Mientras multitudes se agolpan cada día frente a la Sagrada Família o recorren los senderos serserpenteantes del Park Güell, una obra casi secreta de Antoni Gaudí permanece en silencio en el barrio de Pedralbes. Se trata de una criatura de hierro forjado con ojos de cristal que monta guardia desde hace más de un siglo en la entrada del Palacio Real.

La bestia mitológica, inspirada en el legendario custodio del jardín de las Hespérides, emerge de la verja como un centinela eterno. Esta puerta monumental, ejecutada durante la década de 1880, representa mucho más que una simple entrada: simboliza el nacimiento de una de las alianzas más fructíferas de la arquitectura catalana.


Ilustración que muestra cómo quedará la nueva plaza frente a la Sagrada Familia

Según documenta Metropoli Abierta, fue precisamente aquí donde comenzó la extraordinaria relación entre Gaudí y el conde Eusebi Güell. Los Pabellones de la Finca Güell, ubicados estratégicamente en la confluencia con la Diagonal, marcaron el punto de partida de un mecenazgo que transformaría el paisaje barcelonés para siempre.

El conjunto arquitectónico despliega toda la fantasía gaudiniana a través de elementos decorativos que dialogan entre lo real y lo imaginario. Las estructuras, construidas entre 1884 y 1887, anticipan ya los códigos estéticos que más tarde definirían al maestro del modernismo: formas orgánicas, cromatismo audaz y esa capacidad única para insuflar vida a la materia inerte.

Las farolas de Gaudí

Sin embargo, esta no fue la primera huella que Gaudí dejó en Barcelona. Años antes, en 1879, el joven arquitecto había recibido su primera oportunidad institucional cuando el consistorio municipal le confió el diseño de elementos de alumbrado urbano. Las farolas resultantes, con sus característicos brazos múltiples, fueron instaladas inicialmente en la Plaza Real del barrio gótico.

Farolas de Antonio Gaudí en la Plaza Real de BarcelonaWikimedia Commons

El proyecto original contemplaba dos variantes: luminarias de tres y seis brazos destinadas a extenderse por diferentes arterias de la ciudad. La realidad redujo la ambición inicial, y solo un puñado de estos primeros ejercicios gaudinianos sobrevivieron al paso del tiempo. Dos de las farolas hexagonales permanecen en su ubicación original, mientras que en el Pla de Palau resisten únicamente la mitad de las cuatro piezas que una década después completaron la serie.

Estas obras menores, a menudo eclipsadas por los grandes iconos del genio modernista, revelan los cimientos sobre los que se construyó una carrera sin precedentes. Desde el dragón vigilante de Pedralbes hasta las primeras luces de la Plaza Real, cada pieza documenta la evolución de un lenguaje arquitectónico que redefinió los límites entre arte y funcionalidad.