A las ocho y cinco se prendían los 28 focos de la Chata y por el palco presidencial asomaba el pañuelo naranja. El de la vida. El del regreso al edén del campo. El del fruto ganadero y el esfuerzo torero, el que … siempre suscita debate, pero que fue pedido por amplísima mayoría. El runrún del ‘no lo mates’ llegó cuando Paco Ureña cogió la espada. En el callejón lo adivinaron antes y le hicieron señas de que manejase la escena. Porque el de Lorca estaba ensimismado, toreando para sí mismo y, a la vez, para el toro. Fenomenalmente lo entendió con su sinceridad descarnada, roto todo el cuerpo, con el compás tremendamente abierto, con las plantas hundidas en la arena en su faena descalza frente a Diablillo. Con la boca cerrada mientras el murciano separaba los pies más, exageradamente más, bajo los sones de ‘Dámaso’. Con la virtud de dejarle siempre la muleta en la cara, sometiéndolo con su personalísimo estilo de tela a rastras. Hubo series monumentales, de esas que hubiesen calado en el mismísimo Madrid y que convirtieron en una hirviente olla el coso albaceteño. Por los dos pitones embistió, incluso planeando mientras arrastraba el morro con noble fijeza. Una divinidad Diablillo dentro de una corrida -más brava en las telas que en el peto- con seriedad y tanto que torear.
Tras la merendola, además, con el estómago lleno, la gente tenía ganas de fiesta y convirtió los tendidos en un manicomio con el ‘no lo mates’. Menos le costó al presidente sacar el moquero naranja que alguno blanco… Y todos felices: el torero, el ganadero y el público. Corrió Paco hasta el callejón para fundirse en un abrazo con Daniel Ruiz, de esos abrazos que abarcan glorias y sufrimientos. Y regresó a la cara del gran Diablillo para seguir toreando. Eufórico, pura felicidad. Como pureza hubo en muchos de sus muletazos. Juntos dieron la vuelta al ruedo, con lágrimas en los ojos, con dos orejas y rabo en las manos del lorquino que lo había indultado. Se merece Ureña todo lo bueno después de tanto calvario.
La tarde, una gran tarde de toros y toreros -difícil sería igualar una con tal intensidad en este septiembre que se deshoja-, no perdió el pulso un solo instante con un reventón en los tendidos, en los palcos, en las bocanas y callejones. Ni el filo de una navaja cabía. Pese a la ausencia de Morante, se mantuvo el ‘No hay billetes’ con el imán de Roca.
Veinticuatro horas después de la dura paliza de Colorido en Valladolid, el peruano trenzaba el paseíllo en un escenario donde el toro no es una mona. Con un mapa de varetazos en la piel, con moratones como puntos de encuentro con la verdad del toreo, con una fisura y un desgarro intercostal que, según contaba un doctor, duele horrores. Pero allí estaba el Cóndor, infiltrado para cumplir con su cita albaceteña. Y no para cumplir un trámite y recoger el cheque, sino para ceñirse a la cintura del compromiso con el toro y con la afición, que le tributó una ovación de gala por su esfuerzo antes de que saliera Importante, un pavo de Daniel con los pitones apuntando al cielo. Fea su pelea en varas, echando la testa arriba, y con un sangrado que acusó por su contado poder. Había que tratarlo a media altura sin perder el gobierno. Y así lo cinceló Roca tras un explosivo arranque de rodillas con dos pendulares y el de pecho. No se sabía bien dónde acababa el pelo castaño del Daniel y dónde empezaba el terno tabaco de Andrés. Dos en uno y la plaza puesta en pie. Fue una obra a favor de Importante, con clarividencia de mente y técnica, rematada de un espadazo que desató la pañolada de las dos orejas, aunque el palco estimó que era de una sola. Sí se las concedió en el notable quinto, un toro que se abría y humillaba y al que el Rey de la taquilla extrajo hasta la última gota con un mandón temple. Soberbio, llenando también el escenario mientras el triunfalismo se desbocaba y pedían el indulto de Belicoso, al que se le dio la vuelta al ruedo en el arrastre. «¡Torero, torero!», gritaban al que había convertido la Chata en un volcán de heroicas pasiones.
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Plaza de toros de la Chata.
Sábado, 13 de septiembre de 2025. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Daniel Ruiz, serios y de juego variado, de buen fondo y con mucho que torear; el bravo 4º fue indultado, vuelta al ruedo al 5º. -
Paco Ureña,
de marino y oro: media desprendida y descabello (saludos); indultado el cuarto (dos orejas y rabo simbólicos). -
Roca Rey,
de tabaco y oro: estocada (aviso y oreja con fuerte petición de otra); estocada (dos orejas tras aviso). -
Manuel Caballero,
de blanco y oro: espadazo (oreja con petición de otra); estocada trasera (oreja).
Y «¡torero!» clamaron a Manuel Caballero, el nuevo matador de la tierra. Prometedor su futuro: qué capacidad y desenvoltura. Tuvo el detalle Ureña de invitar a Manuel Caballero, de paisano, a que ejerciera de padrino de su hijo. Del mismo bautismo. De la misma sangre torera. Con ese temple heredado. Sorprendió la serenidad del toricantano con Bullidor, ideal para la alternativa, obediente y con clasecita, al que supo tocar las teclas de distancia, alturas y terrenos para sostener su justa fortaleza pero con su fondo. Ya sorprendió lo despacito que quiso hacerlo Caballero júnior con el capote. Y más aún con la muleta, firme y seguro, con unos naturales excelentes, con la garra de querer ser en una faena en el nombre del padre, con la mirada nublada bajo las gafas, orgulloso de la rama que al tronco sale. Se le notó su exhaustiva preparación en el campo y su cañón de espada, garantía de orejas. Una arrancó al de la ceremonia -brindado a su progenitor- y otra más al sexto. Hasta auparse a hombros con Ureña, Roca y el ganadero en una imagen para enmarcar y que nadie de los presentes olvidará. Multitudinaria puerta grande bajo la anochecida. Toreando y embistiendo salió la afición que pagó y colmó los tendidos.