Alguien me preguntó algún día si entre mis planes figuraba escribir un libro de memorias. Le respondí que no lo haría por varias razones. Porque apunto muy poco y no me acuerdo de la mitad de las cosas que me han pasado, porque de algunas de las que me acuerdo no me gustaría acordarme, y porque aquellas de las que me acuerdo y se pueden contar no creo yo que puedan interesarle a nadie. Dicen, y probablemente con razón muy relativa y trascendencia sobrevalorada, que los periodistas valemos mas por lo que callamos que por lo que contamos, y personalmente sospecho que el valor que puedan tener las historias que yo pueda narrar se parecen más a las del abuelo Cebolleta que nos deleitó a los niños de mi generación cuando todavía no sabíamos cómo se las gasta este perro mundo. Ahora ya lo sabemos.

Dicen, y probablemente con razón muy relativa y trascendencia sobrevalorada, que los periodistas valemos mas por lo que callamos que por lo que contamos

El caso es que para otorgarle valor a unas memorias hay que ser alguien y además hay que tener ganas de soltar el trapo aunque, por el dinero que se pagan las de algunos famosos, está justificado que los libros que salgan de esas confesiones naveguen con mayor y foque. Las últimas hasta ahora son las que Kamala Harris, esa señora de aspecto tan estupendo y de un perfil imponente que todos supusimos se iba a comer el mundo y que, a la postre, se ha quedado, tras una derrota en toda línea, para escribir memorias. Advierten los cronistas políticos que la antigua vicepresidenta y apresurada aspirante a la Casa Blanca tras el espantajo de la elección de Biden para luchar su continuidad, no se ha callado. Y cuenta en su texto lo muy mal que se las hizo pasar su presidente y los malos tragos que sorbió aquellos días. Harris fue cazada a lazo y con la total convicción de que, convertida en solución de urgencia naufragaría en su batalla con Trump, y una vez masticada aquella cicuta, se ha plantado delante de la pantalla de su ordenador para decir un par de verdades. En eso, ya ven ustedes, no se parece nada a Alfonso Guerra que escribió dos tomos para no decir más que vaguedades y sigo pensando en rogarle que me devuelva el importe de la compra a la vista del contenido de sus libros. Guerra se escudó en los secretos de Estado y su trabajo quizá hubiera ganado el primer premio de poesía en los Juegos Florales de Jerez de la Frontera, pero no era ese su objetivo. O no debería serlo al menos.