El agotamiento vital del colombiano Andrés Caicedo, convencido que la vida no valía vivirse después de los 25 años. Séneca procediendo al suicidio con calma, tranquilidad y elegancia. La certeza de Arguedas de que con su muerte se cerraría una época en el Perú. La decisión de Stefan Zweig de envenenarse en Brasil seguro de que el nazismo terminaría imponiéndose en la guerra. Hemingway convencido de que nunca más escribiría algo bueno. Y al lado de estos autores, sus personajes: Madame Bovary sufriendo por horas su ingesta de arsénico. Los suicidas de la Divina Comedia convertidos en árboles nudosos en el séptimo círculo del infierno. Anna Karenina arrojándose a las vías de un tren por la ausencia del conde Vronsky. El desencuentro en la tumba de Romeo y Julieta, matándose tras mortal equívoco con veneno él, con puñal ella.
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En “Islas perdidas”, su más reciente libro, el escritor Jorge Valenzuela busca comprender esta mescla de tinta con arsénico. Desde la verdad poética del ensayo literario, inquiere en la decisión suicida de los miembros del gremio. Para él, aunque la ciencia postula que las respuestas tienen que ver con un desequilibrio en la química cerebral, Valenzuela argumenta que la medicación no es suficiente respuesta. “El cerebro del suicida es complejo y, en ocasiones, los tratamientos largos fracasan. Fármacos muy populares lo que hacen es generar estados de exaltación pasajeros, a los que le siguen caídas más profundas”, explica. Asimismo, en el caso específico de los escritores suicidas, muchos de ellos apelaron justamente a una sobredosis de estos para poner fin a su sufrimiento.
La muerte de Séneca, 1871. Cuadro de Manuel Domínguez Sánchez, de la colección del Museo del Prado, en Madrid. (Foto: Getty Images)
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Según el profesor sanmarquino, si bien no hay diferencias reales entre un escritor y una persona común que decide suicidarse, los autores que deciden quitarse la vida lo hacen a menudo sobre la base de un bagaje cultural, incluso emulando mecanismos o modos que ya habían sido utilizados por otros colegas. Además, una característica muy propia es que sus notas de despedida pueden convertirse en verdaderas especies literaria, las últimas páginas escritas con el deseo de pervivencia. Entre esos conmovedores textos Valenzuela destaca el caso del colombiano Caicedo, el autor de “Que viva la música”, quien a sus 25 años sentía un agotamiento absoluto por la imposibilidad de insertarse en el mundo. “El hecho de no poder competir, de no saber insertarse dentro de un mundo, lo obligan a mostrarse como un sujeto distinto. Su despedida manifiesta su imposibilidad de integrarse al sistema”, advierte Valenzuela. También fundamentales para su libro resulta la lectura de las cartas y diarios de José María Arguedas, a quien identifica como el primer escritor peruano que anunció su suicidio en una novela, convirtiendo sus páginas en algo que va más allá de la ficción. “Un libro como ‘El zorro de arriba y el zorro de abajo’ podríamos considerarlo un testimonio. Habla de una muerte que luego consumará en la vida real. Pienso que se trata del acto de consecuencia más honesto al que puede llegar un ser humano, leyéndose como un acto de desesperación también”, explica.
—La mortal lucidez—
A pesar de que la escritura es una forma de no perder la razón, el suicidio también puede ser un acto de lucidez, advierte Valenzuela, para quien existen dos tipos de escritores suicidas: por un lado, está el autor frío y metódico, que planea meticulosamente su suicidio, da cuenta a su familiares e incluso deja instrucciones tras su muerte, como es el caso de Emilio Salgari. Por otro, está el escritor impulsado por la desesperación. Pero en la mayoría de los casos, se advierte una especie de premeditación antes de consumar el acto.
Si bien razones como la infidelidad o la homosexualidad han dejado de ser motivos tan determinantes para el suicidio en una sociedad más relajada que en siglos anteriores, Valenzuela considera que estas motivaciones aún resultan detonantes para ciertos individuos. “De hecho, hasta hoy muchos jóvenes se suicidan por el hecho de no sentirse aceptados. Es el dolor ante el rechazo de la familia o del contexto social. Cada caso de suicidio es absolutamente singular”, afirma. Como causas principales, el autor menciona la soledad, la culpa, el cansancio vital, el abatimiento, la enfermedad o una accidental sobredosis.
ISLAS PERDIDAS
Autor: Jorge Valenzuela
Editorial: Alastor
Año: 2025
Páginas: 164
Asimismo, Valenzuela investiga casos en que la literatura también puede prevenir las decisiones fatales. Menciona, por ejemplo, el caso de Mario Vargas Llosa, quien afirmara que la lectura de “Madame Bovary”, especialmente el capítulo de su suicidio, le produjo un profundo deseo de vivir. “Ver cómo el personaje de Flaubert se envenenaba por una causa como la infidelidad, lo alivió de sus propias ansiedades. Creo que la ficción tiene una dimensión que ofrece al lector alguna clase de esperanza, alguna salida, una posibilidad de salvación. No deja de ser cierto que la escritura es terapéutica”, señala. “Yo lo he vivido personalmente. Cuando se vive un estado de depresión, uno está anclado en el pasado, el presente no existe y espera con terror el futuro. El acto de escribir te devuelve al presente. Así, la ficción puede tener un efecto benéfico, pueden salvarte”.
Por cierto, el autor se opone a toda romantización sobre el escritor suicida. “Un libro que habla de la muerte es también una forma de pensar nuestro lugar en la vida”, nos dice. Para él, el suicidio de un escritor no lo hace ni mejor ni peor, y no hay razón para convertirlo en mito. “Alentar este tipo de morbo me parece absolutamente perverso”, afirma.
Más que ningún otro libro que haya escrito, para Valenzuela este libro le demostró que el acto de escribir es absolutamente personal, y que en la mayoría de los escritores suicidas había un profundo amor por la vida más intensa. Y que no valía la pena vivirla de una manera menoscabada o limitada. “Tomar la decisión de autoeliminarse no contradice el amor por la vida. Muchos la amaron tanto que no soportaron vivir bajo la represión, la autocensura o el miedo. No podían vivir sintiéndose cohibidos, aplastados por una fuerza que no llegaban a comprender”, añade.
A TENER EN CUENTA
• Cada 10 de setiembre se conmemora el Día Mundial de la Prevención del Suicidio con el objetivo de prevenir, sensibilizar y concientizar sobre este tema. Según cifras del Ministerio de Salud, poco más de la mitad de los casos corresponde a víctimas adolescentes y jóvenes.
• Asimismo, estudios del Instituto Nacional de Salud Mental dan cuenta que el 80 % de los suicidios se producen en personas con depresión, sin embargo, muchos suicidios ocurren de forma impulsiva en momentos de crisis, producidos por problemas económicos, ruptura de pareja, enfermedades crónicas, violencia, abusos, pérdidas y sensación de aislamiento.
• El MINSA ofrece un servicio telefónico de orientación en salud mental gratuito: basta marcar el 113, opción 5. O acercarse al centro de salud más cercano.