En plena expansión del uso de nuevos fármacos para tratar la obesidad en adultos, su utilización en población pediátrica sigue generando dudas. En este contexto surge un reciente estudio sobre obesidad en la adolescentes, publicado en Anales de Pediatría, el órgano de expresión científica de la Asociación Española de Pediatría.
Se trata de un trabajo de un equipo del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria (Tenerife). Según el análisis, el tratamiento con un agonista del receptor GLP-1 (liraglutida) combinado con modificaciones del estilo de vida (MEV), es significativamente más eficaz para reducir peso y mejorar indicadores cardiometabólicos que los cambios de hábitos por sí solos en adolescentes con obesidad severa.
En concreto, según este trabajo, uno de cada tres pacientes con obesidad severa tratados con un agonista del receptor GLP-1, sumado a las modificaciones de estilo de vida, redujo su peso hasta un 10 por ciento de peso y mejoró otros parámetros cardiometabólicos.
Obesidad en adolescentes
Según los últimos datos del Ministerio de Sanidad (2023), la prevalencia de obesidad en adolescentes, en concreto a los 12 años en España es del 8,1 por ciento en niños y del 8,7 por ciento en niñas. A los 14 años, se sitúa en el 8,4 por ciento y el 6,8 por ciento respectivamente. Estas cifras sitúan a nuestro país entre los que tienen una de las tasas más altas de obesidad infantil en Europa y confirman la necesidad urgente de revisar las estrategias terapéuticas.
“Históricamente, las únicas herramientas para tratar la obesidad en adolescentes han sido la dieta y el ejercicio, pero sabemos que en los casos más graves esto no suele ser suficiente porque precisan pérdidas de peso que no logran solo con los cambios de hábitos”, señala Mónica Ruiz Pons, especialista en Nutrición Infantil y primera firmante del estudio. “Nuestro trabajo muestra que el tratamiento de fármacos receptores de GLP-1 puede ser una herramienta terapéutica eficaz y segura en pacientes seleccionados, siempre combinada con intervención sobre el estilo de vida”, añade.
El medicamento estudiado actúa activando receptores GLP-1 en el hipotálamo, lo que ayuda a reducir el apetito y aumentar la sensación de saciedad. “Su eficacia reside en que no solo interviene a nivel intestinal sino también cerebral, ayudando mucho a los pacientes que por sí solos no controlan el impulso de comer por ansiedad”, asegura la experta.
Resultados esperanzadores
La obesidad en adolescentes “debe abordarse como una enfermedad crónica, no como un problema de fuerza de voluntad. Eso implica disponer de un abanico terapéutico más amplio, como sucede en otras patologías crónicas infantiles”, subraya Ruiz Pons. “Pero también exige evaluar a fondo los posibles efectos a largo plazo de los tratamientos, tanto a nivel físico como psicológico”.
Con este fin , el equipo de investigadores realizó un estudio observacional retrospectivo con 62 adolescentes de entre 12 y 18 años con un índice de masa corporal (IMC) por encima del percentil 95, lo que se considera obesidad severa. A 31 de ellos se les administró medicación junto a una pauta de hábitos saludables (alimentación y actividad física) durante una media de 6,9 meses. Los otros 31 siguieron exclusivamente un programa de modificación de estilo de vida.
Otras mejoras más allá de la obesidad en adolescentes
En este sentido, los resultados del estudio muestran que el grupo tratado farmacológicamente experimentó una pérdida significativa de peso: casi la mitad (48,4 por ciento) logró reducir más de un 5 por ciento su IMC, y el 29 por ciento superó incluso el 10 por ciento. En el grupo control, apenas un 3 por ciento alcanzó el 5 por ciento de reducción, y solo un 1 por ciento logró el 10 por ciento.
Además de la bajada de peso, los pacientes que recibieron tratamiento farmacológico mostraron mejoras en parámetros como la insulina, el índice HOMA-IR (indicador de resistencia a la insulina), los triglicéridos y la presión arterial sistólica. También se observó una reducción en el número de adolescentes en situación de prediabetes. Estas mejoras se mantuvieron seis meses después de finalizar el tratamiento, lo que sugiere un posible efecto sostenido en el tiempo.