Un estudio médico reciente da detalles nuevos sobre su increíble recuperación, tras el accidente de 2022: lo cerca que estuvo de la muerte y su extraordinario regreso a las competencias, como la Vuelta a España que corre por estos días.
7 de septiembre de 2025
Por: Jaime Flórez / Ilustración: Angie Pik
Egan Bernal tomó partida en la Vuelta a España, que terminará la próxima semana, con un sueño en mente: coronarse campeón, sumar esa victoria a las que ya obtuvo en el Tour de Francia y el Giro de Italia, y convertirse en el octavo corredor en la historia que gana las tres grandes competencias del ciclismo. Una hazaña que le aseguraría un lugar en el panteón de ese deporte, junto a los más grandes: Eddy Merckx, Bernard Hinault y otros pocos inolvidables. Pero la realidad deportiva, ante rivales en mejor forma que el colombiano, es que está lejos de lograrlo.
Sin embargo, en cada pedalazo, Egan carga el glorioso peso de una hazaña que no quedará en los libros de récords, aunque tal vez sea más meritoria e improbable que ganar las tres grandes vueltas. Su gesta quedó retratada en un artículo académico, publicado en marzo pasado en la revista científica Journal of Orthopaedic Reports, que revela detalles desconocidos del sufrimiento por el que pasó el ciclista, luego de un accidente en 2022, y de su increíble recuperación. Si el ciclismo, como ningún otro deporte, enaltece la capacidad humana de resistir y sobreponerse al dolor, Egan es uno de los más grandes en esa materia.
Con autorización del ciclista colombiano, un grupo académico de médicos e investigadores de la Universidad de La Sabana analizaron su historia clínica y cruzaron la información con la de otros estudios sobre accidentes de deportistas. Llegaron a varios hallazgos sorprendentes: el 24 de enero de 2022, luego de estrellarse a 60 kilómetros por hora contra un bus en una vía cercana a Tocancipá, donde entrenaba, Egan estuvo cerca de la muerte. Cuando llegó a la clínica de La Sabana, donde lo trataron, tenía múltiples heridas, hemorragias y dificultades para respirar.
Basados en su estado, los médicos le asignaron un Índice de Gravedad de las Lesiones (ISS), una medida que se usa para evaluar los riesgos que enfrentan los pacientes y tomar decisiones sobre su tratamiento. El puntaje de Egan fue de 41, lo que indica que su estado era crítico. Con un puntaje así, el riesgo de morir ronda el 60%, según la literatura médica. Como una moneda lanzada al aire y antes de caer, Egan entró al hospital con probabilidades divididas, casi en partes iguales, entre la vida y la muerte.
El estudio describe sus 17 huesos fracturados: una vértebra del cuello, dos vértebras de la espalda, once costillas, el fémur y la rótula de la rodilla derecha y la falange de un dedo. Sus pulmones lastimados, sangre regada internamente en el tórax. El cuerpo de Egan estaba roto. Especialmente sus lesiones en la columna vertebral lo ponían en riesgo de quedar parapléjico. Luego de las primeras atenciones para estabilizar sus signos vitales, Egan entró al quirófano. Cuando salió, así lo muestran las radiografías, su cuerpo estaba lleno de clavos, tornillos, alambres y barras de acero y titanio.
Los autores del artículo compararon el caso de Egan con estudios sobre otros deportistas. Uno de estos recogió información sobre 207 atletas que sufrieron politraumatismos, como el ciclista de Zipaquirá. Al cabo de 17 años de seguimiento a esos casos, concluyeron que el 59,1% de ellos no pudieron volver a sus actividades deportivas. El panorama de Egan era incluso más adverso porque, en promedio, estos atletas estudiados tenían un Índice de Gravedad de las Lesiones de 22,8 puntos, muy inferior al de 41 del ciclista colombiano. Es decir que, tras haber derrotado el alto riesgo de muerte, Egan tenía que volver a luchar contra las probabilidades si quería regresar al ciclismo.
Tras salir del quirófano, entró a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde lo operaron de otras fracturas en su cara. Al tercer día, comenzó la fisioterapia. Poco después, con un corsé que le ayudaba a soportar su columna lesionada, ya se esforzaba para ponerse de pie, y pronto se montó en una bicicleta estática para probar su pedaleo. Once días después de haber entrado a la UCI, fue dado de alta. El riesgo de quedar cuadrapléjico estaba vencido. Pero aún no sabía si podría volver a competir.
El estudio da cuenta de las dificultades que enfrentó. En el análisis de los casos de deportistas con fracturas de rótula, como la de Egan, encontraron que sólo el 19,4% de ellos volvió a competir en su deporte. Sobre las lesiones en el cuello, que no son tan comunes en los atletas, no hay mucha evidencia, pero sí una larga lista de contraindicaciones derivadas que hacen imposible la práctica deportiva. Las fracturas de fémur, agrega el estudio, no solo afectan el cuerpo, sino también la mente de los deportistas: “suelen provocar ansiedad y miedo relacionados con el proceso de recuperación, la reincorporación a las actividades o el rendimiento deportivo previo, y una disminución de la capacidad atlética”.
Pero Egan derrotó todas las estadísticas. Dos meses y medio después del accidente en el que rozó la muerte, ya estaba montando bicicleta de nuevo. Siete meses después, en el Tour de Dinamarca, volvió a competir con la élite mundial.
El estudio de la Universidad de la Sabana resalta que esa extraordinaria recuperación fue posible gracias a un trabajo impecable de los médicos que lo atendieron: “Se destaca la importancia del trabajo en equipo eficaz, el establecimiento de planes de respuesta rápida y la integración oportuna de la rehabilitación como aspecto fundamental de la atención”. Sin duda, así fue, como lo ha reconocido y agradecido el mismo Egan. Pero la historia de su carrera, desde niño, ya mostraba que era un prodigio no sólo por sus victorias, también por la capacidad de recuperarse de los golpes más duros.
Cuando aprendió a sufrir
Germán Bernal no quería que su hijo fuera ciclista, y no por desprecio a ese deporte. Todo lo contrario, había pasado gran parte de su vida montado en una bicicleta. Corrió en equipos aficionados, intentó ser profesional, pero nunca llegó a la élite. Por eso, cuando veía a Egan, de solo ocho años, queriendo seguir sus pasos, su instinto protector le indicaba que debía alejarlo del ciclismo para evitarle el sufrimiento y la frustración que él padeció. Pero el niño insistía. Entonces, Germán lo llevaba a entrenar por rutas largas y difíciles, buscando que se rindiera. Egan no retrocedía, recuperaba el aliento y se alistaba para el siguiente recorrido.
Fabio Rodríguez, ciclista profesional retirado y primer entrenador de Egan, le decía a su amigo Germán: “Déjalo que lo pase mal. Sufrir espabila, le va a ayudar a crecer y a forjarse el carácter”, cuenta Guy Roger en el libro “Egan Bernal y los hijos de la cordillera”. A los ocho años, Egan ganó su primera carrera en Zipaquirá, la tierra de su familia. Pero tal vez lo que sería más decisivo en su vida es que a esa edad ya había aprendido que el ciclismo es, antes que nada, una competencia contra el sufrimiento.
Durante sus años de formación, Egan se dedicó al ciclismo de montaña. En 2012, cuando tenía 15 años, fue seleccionado para participar en el campeonato sudamericano en Argentina. Era la carrera más importante en su trayectoria hasta entonces, una oportunidad para hacerse notar, para abrirse camino. Tres semanas antes de la competencia, durante un entrenamiento, Egan se lanzó por una pendiente empedrada y se cayó. Se fracturó la clavícula derecha. Un médico de Zipaquirá, amigo de la familia, decidió que no lo operaran. Le puso vendajes, le inmovilizó el brazo y le recetó compresas calientes con aguas de hierbas. Dos días después de haberse roto el hueso, Egan ya entrenaba en el rodillo. Dos semanas después, volvió a las pistas. Participó en el torneo y estuvo a punto de ganar. Egan ya mostraba su excepcional capacidad de recuperación.
En 2015, la historia se repitió cuando se preparaba para los Panamericanos junior de ciclismo de montaña que se disputarían en Cota, Cundinamarca. Dos semanas antes de las pruebas se rompió la otra clavícula, la izquierda. Esta vez tuvieron que operarlo. Un par de días después ya entrenaba de nuevo. Quedó campeón de la competencia.
Tras una racha de buenos resultados, el joven ciclista decidió cambiar de disciplina. Se pasó a la ruta, una modalidad con más visibilidad y oportunidades que la montaña, y pronto viajó a Europa a buscar un equipo para consolidar su talento. Sus primeros entrenadores notaron de inmediato que estaban frente a una promesa del ciclismo. Egan obtuvo registros excepcionales en las pruebas de consumo de oxígeno, de potencia de piernas y de resistencia muscular. Era un prodigio físico.
En 2018 ya corría en el mejor equipo del mundo. En marzo, Egan fue escogido por el Sky (hoy Ineos) para participar en la Vuelta a Cataluña. Apenas tenía 21 años, era la primera competencia que disputaba con su equipo en Europa, y su desempeño fue sorprendente. Llegó a la última de las siete etapas en el segundo lugar de la clasificación general, sólo por detrás de Alejandro Valverde, uno de los más experimentados ciclistas del pelotón internacional. Pero en el último día de la competencia, Egan se volvió a caer, volvió a romperse la clavícula. Como lo había hecho antes, se recuperó rápidamente y, ese año, llegó a la carrera más importante del mundo.
En su primer Tour de Francia fue un gregario determinante en la montaña para que su equipo arrasara, y sus compañeros Geraint Thomas y Chris Froome se llevaran el primer y tercer puesto en la general. Al final de la competencia, Dave Brailsford, director del equipo que había dominado el ciclismo mundial durante esa década, declaró que había encontrado en Egan a su nuevo campeón. Pero una vez más, como ha sido una constante en su carrera, el infortunio se atravesó en otro de sus mejores momentos.
Apenas una semana después del Tour, que había significado su entrada por la puerta grande del pelotón internacional, sufrió un accidente grave que frustró lo que quedaba de temporada. Durante la Clásica de San Sebastián se vió envuelto en una caída masiva de ciclistas. Sufrió un trauma craneal y una hemorragia cerebral. Se rompió la mandíbula, el tabique y perdió varios dientes. Tardó un par de meses en recuperarse.
En 2019, Egan se alistaba para liderar, por primera vez, al mejor equipo del mundo en una gran vuelta. El Sky había decidido que el joven colombiano debía intentar ganar el Giro de Italia. La preparación previa era prometedora: ganó la París – Niza, una competencia de importancia intermedia, y fue tercero en la Vuelta a Cataluña. Pero se accidentó en un entrenamiento en Andorra y volvió a fracturarse la clavícula. En el hospital, cuando esperaba que lo operaran, y consciente de que no llegaría al Giro de Italia, Egan sólo atinó a preguntar: “¿Cuánto tiempo nos queda para el Tour de Francia?”. Dos días después ya estaba entrenando de nuevo, relata Guy Roger en su libro. Egan estaba ansioso por hacer historia.
La caída en Andorra, de alguna manera, terminó siendo un golpe de suerte. Como no pudo ir al Giro, su equipo decidió que participaría nuevamente en el Tour, y esta vez como líder, pues Froome había sufrido un accidente grave. Lo que ocurrió luego quedó en la historia: con apenas 22 años, se convirtió en el primer latinoamericano en ganar la competencia más importante del mundo.
En la élite del ciclismo se vaticinaba entonces que comenzaría una nueva era en ese deporte, y que Egan sería su protagonista. Algunos incluso especulaban si llegaría a ser el mayor campeón de la historia, dada la corta edad con la que ganó su primera gran vuelta. Christian Prudhomme, director del Tour, lo comparó con el genio del tenis Roger Federer, dijo que marcaría una época, y que sólo le faltaba un Rafael Nadal, un rival a su altura, para escribir juntos su leyenda.
Pero contrario al destino que parecía escrito en ese momento, y pese a que todavía alcanzó a ganar el Giro de Italia en 2021, la grandeza de Egan se revelaría más por un accidente terrible que por otra gran victoria.
En 2022 comenzó la temporada entrenando en Colombia, en las carreteras donde se formó. Se esperaba que ese año pudiera medirse frente a Tadej Pogacar, el nuevo prodigio del ciclismo que apenas despuntaba. Había expectativa sobre si entre ellos nacería una rivalidad que marcara una época, como había vaticinado Prudhomme. El 24 de enero, Egan y varios miembros de su equipo entrenaban en la vía Tunja – Bogotá. Él iba a la cabeza del grupo, con su tronco inclinado sobre la bicicleta para disminuir la resistencia del viento. En esa posición no podía ver bien su entorno. Entonces, a 60 kilómetros por hora, chocó contra un bus intermunicipal que se había parqueado en la vía. Quedó tendido en el suelo, con heridas de gravedad, al filo de la muerte. Luego vino el milagro de su recuperación.
Lo que siguió para Egan tras el accidente está lejos de la carrera llena de títulos que auguraba su gloriosa irrupción en el ciclismo profesional. Apenas el año pasado volvió a ocupar puestos relevantes en las clasificaciones de algunas vueltas menores: fue tercero en Cataluña y cuarto en Suiza, por ejemplo. Este año volvió al top 10 de una gran vuelta: fue séptimo en el Giro.
“Quiero ganar la Vuelta a España y completar mi carrera”, dijo Egan en la víspera de la competencia que empezó el pasado 23 de agosto. Y lo ha intentado con coraje. En la mayoría de etapas ha cruzado la meta entre el grupo de los mejores. Sin embargo, es evidente que su nivel está un escalón abajo del de Jonas Vingegaard, el favorito, el dominador del ciclismo actual junto a Tadej Pogacar. El accidente de Egan dejó para siempre una duda que suele discutirse entre los aficionados del ciclismo: si no hubiera ocurrido, ¿el colombiano sería el tercer contrincante, el retador de esa dupla que marca la nueva era de este deporte?
Egan ha dicho varias veces que su mayor victoria es estar vivo. Por estos días, mientras recorre las carreteras españolas, se le ve sereno y optimista: su fortaleza al subir las montañas, su impecable figura atlética. Pero basta mirar las radiografías para descubrir el secreto de ese cuerpo. La mano sujeta con firmeza el manillar, aunque estuvo quebrada en su base. La pierna derecha empuja el pedal, a pesar de que el fémur y la rótula están unidos por clavos y alambres. El torso se inclina sobre la bicicleta, mientras, en lo profundo de su carne, atravesados en el pecho, once tornillos y dos barras metálicas de 15 centímetros sostienen su columna. La fragilidad invisible de un campeón.