Alfonso Calza llega en patinete hasta su estudio en el barrio del Carmen. Su base está en una calle conocida por las pinturas que hay en los muros. Uno de esos dibujos es sobre una pareja que se está besando, inspirado en una fotografía suya robada en la parada de metro de London Bridge. Ahora las parejas pasan por esta calle, se detienen y se hacen un retrato besándose tan apasionadamente como los protagonistas del mural.

El fotógrafo, de 42 años, va vestido de negro ‘total look’ con unos pantalones pitillo que le estilizan. Todo lo que le rodea parece muy cuidado y estudiado. Muchas veces, para explicar algo, despliega uno de esos móviles de doble pantalla y muestra ahí la fotografía de la que habla. No hay respuestas simples. No conoce el sí y el no. Y si le preguntas dónde se crio, te cuenta la historia de una torre en la avenida de Aragón, frente al Edificio Europa, que se construyó en un solar que compró en su día una cooperativa de arquitectos con la idea de que cada uno se diseñara su propia vivienda. “Se hicieron 16 pisos y no había pilares en medio para que tuvieran libertad creativa. Tengo un amigo en el cuarto que vive con su madre soltera en un piso de 160 metros cuadrados prácticamente diáfano. El edificio está hecho con mármol travertino y está chulo”.

Alfonso tiene la voz soplada y duda mucho sobre qué contar y qué no contar. Su padre es arquitecto y su madre fue directora provincial de tráfico. Él estudió Arquitectura, aunque siempre le llamó la atención el mundo audiovisual. Ahora, con la experiencia de los años, hace balance y considera que la arquitectura le ha dado un visión diferente del mundo que fotografía. “Y al final he llegado a donde quería, que era ganarme la vida con mi mirada, ya sea en foto o en vídeo, y, además, me ha permitido trabajar para arquitectos”.






De adolescente también practicó los deportes de raqueta y aprendió a tocar el piano. Lo cuenta como quien fue dos años a clases de judo, pero después, al final de la charla, explicará que a veces lo contratan para tocar el piano y que la última Nochevieja el Hotel Vivood le puso un piano de cola para amenizar la velada.

Como músico tuvo sus años de grupos juveniles. En uno, la Sandford Alligator Band, enfocada al soul y al blues, llegaron a ganar el ‘Sona la Dipu’. “Y así fue como acabamos tocando en Xàtiva como teloneros de David Bisbal. Hay cosas por ahí en YouTube espantosas. Todos tenemos un pasado…”.

Un vídeo providencial

Alfonso busca el origen de su mirada única y se remonta a la niñez, a las clases de dibujo en la que otros compañeros tenían la mano para dibujar un Son Goku impecable. “A mí no me salía así y les admiraba por eso. Pero luego descubrí que si les admiraba es porque no tenía la habilidad pero sí la sensibilidad. Y ahora he encontrado una herramienta que no limita mi torpeza manual”. Como para ilustrar el momento, Alfonso busca en el carrete de su móvil una fotografía en la que sale de niño con una cámara de juguete. “Se podría decir que fue mi primera cámara”, suelta antes de estallar en una carcajada. Luego cuenta que en los viajes empezó a disparar con la cámara y que luego, de Erasmus en Aquisgrán (Alemania), se abrió un blog donde publicaba algunas fotos.

La conversación empieza a abrir algunas rendijas. Da la sensación de que está atravesando una etapa en la que se está cultivando: ha vuelto a tocar el piano y hace un esfuerzo por mantener su nivel de inglés y alemán. Sus primeros trabajos fueron para arquitectos, lo tenía fácil. Pero un punto de inflexión, al menos en su fuero interno, fue el día que se compró, con 22 años, la cámara Canon 5D Mark II. “Era la primera que grababa vídeo y pensé que eso me iba a permitir hacer algo nuevo. Hice una puerta fría a los periódicos locales y el único que me recibió fue la delegación de ‘El Mundo’.






Me reuní con Javier Borrás y me propuso hacer un vídeo del MTV Winter en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. No me pagaban pero me motivó porque actuaba Franz Ferdinand. Yo ya tenía que canción quería utilizar, ‘Take Me Out’, y qué recursos utilizar. Yo me dedicaba a hacer fotos robadas de la gente que llevaba ciertas pintas porque durante el Erasmus ya había trabajado mucho ese tío de foto, muy callejera. Con las nociones que había aprendido de edición de vídeo, acabó el concierto, me fui a mi casa, lo monté y a la mañana siguiente ya lo tenían en ‘El Mundo’. Lo subieron y lo reventó. Llamó la MTV y llamó la Ciudad de las Ciencias, para quien acabé trabajando. Fueron años de mucha actividad porque se produjo la inauguración del Ágora, el concurso internacional de hípica, la Campus Party… Yo hacía vídeos con ese esquema del MTV, de montarlo con música, y a partir de ahí empecé a hacer vídeos en bodas”.

A Alfonso Calza no le termina de gustar que le digamos que es el fotógrafo de las bodas VIP. “Yo podría vivir solo de las fotografías que hago de arquitectura. O podría vivir solo de las bodas. O de las cosas sueltas que me salen. Pero ahora mismo el 70% son las bodas. Las bodas tienen una ventaja y es que se planifican con mucha antelación, con más de un año. Por eso yo ya tengo llena la agenda del año siguiente y eso te da una tranquilidad y te permite hacer algunas inversiones. Los otros trabajos son a corto o medio plazo”.

“Niñas bien posicionadas”

Su recorrido fue totalmente orgánico. La primera boda fue la de su prima Cristina, y a partir de ahí fue creciendo. “Al principio hacía bodas de las hermanas mayores de mis amigos, luego hice la de mis amigos y ahora la de los hermanos pequeños de mis amigos. Luego empezó a llamarme gente que ya no conozco. Sí que coincide que me cuelo en alguna boda que estaba bien y de ahí me meto en algunos círculos de niñas bien posicionadas en València. Al final sí que hay una buena parte de gente que me busca, gente tradicional, de San Juan del Hospital… Pero hemos hecho bodas de todos los espectros”.

Alfonso cuenta que las bodas le han permitido conocer todos los barrios de València, entrar en casas de toda calaña. Le gusta su trabajo, le va bien y, como él cuenta, le permite estar presente en el día más feliz de muchas personas.  Un privilegio. “Eso genera una relación de afecto y agradecimiento muy bonita. Cuando mando un adelanto de mi trabajo, siempre recibo palabras de afecto y emojis de alegría”.






Hubo un momento, cuando Alfonso Calza ya era un nombre reconocido, en el que intentó abarcar lo imposible. Ahora no. “Ahora estoy en una fase de cuidar al máximo el producto y llegar hasta donde llego. El precio no lo pones tú, te lo pone el mercado. Pero no he subido mucho los precios. Hay compañeros más caros que yo”. Alfonzo intenta escaquearse de la pregunta de cuántas bodas hace al año. Da varios rodeos hasta que llega a un callejón sin salida y responde: “Hago menos bodas que hace cinco o seis años. Aproximadamente unas 30 bodas, más o menos”.

Desde la ceremonia hasta que entrega su trabajo, las fotos y los vídeos, pasan cerca de dos meses. Cuando ya está todo, cita a la familia en su estudio y proyecta su trabajo sobre una gran pantalla. El estreno. Otro día de celebración. Una idea muy aplaudida.

El estudio ahora está rodeado de murales, pero cuando llegó hace 12 años la calle era mucho menos amable. Antes, después de un mal momento, había vuelto a casa de sus padres porque necesitaba que el trabajo remontara. Alfonso recibía a los clientes en el comedor. Un día entendió que necesitaba salir de allí y se puso a buscar una planta baja con mucha luz donde trabajar y vivir. Buscó en Ruzafa, pero acabó en el Carmen. Primero se compró un piso y luego encontró ese estudio que, con el tiempo, también acabó adquiriendo en propiedad.

Portada del ‘Hola’

Allí ha ido creciendo como fotógrafo. Todo evoluciona. “Mi fotografía de boda bebe de la foto robada, que se ha llevado mucho. Ahora el mercado está derivando hacia una fotografía como si fuera de revista. A mí me gusta la fotografía documental, con robar la foto, con no tocarla. Al final, en una boda, hay fotografías que intervienes y que no. No puede faltar un concepto casi periodístico: si los novios tuvieran que contar su boda en dos o tres fotos, qué fotos serían. A mí, por eso, me gusta presentarles después diez fotos destacadas de la boda”.






Si hace 30 bodas al año, significa que tiene menos de 25 fines de semana libres. Algunos se los bloquea con tiempo para poder hacer un viaje. Alfonso Calza está muy cotizado y muchos novios alteran el orden ‘natural’ -elegir primero la masía, luego la iglesia y después el fotógrafo- y, antes de cerrar la fecha de su boda le preguntan la disponibilidad. Ahora llega septiembre, uno de los meses más fuertes del año. “Aunque ahora, como las bodas suelen ser de día, el calendario se ha alargado mucho y puedes llegar hasta noviembre e incluso diciembre”. También tiene su temporada baja, básicamente Fallas, Semana Santa y agosto.

Entre las fotos de su móvil llama la atención una portada del ‘Hola’. Ahí va una foto suya, explica, de la boda más potente que ha hecho: el enlace de Natalia Santos Yanes, hija de los dueños del Hotel Las Arenas y la Joyería Yanes, con Juan Rivas, de los Autobuses Rivas, de Madrid. “Ese día estaban invitados Luis Alfonso de Borbón, Paloma Cuevas, el alcalde de Madrid, Enrique Cerezo, Mijatovic, Lidia Bosch… Es curioso porque suelo estar yo solo, pero al salir de la iglesia había un montón de cámaras de televisión y de revistas”.

Su trabajo tiene una parte que, más o menos, sigue un patrón, una serie de fotos que, por experiencia, sabe que gustan mucho, y otras que deja a la improvisación, a los momentos que surgen de manera espontánea. Y siempre tiene un ojo en lo que hacen los compañeros para aprender e inspirarse. Alfonso Calza habla de dos grandes referentes en España: Serafín Castillo y Pablo Laguía. Ahora también le llama la atención la IA y cuenta que, con los nuevos formato de Instagram, más verticales, le gusta estirar las fotografías completando los cielos con la IA.






Instagram es un escaparate impagable. Allí comparte las fotos de los edificios que retrata desde el ángulo perfecto, las de las bodas con novios sonrientes y divertidos, y otras menos estudiadas de su viaje a Japón, por donde este verano ha debido pasar media València. Aunque sabe que las redes sociales son un arma de doble filo. “Facebook en su momento también fue un escaparate muy bestia. Ahora lo tengo abandonado. Es una herramienta de comunicación muy importante. Pero creo que las redes tienen más desventajas que ventajas. Instagram crea muchas cosas tóxicas, de comparación, de ver la vida idealizada y falsa de los demás, pensar que a los demás les va mejor que a ti, el enganche, ataca a la productividad… Pero no puedo quitarme porque es un vehículo muy fuerte de comunicación”.

Llega septiembre y su agenda está al completo. Ahora no hay tiempo para viajes. Solo fotos, vídeos, novios y edificios. Bodas de postín con la alta sociedad valenciana que quiere, entre otros sueños, una iglesia con encanto, una masía espectacular, trajes caros y las fotos y los vídeos de Alfonso Calza.