El mano a mano con el que se reanudaba el abono de la feria de Nuestra Señora de San Lorenzo no pasó de un tono … discreto. Salvo algunas ráfagas de toreo enmarcado en la frescura de lances más comprometidos y menos previsibles, el resto, que fue la mayoría, mostró una monotonía impropia de lo que, a priori, debe presidir un formato que enfrenta, cara a cara, de poder a poder, a dos matadores de toros.

En el inicio del festejo, en el primer toro de cada espada, tanto de Alejandro Talavante, como de Emilio de Justo, hasta los tendidos llegó la sensación, no equivocada, de que había mucho más por torear de lo que constó en acta. Ambos astados, de 597 y 584 kilos de romana, no solo tuvieron presencia (el primero de hechuras algo más embastecidas, y el segundo más fino de cabos y con un tipo más en victoriano) sino que desarrollaron un juego más que interesante. Con una combinación, equitativa entre la nobleza y la raza, la fijeza y la bravura.

A cada uno de los ejemplares, que nacen en Mayorga, se les cortó una oreja. Que, por lo que ofrecía cada astado en sus transparentes y templadas embestidas, debieron ser dos. Y si no hubo segundo apéndice no fue porque la estocada de Talavante fuera delantera y la de De Justo algo caída (circunstancias que a orillas del paseo de Zorrilla ni dan ni quitan), sino porque una intuición rayana en la certeza indicaba que entre la oferta bóvida y la demanda coletuda existió una distancia notoria.

Así, Talavante, que salvo en algún lance de dolo eventual imprimió hondura y ajuste, se mostró más bien indolente, manejando los trastos con la ligereza de quien no está movido por un quehacer que persiga la excelencia. La calma con la que se tomó para ejecutar los lances de recibo al que abría plaza fue ya un indicio racional de la dosificación de esfuerzos y riesgos con los que se tomó la tarde, en sus tres capítulos.

Cuando en el quinto, un buen toro, aunque fue de más a menos, se puso a torear de hinojos, con un pase cambiado por la espalda, no cabe obtener conclusiones equivocadas. Artificio ante la ausencia de profundidad. A esas alturas de la corrida, tras su lidia ante el tercero, con el que logró una serie ligada sobre cada pitón de mérito, el pacense intentaba salvar los muebles de un mano a mano fallido. Era el quinto toro, el último de un trío poco apasionado. Pinchó, además, aunque ningún premio –al menos legítimo- perdió.

En sus dos últimos toros escuchó un aviso, mensaje no solo de orden temporal, sino sobre la insustancialidad de su obra. Mata al toro, hombre, mátalo, se oyó, con voz ronca, desde los tendidos.

Ante su primero Emilio de Justo ofreció una faena de correcto guión y apreciable composición. Aunque a los buenos aficionados no se les pasó por alto que el animal, notable en su condición de bravura ennoblecida, ofrecía la transparente posibilidad de citarlo con más distancia, para un embroque anticipado. Porque, con motor, y con una movilidad no inercial sino desde la pauta estática, el hechurado ejemplar de Victoriano del Río se prestaba para un toreo mayestático, de profunda y rebosada embestida. Y así, esa oreja hubieran sido dos, y con su valor legítimo.

Desde luego, y ya desde el recibo capotero al primero, con intensas chicuelinas, De Justo mostró motivación para alzarse con el triunfo en un duelo que al final no fue tal, pues Talavante, ha quedado dicho, salió con la premeditaba decisión de empatar a los puntos, como un púgil conservador y de mediocre estrategia.

Confirmó su apuesta el cacereño con su portagayola al cuarto, un animal que acabó confesando su falta de raza, rajándose y encaminándose hacia los terrenos cercanos a toriles, al hilo de las tablas. Labor de poco peso que remató con sendos pinchazos.

Pulcra la faena ante el sexto, con disposición del diestro y la colaboración necesaria de un astado que fue de más a menos. Tras estocada trasera cosechó, con generosidad y cierta sorpresa, dos apéndices. Unos trofeos que blanquearon un mano a mano que no llegó a alzar el vuelo de una tarde que se presumía más intensa.

Morante se cae y De Justo lo sustituye

Sin duda, como los bancos con los intereses, la presentación de los toros en la corrida de este jueves, ha mostrado un redondeo al alza. Un paso en su mejora. En volumen, romana, y cuajo, evidente, y en algunos ejemplares en las astas. Una línea que, según manifestó Alberto García, administrador de Tauroemoción, a este diario es la que se pretende, para que el toro sea acorde con una plaza de segunda, y de una capital como es Valladolid. La dirección marcada es la correcta, aunque lo importante es su sostenibilidad, con su ecológico mantenimiento y progresión. El aficionado, que es legalmente consumidor según la normativa que regula los espectáculos taurinos, debe ser quien ejerza con su opinión, su derecho a la conformidad o la queja. De una labor cuya responsabilidad reside en veterinarios y presidentes.

Cuando se atravesaba el ecuador del festejo, de ese mano a mano algo forzado en su naturaleza, en los tendidos se comenzaba a extender la noticia de la caída del cartel de Morante para este viernes. Una recaída, que en la feria septembrina de Valladolid ya parece costumbre, que es fuente del Derecho. Y se propagaban los rumores sobre quién sería el elegido. Por razones obvias, la empresa esperaba al final del festejo, ya que su torero, el finalmente elegido, Emilio de Justo, se jugaba la salida a hombros y con ello la coartada/justificación de su inclusión como cabeza de cartel junto con Roca Rey y Marco Pérez.

En una economía de libre mercado el empresario elige el producto que pone a la venta. Y, en este caso, aceptándose, por legítimo, el interés de quien contrata al que, a su vez, le ha conferido el poder de representarlo. Ningún aficionado puede dudar de que Emilio de Justo es un buen torero. Y que, sustituir a Morante es un imposible, ya no solo por calidad, sino por singularidad artística. La tarde de este viernes sigue manteniendo un elevado interés, aunque para ciertos sectores de la afición incluso los buenos toreros deben ser anunciados en las dosis oportunas, para evitar posibles efectos adversos.