Tres exposiciones conmemoran en Barcelona el 20 aniversario de la muerte de Antoni Clavé (Barcelona, 1913-Saint Tropez, 2005). La galería Joan Gaspar muestra una selección de sus dibujos y maquetas para escenografías y vestuarios de películas de Hollywood y para importantes teatros de Londres y París. En el Reial Cercle Artístic se pueden ver obras realizadas con diversas técnicas, entre ellas singulares instrumentos musicales imaginarios. Y la selección de obras que presenta el Palau Martorell (hasta el 16 de noviembre) configura la mejor muestra de Clavé que he tenido ocasión de ver. Ello se debe al buen criterio de los comisarios, Aude Hendgen –responsable de los Archivos Antoni Clavé– y José Félix Bentz –cofundador del Palau Martorell y presidente del Reial Cercle Artístic–, a la colaboración de diversos coleccionistas particulares, que han prestado obras notables y significativas, muy poco vistas, y también a los préstamos institucionales. La sala más destacable es la que preside Tríptic del 92 , titulo abreviado de Tríptic per a l’Ajuntament de Barcelona (1991). Es un gran formato de seis metros y medio de anchura por dos metros de altura. Especialmente en su parte central, esta pintura resume las mejores contribuciones de Antoni Clavé, que no es un pintor principalmente colorista, sino matérico, objetual. Ojalá se pudiera exponer este tríptico de forma permanente en un museo como el MNAC.
“La del Palau Martorell es la mejor muestra de Clavé que he tenido ocasión de ver”
A su lado, en el Palau Martorell, no desmerece el Hommage a Joan Miró , de 1972, pintura en técnica mixta sobre aluminio. También es destacable otro gran formato: Grands Guerriers , un óleo pintado entre 1959 y 1960. En la relectura actualizada que supone esta nueva muestra, observo en algunas obras conexiones con pinturas realizadas posteriormente por artistas de generaciones más jóvenes, como Basquiat o Marria Pratts. Algo parecido sucedió cuando las modas internacionales de los años ochenta –sobre todo Penck– coincidieron con la obra –muy anterior– de Joan Ponç , un pintor infravalorado.
Nico, Garrel, Felt, Canet Rock
Cuando leo una crónica o un libro biográfico sobre personas que he conocido y acontecimientos en los que he participado o de los que he sido testigo directo, a menudo detecto descripciones y opiniones que me chirrían, pues falsean notablemente lo que fue y lo que sucedió. Por ejemplo, en el libro You are beautiful and you are alone: La biografía de Nico , esta espléndida y sombría compositora y cantante aparece, entre otras cosas, como una víctima femenina de un supuestamente malvado macho llamado Philippe Garrel. La autora de la biografía incluso se burla, con afirmaciones superficiales, de las películas de Garrel. Pero lo cierto es que Nico ya se drogaba antes de conocer a Garrel, y que éste –además de realizar películas admirables, como La cicatrice intérieure o Les amants réguliers – se orientaba hacia la luz, y quizá por eso sobrevivió a su adicción. Era Nico la necrófila, aunque también era tierna.
“Nico ya se drogaba antes de conocer a Philippe Garrel, era Nico la necrófila, pero también tierna”
Un segundo ejemplo es Superestrella de las calles: un año con Lawrence , un libro sobre el cantante de Felt y un relato que ningunea al mejor músico de este grupo inglés: Maurice Deebank. Fue este quien logró, con su guitarra hipnótica, que canciones edénicas como Evergreen dazed o melancólicas como The stagnant pool fuesen obras maestras, en una línea cercana a The Durutti Column. Sin embargo, coincido con el biógrafo cuando retrata a Lawrence como un caso extremo de autosaboteador. Cuando, en 1985, invitamos a Felt al programa de TV3 Estoc de pop , el cantante se empeñó en eliminar, precisamente, los mejores solos de guitarra de esas dos canciones antes citadas.
Pau Riba, en el Canet Rock de 1975
Francesc Fàbregas
Pero también hay crónicas certeras. El reciente libro de Donat Putx Canet Rock. Mig segle de música i follia , es un ejemplo de rigor y sintonía con el tema tratado, tal como lo fueron sus libros anteriores sobre Sisa y sobre Pascal Comelade, o también aquella memorable crónica biográfica sobre Gato Pérez que escribió Marcos Ordóñez hace años.