¿Qué sabemos de Miguel de Cervantes? Aparte de ser el autor de la considerada como la mejor novela de todos los tiempos y que se le conocía como el manco de Lepanto porque en la batalla allí entablada le incapacitaron una mano, escritor tan insigne aparece, a menos que alguien se documente exprofeso sobre él, como un tótem tan poderoso por su huella literaria que se antoja superfluo indagar sobre sus experiencias vitales. La obra ha ensombrecido al autor.
Por eso es estimulante que Alejandro Amenábar, el otrora promesa del cine de terror patrio reconvertido ahora en adalid del cine histórico, aborde a su manera la parte biográfica del literato. Ya en 1968 el norteamericano Vincent Sherman realizó una coproducción europea, protagonizada por el germano Horst Buchholz –el más joven de “Los 7 magníficos”–, que hacía hincapié en, tal como indicaba el título italiano, las aventuras y los amores de Cervantes. El enfoque del director de “Ágora” y “Mientras dure la guerra” da una vuelta de tuerca a esa premisa y nos presenta un protagonista cautivo en Argel a merced de un temible y lascivo bajá homosexual (espléndido Alessandro Borghi) años antes de dedicarse a la escritura.
Si lo que nos cuenta Amenábar sucedió así, o no, tendría que darnos igual. El propio Cervantes se reinventó firmando su segundo apellido como Saavedra –en realidad, era De Cortinas– y la película destaca su talento fabulador como recurso que le asegura la supervivencia igual que le sucedía a Scherezade en “Las 1001 noches”. El Cervantes del film, encarnado por Julio Peña Fernández –de justicia sería darle el Goya revelación– es un joven con claroscuros cuyo ingenio le redime de sus flaquezas iniciales. Esta visión no siempre laudatoria del personaje confiere un atractivo encomiable a la cinta, coherente canto a la ficción, además de obra bien interpretada –cabe mencionar también a Luis Callejo y Fernando Tejero– y de ritmo entretenido, a pesar de algún meandro que espesa la acción en la parte final.