La disciplina de la crítica taurina aconseja relatar lo sucedido en el ruedo siguiendo la cronología de la sucesión de toros lidiados. Del primero al … sexto. En este caso cabe desobedecer a la técnica sistemática, pues incluso el orden de lidia fue alterado. Sucedió con el quinto y el sexto, que al correrse turno, vieron permutada su salida al ruedo. Hay que retrotraerse a tres toros antes, cuando el peruano Roca Rey, de modo inesperado, fue cogido por su primer oponente cuando lo lanceaba de capote. El propio percal le sirvió de protección en el primer contacto, si bien en una nueva arremetida lo lanzó violentamente a la arena para, poco después, embestirle ya en el suelo, nuevamente. Lentitud y poca destreza de su cuadrilla para quitar al astado de su matador.
Esa faena, ante el segundo de la tarde, atravesó por un periodo de sugestión tras la cogida, para pasar, finalmente, a una fase de meseta, en la que Roca Rey ejecutó sendas tandas de derechazos de buen trazo ante la límpida embestida de su oponente, rendido ya al mando del coletudo. Al natural no lo entendió igual, y hubo más enganchones que trayectos libres de contaminación textil. Cabe recordar que con el capote, de salida, los lances tuvieron una amortiguada cadencia. Tras pinchar cobró una estocada y obtuvo una oreja.
El quinto, lidiado como sexto, fue un toro enrazado, con temperamento. Tenía carbón, sin dejar de ser noble, y Roca Rey, limitado y recién salido de la enfermería, no logró poderlo. El animal, además, ofrecía la seriedad de un trapío proporcionado, bien armado, delantero. Pinchó antes de enterrar el acero, y tras un aviso.
Como contraste procede ahora situarnos en el primero de la tarde. Al que toreó, y bien, Emilio de Justo. Y al que mató de una estocada hasta la gamuza. Como quiera que hubo de recurrir al descabello y el animal tardó en doblar las manos nadie se acordó de sacar el pañuelo. Qué tiempos aquellos en los que una estocada canónica cotizaba al precio de una ‘pelúa’. Y es que, además, con la muleta, el cacereño condujo con temple y encaje las embestidas de su obediente oponente.
Mostró De Justo un toreo de más quilates que en la tarde anterior y, aunque no tocara pelo, ofreció una mejor imagen y una colocación de mayor sinceridad. Ante el cuarto el trasteo fue irregular, acorde con un ejemplar de Garcigrande que no llegó a definirse y que fue el de peor presentación en la encornadura de la tarde. Pinchó con reincidencia y todo quedó en nada, aunque el espada ofreció ante su primero una versión de un estándar superior al de su mano a mano con Talavante.
El tercer espada, el joven salmantino Marco Pérez, mostró sin pudor sus cualidades, sus conocimientos anticipados a su edad biológica, y su preclara concepción de la lidia. Y también, cuando el presidente tan solo le concedió una oreja en su primero (tras pinchar), evidenció falta de madurez en el debido respeto a las decisiones del palco. Cuando un matador activa el modo ‘portátil’ y se dedica a gesticular mostrado su contrariedad con el presidente comete un doble error: el de no respetar a la autoridad y el de pretender que la dignidad de la plaza se vea reducida en su favor.
Pérez toreó con la frescura efervescente de su juventud. Con calidad, templado en ocasiones, en otras con la aceleración resultante de un hambre colosal de triunfo. A su abrochado y engatillado primero lo lanceó con cadencia en el recibo, al igual que en un garboso quite por navarras y tafalleras. Con su desparpajo se metió al público en el bolsillo, que jaleaba cada suerte con entusiasmo. Por el pitón derecho desgranó muletazos con empaque, asentado y con mando en la rítmica embestida de su oponente. Antes de entrar a matar, arrojó al suelo el estoque de verdad, y toreo sobre la derecha al natural, en escenografía impactante. Pero, ya quedó dicho, pinchó antes de enterrar la espada.
La limitación física del segundo de su lote, sexto lidiado quinto, impidió su lucimiento.
Trapío y rigor: mano a mano indisoluble
Tras la corrida de rejones y las dos primeras de toreo a pie, algunas expectativas se confirman. Dos, concretamente, y positivas. La primera, fundamental para el respeto a la propia tauromaquia y a la categoría que habrá de presumirse de la plaza, se refiere a la presentación de los toros. Que se aproxima a la que corresponde. Romana, sin excesos, hechuras proporcionadas, y cabezas dignas. Cierto que la homogeneización en la finalización de las astas (otrora ofreciendo una horquilla entre los astifinos y los astigordos…) siempre es motivo de reflexión. Y cada vez es más frecuente, no solo en Valladolid. Pero, al menos de momento, se cumplen los pronósticos de la empresa, en quien reside la responsabilidad de la conformación fenotípica de las reses. Del juego, los ganaderos, aunque no del mismo modo, pues la genética no es una ciencia exacta.
Y, como segundo aspecto reseñable, que en la tarde de la corrida del viernes ha quedado patente, el lógico y razonable rigor del palco, en una equitativa fórmula que combina la normativa aplicable con el sentido común y las máximas de experiencia del usía. Y si, como sucedió en la corrida de este viernes, el espada no supera de buen ánimo la frustración de no recibir todos los regalos que esperaba, pues ya se le pasará el berrinche. Y respecto de los espectadores afectos a una prodigalidad exacerbada pues que vayan acostumbrándose que una corrida de toros no es una fiesta a la que se va meramente a divertirse, sino que es un rito de sacrificio, serio, valioso, en el que hay que otorgar a quienes ofician, con riesgo, sí, pero como profesionales expertos, el premio que, en justicia, merecen.
La calidad del festejo debe contar, al margen de la sustancia que aporten los protagonistas, con la buena presentación de los toros, y de su capacidad física contrastada (movilidad y visión, fundamentalmente) y con una coherencia de exigencia razonable desde el palco en la concesión de trofeos. A partir de ahí, todos los agentes intervinientes cobran conciencia de que no es suficiente con cumplir un mero trámite. Y que cada triunfo será motivo de una legítima satisfacción.
Cabe detenerse en una cuestión llamativa, propia de los tiempos favorables para la tauromaquia. La asistencia de público no se resintió (o de modo imperceptible) ante la ausencia de Morante de la Puebla. Sí que hubo devolución de entradas, lo que se apreciaba en el entorno de las taquillas, pero el flujo de asistencia previo al festejo debió compensarlo. Y, aunque la recaída del diestro cigarrero es una mala noticia, se mire por donde se mire, cabe valorar que la presencia de Roca Rey y el tirón del novedoso Marco Pérez retuvieron a quienes se habían asegurado el billete para una corrida de máximo nivel.
El abono consolida, por tanto, una base social suficiente, mientras el coso asienta sus bases sobre el tipo de toro y el valor de cada trofeo con acierto y proporción. Buenas noticias.