cacho. Otra vez el cacho, elevado a la categoría de mitología boliviana (como el mus entre los vascos). Como en su primera novela (“De k’enchas, perdularios y otros malvivientes”) el tributo a este juego de arte y ciencia (destreza pura y dura) se hace presente como marca de estilo. El último campeonato será mítico: organiza la Asociación Nacional de Detectives Privados, la temida ANALDEP. Lugar: el New ex Ambassador.
El cosmos de personajes (alejados de la caricatura, otro mal de nuestras letras y nuestro cine) y el reparto coral es otra seña de identidad de la casa. Nota mental: ¿por qué han fichado los Loayza por la editorial cochabambina Nuevo Milenio abandonando a la paceña El Cuervo? ¿Ha sido una “dormida” en toda regla?
La octava (y última razón) es una decidida y firme apuesta por una literatura boliviana con identidad propia. Los hermanos no tienen agente/agencia internacional para dar el salto a las grandes ligas de la narrativa joven latinoamericana. No juegan ese partido ni les interesa. Se alejan a propósito de las modas literarias impuestas por sellos y representantes: el terror gótico, las distopías futuristas, la folklorización de los temas sociales y la pinche autoficción narcisista que ya cansa.
Diego y Álvaro hablan de su pueblo, de lo que conocen, de lo que han vivido en primera persona. Y lo hacen con un lenguaje también propio, sin pensar en el lector allende los mares. Por eso, su literatura es la más universal de todas.
La novena (razón/noche): “¿Dónde carajos está Litovchenko?” camina inexorablemente hacia una obra de culto; se estudiará en la carrera de la Literatura de la UMSA y se reeditará/citará por doquier. Sus personajes mala/buena vida nos habitarán por los siglos de los siglos, amén. No se olviden por si acaso de la primera contraseña para entrar en La Paz subterránea de los Loayza: “Una gárgola para Melgarejo”.
Post-scriptum: si te has quedado pensando en quién carajo es la Galia Marindo, acá va un “spoiler” para abrir boca. Es la “madame” anarquista del vanguardista lenocinio y funeraria (a la vez) llamado “Senda al Paraíso”, lugar donde irán a parar el “Baby Beef” y el Jimmy Tica para resolver el caso. ¿Entienden ahora lo del humor salvador?