Habían pasado años desde la última vez que alguien denostó la lectura en público y había ganas, a qué negarlo. Ganas de ser ofendidos, quiero decir, porque no eres nadie si no te denigra una influencer. Constituía una mala señal que los cultivados, ilustrados, intelectuales o simplemente leídos, lleváramos tantos años sin ser insultados.
María Pombo nos lo puso fácil y las conclusiones del rifirrafe son aún más terribles. La intelligentsia entró en tromba: llevaba años deseando enseñar el carné de la biblioteca. Si me hubieran dicho que iba a ver tantos articulistas dedicarle párrafos y párrafos a una mujer cuyo nombre muchos desconocíamos hasta el día antes, no lo hubiera creído. Para enterarme de la polémica me documenté. Vi algunas de sus stories y no me pareció alguien muy distinto de Isabel Preysler, pero en otra generación. Personas que viven de vender sus vidas (antes a ¡Hola!, ahora en las redes). La diferencia es que la profesión de Preysler era “famosa”. Pombo es una “creadora de contenido”, profesión de referencia del capitalismo de la atención, en el que todo el mundo pugna por engancharnos emocionalmente, para luego cobrarnos o poner nuestro cerebro a disposición de los anunciantes.