Oasis de libertad en plena dictadura franquista, Cadaqués, en la Costa Brava, empezó a abrirse a las nuevas corrientes culturales y estéticas a partir de los años cincuenta, a medida que se convertía en un incipiente foco del turismo internacional y atraía a intelectuales, artistas y arquitectos de todo el mundo. Destacados representantes del movimiento moderno de este último grupo hicieron de ese pueblo pesquero, entonces de difícil acceso, un laboratorio para la experimentación de un nuevo lenguaje constructivo que amalgamaba las vanguardias y lo autóctono: Coderch, Correa, Milá o el dúo italo-británico Harnden y Bombelli.
Francisco Juan Barba Corsini fue también uno de ellos, pero en su caso, la Casa Zariquiey es para Toni Gironès “la única representante del estilo internacional. Es un pabellón que muy bien podía haberse levantado en California. Eso sí, interpreta a la perfección la condición del lugar en el sentido de que sabe protegerse de los vientos dominantes en la zona –con un gran muro envolvente de piedra local que es su rasgo más distintivo– y, además, al estar en segunda línea –en una pequeña península al este de la bahía de Cadaqués–, nadie te ve, pero tú lo ves todo. Está muy bien situada”.
A lo largo de todo este tiempo, diferentes modificaciones habían desvirtuado la esencia del proyecto original, que el estudio de Gironès se ha encargado de recuperar a instancias de sus actuales propietarios, una familia con cuatro hijos. Esta restitución ha tenido en cuenta, además, cómo había cambiado el entorno: los jóvenes pinos plantados en la parcela al finalizar la casa se habían convertido en recios árboles que han creado un gran manto vegetal sobre la construcción, “atribuyendo al lugar una nueva y determinante condición”, según Gironès.
El muro estructural de piedra local provee de privacidad frente a los vecinos y protege la casa de los vientos dominantes en la zona.
Eugeni Pons | Estilismo: Susana Ocaña | Proyecto: Barba Corsini
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Este nuevo contexto determinó varias soluciones en aras de “mejorar las condiciones de habitabilidad y, sobre todo, intensificar la relación con el clima exterior propio del Mediterráneo”, añade el arquitecto. Por ejemplo, la suite principal, que antes solo tenía salida al exterior a través del salón, se abrió a una terraza ampliada. Tanto en la cubierta del pabellón como en la del antiguo garaje –reconvertido en una vivienda anexa con cuatro habitaciones que suma 133 m2 a los 165 de la construcción original– se han creado sendas “playas” que pueden cubrirse a voluntad con una lámina de agua para refrescarse.
Y en un prado liberado al trasplantar la vegetación al perímetro de la parcela para ganar en privacidad se ha creado lo que Gironès denomina “un nuevo centro de gravedad de la parcela, el rincón de agua dulce”, un espacio de baño circular revestido con la misma piedra del muro estructural dispuesta en vertical, evocando las estrías de la roca y la corteza de los pinos. Ya dentro, se intercambiaron las posiciones entre las piezas del lavadero, la habitación y el baño anexos a la cocina y se redistribuyeron los baños principales, incluyendo un nuevo aseo. También se recreó el pavimento de baldosas de gres de 5 x 10 cm, tallando in situ piezas de mayor tamaño, de color y textura similares a las originales, que ya no se fabricaban.
Un proyecto, en fin, que responde a la perfección a la filosofía de su autor: “Entiendo la arquitectura como un elemento de mediación entre las personas y el lugar que habitan”. Anteriormente, hemos podido ver otras casas ubicadas en Cadaqués, como la que fue una vivienda de pescadores, la residencia de verano de Núria Selva o el hogar que ha dado un giro de 180º gracias al estudio Bombí + Gómez.
Una casa pensada al detalle