Miércoles, 10 de septiembre 2025, 07:42
Impecable, en la forma y en el trato. Sensibilidad pura. Educación. Avisó de que iba a llegar con diez minutos de retraso y ni siquiera se pasó un minuto. Aguardaba en el patio de cuadrillas a la hora convenida un torero. Zapatos castellanos negros, pantalón de vestir gris marengo, camisa blanca y americana en tono beige, a la que le da color una corbata de fondo granate. Enjuto y fino como una vara. Paciente y calmo. La paz efervescente de quien juega con la muerte en busca del arte. De la huella. De parar el tiempo. Juan Ortega pisó ayer por primera vez La Glorieta. Había madrugado de su Triana natal para cumplir la cita con LA GACETA. Es el torero debutante y el aliciente en la Feria. El torero de las pasiones y las broncas. Dice que nunca vivió una temporada con tantos contrastes. Le impactó el patio de cuadrillas; y en cuanto descubrió la capilla preguntó si podía acceder a ella. Y allí permaneció unos minutos en solitario. Pisó el ruedo como solo lo saben pisar los toreros elegidos. Y ahí ya quedó prendado. Ángel Almeida se empeñó en subirlo a la misma andanada del coso en busca de la mejor fotografía y juntos cruzamos en ruedo en su primer improvisado paseíllo. Estaba abierta la puerta grande; y por ella también salió descubriendo la inmensidad de la explanada más torera del toreo. Y a los tres colosos, El Viti, Capea y Robles. Se detuvo ante la del genial maestro de Vitigudino y la admiró con la misma sensibilidad que tiene su toreo. Le cuento cómo, de la pandemia a esta parte, se pone de imponente la explanada de la puerta grande con miles de aficionados dándole calor a los toreros que salen en volandas. Y sueña con un triunfo en esta plaza de la que dice que le sorprendió «lo grande que es el ruedo» y «el color rojizo de la arena». Volvimos al ruedo y deshicimos el paseo hasta volver al patio de cuadrillas, no le importó ir a los corrales y ver la corrida de Garcigrande que le aguarda hasta el domingo de su presentación. Y, de vuelta, le robamos por unos minutos su despacho a Mateo Carreño, donde custodia verdaderas reliquias con fotos antiquísimas del origen de una plaza más que centenaria con las que se deshizo de curiosidad. Allí hicimos la entrevista. Una hora de toros. Sin guion. Improvisación pura. Iba surgiendo de una manera fluida, mientras el torero desvelaba sus inquietudes, su manera de entender la vida y el toreo. Habla Juan Ortega, con la misma naturalidad con la que torea, con la misma despaciosidad. Ese reloj de arena con el que el trianero cuenta los días para su paseíllo en Salamanca bien podría ser el símbolo de su toreo. También su identidad.
Tras descubrir La Glorieta, ¿qué tiene esta plaza de distinta respecto a otras?
—Me alegro de haber venido, unos días antes de torear. Los días de corrida te pierdes detalles, llegas con tus preocupaciones, con miedo… Y estas plazas así, son una joya para disfrutar. Verlas me alimenta el alma; cuando veo plazas así de cuidadas me genera alegría y paz. Lo que más triste me pone es cuando llego a una plaza, bien sea una de toros o en una de tientas, cuando la veo con cierto abandono, con hierbas, rotos que no está bien pintada… Eso me da pena.
¿Qué sabe Ortega de Salamanca?
—Era la gran desconocida. No ha sido hasta hace un par de años o tres cuando empecé a conocer el campo en Salamanca, a los ganaderos y a aficionados. Y ha sido una gran sorpresa, para bien. Es gente, no sé si «seria» es la palabra, reservada, educada. Y muy de verdad, con mucha entrega; con los que me he sentido y siento muy a gusto.
¿Con quién le hubiera gustado torear en esta plaza?
—En este sentido he estado muy influenciado por mi padre. Él era muy del maestro Camino, y le gustaba El Viti, de quien me habló mucho. Luego tuve la oportunidad de conocer al maestro Capea. Y lo admiro, como torero y como persona. Con esos dos maestros fíjate ya el cartel.
Juan Ortega, ante la escultura del maestro Santiago Martín ‘El Viti’ en la explanada de la puerta grande de La Glorieta.
Se le iluminan los ojos hablando de su padre, que dice fue su primer maestro y la primera persona que le empezó a hablar de toros… ¿El torero nace o se hace?
—Creo que torero se nace. El torero yo creo que nace y esas condiciones te las da tu madre, te da Dios y eso es con lo que te lleva. Lo que sí se aprende luego es a torear. Para mí el toreo es, como decía Pepe Alameda, el hilo del toreo. Es importante dar en la vida con gente que te alimente y con gente que te marque un buen camino a aprender a torear.
Y a torear como torea Juan Ortega, ¿se aprende o hay que nacer con algo?
—Pues ahí llevo un poquito de las dos cosas, la verdad.
¿Es ya el torero que soñaba de pequeño? ¿O entendió que pudo ser otro?
—Siempre he sentido el toreo como mi medio de esparcirme, es lo que me libera, lo que me hace feliz. Lo entiendo como una cosa natural; ahora mismo no lo sabría hacer de otra manera.
¿Un torero sueña con torear en Salamanca o es una parada más?
—Desde que se cerró, la espero con un deseo especial… Hay días y plazas de las que con la vorágine del año, no me acuerdo del día, lo tengo que ir mirando o te lías con las fechas. Pero hay plazas y fechas de las que no te olvidas. Y eso a mi me pasa con el 14 de septiembre y Salamanca. Desde que supe la fecha de La Glorieta ha sido una cuenta atrás.
La despaciosidad va muy ligada a Juan Ortega, en todo, en como interpretar el toreo y me da que en su propia vida.
—El toro parece que siempre te lleva a todo lo contrario… El toro es pura agresividad, violencia, es pura velocidad. Y me parece tan difícil hacer las cosas mías, hacerlas despacio, hacer las cosas sin brusquedad delante del toro. Y es algo que me gustaría alcanzar tal y como yo entiendo el toreo. Torear despacio.
Entiendo que hay dos maneras con las que se marcan las diferencias en el toreo. El que se pasa más cerca los toros que el resto y el que torea más despacio que los demás.
—Esas dos cosas dan mucho miedo. Cuando los animales pasan rozándote da mucho miedo. Y como es lógico, cuanto más despacio pasa, más miedo da. No es lo mismo que el muletazo dure esto, que dure más. El toreo es así, todo lo que cuesta trabajo es lo que da más miedo. Te despierta muchas sensaciones y a la vez se transmite enseguida. Ese punto de ser capaz de imponer tu ritmo al toro y que tenga armonía y compás, que haya reunión, es algo que me llena tanto que algunas veces lo dejo en un segundo plano. Muchas veces me dicen que me enganchan mucho, que no me ubico en la plaza… y es verdad, tienes razón porque hay momentos en los que intento imponer el ritmo, la velocidad y hay animales a los que soy capaz de imponerme y otros que no. Entonces aquello es un desafío pero no me importa. A veces sacrifico el orden con tal lograr las cosas como las siento y como las quiero.
¿Esos desarmes no tienen que ver también por cómo agarra la muleta con las yemas para que fluya el toreo?
—Mira, te voy a contar una cosa muy bonita que me dijo un día el maestro Pepe Luis Vargas, que a su vez le dijo el maestro Pepín Martín Vázquez. Un día estando con el maestro le dijo: Mira tú tienes que coger los avíos como si, cogieses un pájaro con las manos. Entonces tienes que apretarlo lo justo para que no se vaya y a la vez con delicadeza. Me encantó. Entonces ¿cómo hay que coger la muleta? Pues como si tuvieses un pájaro en la mano. Lo justo para que no se caiga, pero sin aperturas si no… No hay naturalidad. Matas aquello. Y ahí sí que uno se siente dueño. Eso sí, no siempre se puede. Cuando sale el toro hay veces que aprieto el estaquillador más que nadie.
¿Qué momento hay en el ruedo en el que no se cambia por nadie?
—Cuando soy capaz de dejar mi cuerpo, mi miedo, mis inseguridades, mis barreras en segundo plano y olvidarme de ellas. Y luego cuando siento que el animal ya está para mí, siento que ya he sido capaz de imponerle mis cosas. Ambos los persigo, los busco y cuando los alcanzo me genera mucha satisfacción.
¿Sentirse con esa capacidad innata y ser dueño de ese concepto invita a relajarse o a despertar la ambición?
—Para mí la pureza es la fidelidad a lo que sientes de verdad. Entonces cuando los toreros son así, en ese camino de búsqueda constante, no se acomodan. Lo hacen cuando tiras por la calle de en medio. Cuando tu objetivo ya no es el que sientes sino cortar las orejas, se entra en un camino complicado. No vas a dejar huella. Creo que los toreros buenos, en contra de lo que se piensa, creo que son los más ambiciosos, porque no paran de buscar su tauromaquia, la profundidad y la pureza. En esa búsqueda se sufre muchísimo. Es ingrata porque buscas y la mayoría de las veces no encuentras.
¿Está en ese grupo?
—Intento. Me considero ambicioso, no en el dinero ni en mi posición, pero sí en esa búsqueda. El otro día me dio por mirar el escalafón y vi que tengo una ruina de orejas que prefiero no mirar la verdad. Ahora, sí me considero muy ambicioso por querer ser el mejor torero o el que mejor torea. Eso sí me motiva, me llena y hace que cada día despierte con ilusión. Esa búsqueda le da sentido a mi vida.
Me cuesta ver a Juan Ortega buscando la estadística, buscando las orejas…
—Pues me encanta cortar orejas, porque es como el reconocimiento a tu obra. Me encanta salir a hombros, me gusta y por eso te dije lo de cuando miré el otro día el escalafón por poco me deprimo. No es mi fin, para mí es una consecuencia.
¿Cómo está siendo la temporada?
—Me tiene desconcertado, porque estoy siendo capaz de hacerle cosas a los animales que nunca fui capaz. Darle a mi toreo una expresión a la que siento antes me costaba. Sin embargo, también estoy pegando los mayores petardos de mi vida. He tenido tardes malas como cualquiera, pero no sé, no me había pasado nunca que la gente se enfade tanto conmigo y han sido tardes muy desagradables. No estoy teniendo término medio.
¿Cuándo hizo sus mejores faenas?
—Al pensar que estaba todo perdido.
¿Y eso también le pasa en su vida?
—Sí, sí. Y como te decía antes, me siento una persona ambiciosa, pero ambiciosa en esa búsqueda. Ser ambicioso como torero y como persona, en crecer y no quedarme en un sitio, en buscar.
Pocos le cantan cómo mata los toros…
—Ahí se pasa mucho miedo, pero será de los momentos de más verdad y es un momento bellísimo, de los más. Me gustaría que no se convirtiese en un trámite para quitarte el toro de en medio. Me encantaría llegar a matar los toros despacio.
Al maestro Pepe Luis Vargas, que le acompaña siempre, da gusto escucharle hablar de toros. ¿Qué consejo le dio que no olvidará jamás?
—El maestro es un hombre genial, y como todas las personas geniales no es fácil. Aprendo mucho de él. En su día a día ama tanto el toreo y lo prioriza tanto que lo pone por encima de su propia vida. Ese es el mejor ejemplo o su mejor legado. Cómo siente el torero, con qué sutileza y sensibilidad, con qué gusto.
¿Qué le dijo que no hiciera nunca?
—Cualquier cosa que se aleja de la verdad en el toreo, de la entrega, de la pureza. Lo detesta. Entonces cualquier momento que tienda a aliviarse un poco. Muchas veces lo haces sin darte cuenta; es el propio cuerpo, la propia mente la que te hace coger caminos que son un poquito más livianos. Con eso no puede.
¿Cuál es la pregunta más impertinente que le hicieron?
—En las entrevistas me gusta tener a la persona delante. Ahí se evitan malos entendidos y lo que tú crees que es una impertinencia en el fondo no lo es. Entiendo el interés de la gente por conocerte personalmente y ahí uno tiende a protegerse. Los temas personales , si tienes novia, si tal o cual… son cosas personales que uno siente que no van más allá.
Y ahí aparece el hombre y el torero. ¿El torero debe estar por encima del estado del hombre?
—Lo decía el maestro Juan Belmonte, se torea como se es. Y decía el maestro Emilio Muñoz, y cómo se está. Es la verdad, se torea como se es y cómo se está. Y los toreros tenemos que hacer un esfuerzo por estar bien. Muchas veces te preocupas del vestido, la ganadería, que si la muleta, que si el capote esté usado, que si va a ir más o menos gente… y se descuida el interior, la persona y cuando estás ante del toro lo que sale es un reflejo de lo que eres y de como estás.
Y, ahora mismo, ¿cómo está?
—Mira, ahora mismo me siento en plenitud. Me siento torero desde que me levanto. Para mí el toreo no es una profesión, es una forma de vida. Esa es una de las claves, hacer del toreo tu forma de vida. Entonces es cuando sales a la plaza y sacas lo que eres. Ahora mismo el toreo la prioridad es en mi vida. Y me siento orgulloso de haber llegado a ese punto. Cuesta trabajo llegar ahí, se sufre, se toman muchas decisiones, una vez es acertada, otras veces no, pero te obliga a tomar un camino. Y yo estoy en él.
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