Ana Böttcher, alemana afincada desde hace 35 años en Salto del Negro, una pedanía rural de Cútar, ha cumplido un sueño que llevaba décadas rondándole la cabeza: hacer un viaje largo en bicicleta. En concreto, el camino desde su casa en la Axarquía malagueña hasta Bremen.

No lo hizo sola ni en línea recta. La acompañó una gran amiga y juntas siguieron rutas cargadas de historia, en especial la Vía de la Plata y otros trazados vinculados al antiguo Imperio Romano.

“Yo siempre había pensado: un día iré en bici hasta Alemania”, cuenta Ana. La idea la inspiró un compatriota que años atrás llegó pedaleando desde su país. En Alemania, explica, los viajes en bicicleta son algo común, mientras que en España suelen verse más como deporte que como transporte. Con 63 años decidió que había llegado el momento: “La vida es limitada, lo que quieras hacer tienes que hacerlo antes de hacerte mayor. Si no, viajan tus herederos”.

El 4 de mayo salió desde Málaga junto a una amiga. Eligieron atravesar primero Sevilla y Extremadura para enganchar con la Vía de la Plata: “Nunca la había hecho y sabía que los paisajes eran muy bonitos”.

Uno de los alucinantes paisajes que vio.

Uno de los alucinantes paisajes que vio.

Desde Mérida, que le recuerda siempre a Roma, comenzaron a ser conscientes de que estaban cruzando territorios que antaño pisaron los romanos. “Mi hijo me dijo: mamá, has cruzado el Imperio Romano de Occidente. Y era verdad, aunque no fue la intención inicial”, reconoce entre risas.

Ruta de bicicletas de montaña (BTT)

En Salamanca se detuvieron en puntos como la histórica universidad, y más adelante recorrieron Burgos y San Sebastián hasta llegar a Francia, donde disfrutaron de la costa atlántica y los castillos del Loira. Ya en Alemania, pasaron por Trier que les recordó a la historia de Mérida y que llegó a ser apodada en su día como la segunda Roma; y siguieron el Rhin hasta Osnabrück, el último punto vinculado a los romanos antes de alcanzar Bremen.

En una aplicación para deportistas viajeros ha ido narrando día a día sus aventuras a sus amigos, que en comentarios le apoyaban y la admiraban. Muchos de ellos no se imaginan firmando una hazaña como la suya, pero ella cree que todo el mundo puede hacer algo así.

Su compañera no estaba especialmente entrenada y en realidad ella tampoco, pero como tiene un trabajo muy físico como es el mantenimiento de casas reconoce que eso da muchísima fuerza.

78 etapas, 3.750 kilómetros y muchas lecciones

En total, el viaje duró 104 días, de los cuales 78 fueron de pedaleo. El resto, pausas necesarias para descansar y conocer mejor los lugares visitados. La mayoría de las noches durmieron en tienda de campaña: solo 14 veces optaron por hostales u hoteles.

No todo fue fácil. “En Zamora tuvimos que empujar la bici porque las cuestas eran imposibles. En el País Vasco nos tocó pedalear por una autovía de cuatro carriles, y en Francia sufrimos olas de calor de 40 grados”.

Aun así, Ana insiste en que lo más duro no fue lo físico, sino tener fuerzas suficientes para arrancar cada uno de los más de cien días que estuvieron de viaje.

La aventura también fue un viaje repleto de aprendizaje. Para Ana eso ha sido lo más importante, adora aprender cosas nuevas. “He aprendido cómo crecen los garbanzos, o muchas plantas que veía en el camino. Como íbamos despacio, podíamos observar todo y buscarlo en el móvil. Igual que la ruta, que era improvisada totalmente. Hacíamos lo que nos iba apeteciendo”.

Ana se encontró un árbol por el camino.

Ana se encontró un árbol por el camino.

Cedida

Ana subraya la importancia de haber compartido la ruta con su amiga: “El mayor logro fue que no nos peleamos en tres meses, a pesar de estar 24 horas juntas en espacios muy pequeños. Eso no lo aguantaría ni con un marido”, confiesa entre risas.

La alemana también ha tenido tiempo para reflexionar. Cree que nos complicamos demasiado en la rutina diaria. Le ha aliviado mucho tener que pensar solo en algo más de tres meses en pedalear, comer y encontrar dónde echar un sueño. «No tenía más preocupación. Creo que la vida tampoco era fácil, pero sí muy simple», sostiene.

Ana y su amiga compartiendo un rato de relax.

Ana y su amiga compartiendo un rato de relax.

Y el recorrido lo hicieron con bicicletas normales, no eléctricas. “Eso nos dio libertad, porque no dependíamos de enchufes. Incluso alguna noche acampamos al aire libre y nos topamos con la Guardia Civil, que se sorprendía cuando les decíamos que íbamos hasta Alemania”.

El viaje culminó en Bremen, donde la hija de su amiga les preparó una pancarta y su propia familia –la mayoría reside allí– la recibió con flores y una fiesta sorpresa improvisada. “Fue muy emotivo. Estaban mis hijos, mi hermana… Después de tantos kilómetros, llegar y verlos fue muy bonito”, declara.

La pancarta con la que ambas fueron recibidas.

La pancarta con la que ambas fueron recibidas.

Hoy, de vuelta en Salto del Negro, Ana sigue convencida de que la edad no es excusa para cumplir cualquier sueño. Ella ya guarda en su mochila de recuerdos una de las mejores experiencias que ha podido vivir. Y todo parece indicar que si la vida le sigue dando salud y fuerza, serán muchas las páginas que le queden por escribir en su libro de aventuras particular.