El Tour es muy fácil de ubicar. Calor, vacaciones, evasión de rutinas, Pirineos. Siempre julio. La Vuelta es el final de verano, la vuelta al … cole, la rebequita, tonos amarillentos. No siempre fue así. Antes, la mayor parte de su historia, fue lluvia, frío, polen, alergias, el hit de ‘Me estoy volviendo loco’, Serranillos, Perico, Kelly, la eclosión colombiana… Todo aquello es ahora nostalgia. Porque la ronda española arriesgó. Cambió de fechas. De abril-mayo a septiembre. Y fue como la muda de piel de los reptiles y anfibios. Sacrificar parte de la esencia para crecer y lograr una nueva.
España empezó a mostrar una imagen vanguardista tras los Juegos Olímpicos de Barcelona y La Vuelta quiso sumarse a la ola cosmopolita. El entonces director general, Enrique Franco, inteligente, inconformista y de lengua afilada, perseguía su expansión internacional tras haberla ya modernizado con la retransmisión televisiva (1983). Para dar el paso definitivo, contaba con un hombre de buena zancada: Miguel Induráin.
Eso creía. El año previo al anunciado cambio de fechas en 1995, Franco había firmado un acuerdo con su equipo, el Banesto (no con Induráin) por el que el conjunto bancario podía llevar a los ciclistas que quisiera en el 94 si el navarro corría la que sería la primera Vuelta de septiembre (la segunda tras la esporádica de 1950). Pero en los días previos al estreno, Miguelón manifestaría que no tenía «ni ganas ni ilusión» por correrla y se centraría en el Mundial de Duitama (Colombia). El dirigente estalló. «Miguel es un ‘best seller’ cerrado que nunca podré leer, porque no sé francés».
Su enfado fue desmesurado. Clamaba venganza porque el ídolo de masas le daba calabazas por cuarta vez consecutiva. Induráin no corrió ninguna Vuelta entre su primer y su quinto Tour. En abril tenía alergia y sufría con el frío. Septiembre podía venirle mejor, pero había que tener ganas. «A lo mejor con garrota podremos verle algún día en la Vuelta». Así fue en el 96, forzado tras no ganar en París. No acabó bien, con el desangelado abandono en Cangas de Onís y su posterior retirada comunicada en 370 palabras.
La Vuelta del 95 echó a andar en Zaragoza sin Induráin, Romminger (ganador de los tres años anteriores) y Escartín, ídolo aragonés, apartado por el Mapei por su salida al Kelme. Por contra, estaban Zülle, Riis, Mauri, Virenque, Pantani, Ullrich y Jalabert: «Las nuevas fechas trajeron nombres, pero no hombres con ganas», valoró años después en El Confidencial el galo, absoluto dominador con cinco etapas, general, montaña y regularidad.
Aroma a reválida
Para colmo, los principales directores de equipo tampoco estaban contentos con el traslado a septiembre. La ronda desprendía un aroma a reválida. «Quien no apruebe en el Tour, a septiembre», dijo José Miguel Echávarri. Sabía a segundo plato. Habría buenos ciclistas, pero no el más aclamado. En la Vuelta de primavera ganaron Anquetil, Merckx e Hinault; a final del verano, salvo Ullrich, ninguno había triunfado también en París hasta 2005, cuando Franco deja la dirección de la Vuelta.
Con el cambio de propiedad (Víctor Cordero), se tanteó volver a abril. Había consenso. Ciclistas como Boonen, Bettini o Freire, acudían a La Vuelta con el único objetivo de preparar el Mundial y se retiraban antes de tiempo. Pero en primavera ya no quedaba espacio con las grandes clásicas y el público había mantenido el interés con las gestas del Chava o la inclusión de puertos nuevos como el Angliru o el Alto de Aitana. Con la entrada de Javier Guillén, la opción de septiembre volvió a ser firme, adelantando la salida a agosto pese al calor, y estuvo espoleada por la generación de oro española.
Los duelos de Contador, Valverde, Purito y Samuel Sánchez pusieron en valor el prestigio de la competición, seguida en 190 países. A todos ellos se sumó Chris Froome. Al fin el ganador del Tour. Su empeño por añadir La Vuelta a su palmarés, sus derrotas honorables, terminaron por consolidar la carrera en septiembre. Etapas como Fuente Dé (2012), Formigal (2016) o Aru doblegando a Dumoulin, el ‘Serranillos’ de final de verano (2015), engrandecieron su historia.
Después llegó la eclosión de Pogacar en 2019 con 20 años, la tiranía del Jumbo y Roglic y el alumbramiento de Evenepoel. Este 2025 es el año de Vingegaard, otro ganador del Tour, o Almeida, antes de que el genio esloveno vuelva a culminar lo que empezó. Su leyenda.