Este verano estuve en Berlín. Leí enfebrecidamente ‘Final en Berlín’, de Heinz Rein (Sexto Piso), y me trasladé a los días del llamado hundimiento, cuando la ciudad cayó, y Goebbels y sus secuaces, que habían lavado a conciencia millones de cerebros haciéndoles creer que aquello que hacían era lo mejor que podía hacerse —no subestimen jamás el poder de la propaganda y pregúntense por qué opinan lo que opinan ahora mismo sobre cualquier cosa, ¿es una opinión real, o están dejándose llevar por lo que creen que está bien opinar?—, seguían mintiendo en el único periódico que seguía editándose, destacando sólo aquello que aún no había caído, y pidiendo a los ciudadanos que no se rindiesen en nombre de un pueblo alemán que no era el pueblo alemán, sino ideología nazi.

Heinz Rein nació en Berlín, en 1906, y murió en Baden-Baden, una ciudad balneario de la Selva Negra, en 1991. Trabajó como empleado de banca en los años 20, y luego como periodista deportivo hasta que se quedó sin trabajo por estar del lado de la izquierda alemana. En 1934, los nazis prohibieron su obra. Rein pasó un tiempo bajo custodia de la Gestapo y se vio obligado a hacer trabajos forzados. Cuando la guerra terminó, en 1945, se convirtió en consultor literario para la administración alemana de la Zona de Ocupación Soviética. Fue en esa época cuando escribió ‘Final en Berlín’, que no sólo es su novela más famosa, sino una especie de piedra de toque de un momento fundamental en la Historia, y en la psicología enferma de masas, del que aún no se ha escrito lo suficiente.

Aunque Helen Oyeyemi (Nigeria, 40 años) está, desde hace unos años, afincada en Praga, pasó un tiempo en Berlín. Pero no me vino a la mente entonces porque tuviese nada que ver con la ciudad —aunque nació en Nigeria, creció en Londres, y su literatura es fantásticamente, en más de un sentido, ‘british’— sino porque su última novela, ‘Pan de jengibre’ (Acantilado) tiene mucho que ver con un par de hermanos que si no nacieron, sí murieron en Berlín. Pensé en ellos al pasar por una calle que llevaba su nombre. La Grimmstraße. Ajá, los hermanos Grimm. Jacob y Wilhelm. Los recopiladores de un buen puñado de cuentos de hadas terroríficos. Cuentos de hadas que han formado la idea de la maldad, y la bondad, en Occidente, ¿o no ha sido así, sin pretenderlo?

El Bien y el Mal

Los hermanos Grimm nacieron en 1785 y 1786, y el primero, Jacob, tenía 11 años y Wilhelm 1o cuando murió su padre, y la familia se empobreció terriblemente, lo que contribuyó a que los hermanos se empleasen a fondo en aquello que decidieron hacer. ¿Y qué decidieron hacer? No escribir cuentos, sino investigar la historia antigua de la literatura y el idioma alemán y coleccionar y registrar por escrito historias populares que terminaron por convertirse en cuentos de hadas que, sí, moldearon de alguna forma el Bien y el Mal, y exploraron crueldades derivadas de lo social, como —tal vez basándose en lo que vivieron en casa— cuando los padres de Hansel y Gretel les abandonan en el bosque porque no tienen nada con qué alimentarlos. Son terriblemente pobres.

Recuerden, en ese bosque, Hansel y Gretel caen en manos de una bruja malísima que vive en una casa de pan de jengibre, pastelitos, y todo tipo de dulces. El cebo perfecto para un par de niños hambrientos. La cosa es que la bruja, sé que lo recuerdan, nadie puede olvidarlo, es una bruja caníbal. Lo que pretende es comérselos. Empieza a engordar a Hansel, y se viven momentos angustiosamente inolvidables cuando los niños se hacen con un hueso de pollo y fingen que es aún un dedo del chico, para que la bruja no lo cocine. Al final, en una acción milagrosa —y realmente antipatriarcal— Gretel salva a su hermano —¡es prácticamente el único cuento infantil en el que una chica salva a un chico!— lanzando a la bruja al horno en el que pensaba asarlo.

¿Hace eso Oyeyemi en su nueva novela? Uhm, no. Oyeyemi, una genia de la reelaboración de cuentos clásicos, algo así como lo que ocurriría si cruzáramos a Angela Carter y Barbara Comyns con Kelly Link, se centra en el pan de jengibre, y dos amigas que van a desaparecer del mundo para aparecer en otro un lugar que no sale en ningún mapa: Druhástrana. Su intención es estar juntas para siempre. ¿Son las brujas? Uhm, piénsenlo. En la familia de Harriet Lee cocinan el pan de jengibre mágicamente a su pesar desde el principio de los tiempos, aunque a ella ni siquiera le sirve para que los padres del colegio la integren en sus reuniones. Si como decía Ana Llurba en su ensayo ‘Érase otra vez’ (Wunderkammer) los cuentos de hadas son espejos que reflejan la época en la que son «recontados», ¿qué dice Pan de jengibre del presente?

Suscríbete para seguir leyendo