Por Andrés Roca Rey, matador de toros

Desde que salí de mi casa en Lima con 14 años, por primera vez, solo tuve una idea clara: tomar la alternativa, ser figura del toreo, estar 10 años en activo y volver al Perú a descansar con mi familia.

Ya son 10 años los que se cumplen ahora, este 19 de septiembre, y aunque a veces se pase muy mal delante del toro, no me quiero retirar aún.

No me quiero retirar porque he aprendido, en estos años, que el toreo es mucho más que alcanzar una meta temporal o numérica. Es una filosofía de vida. Sí, una forma de vivir y de sentir. Es un mundo que te obliga a vivir cada día con intensidad, un mundo profundamente apasionado, donde desde niño aprendes que el toreo es un arte que necesita una dosis de locura.

Y, al ser vida, también necesita que la arriesgues apostando con ella. Por eso siento que mi vida personal y mi vida profesional siempre han estado unidas.

Porque se torea como se es… y también se torea como se está. He vivido muchas experiencias en estos años: algunas muy hermosas, otras muy difíciles. He sentido el miedo, la presión extrema, la responsabilidad.

No solo la responsabilidad de cumplir mis propios sueños, sino también la de no fallarle a una afición que confía en mí cada día.

El toreo me hizo más disciplinado, y me ha motivado en muchos aspectos de mi vida personal.

Puedo decir que he sido el hombre más feliz del mundo en muchísimos momentos.

Y lo más importante: siento que, en muy poco tiempo, el toro me ha devuelto con creces todo lo que yo he sido capaz de entregarle.

El toreo me hizo artista, profesional… pero sobre todo, me enseñó a ser persona. Porque en esta profesión, cuando el toro siente que te estás desviando del camino, llegan las grandes lecciones. Y muchas veces, vienen en forma de curas de humildad.

En otras palabras: aunque en el colegio no me haya ido muy bien, y aunque no haya pisado una universidad, puedo decir con total orgullo que el libro de mi vida en el toreo es el que más me ha enseñado. Por la gente que he conocido, por las experiencias vividas, por los errores cometidos, los aciertos, los fracasos y —gracias a Dios— muchos triunfos.

Me gustaría hablarle ahora al niño que fui, porque por él estoy aquí delante de ustedes: por sus sueños, su esfuerzo y sus decisiones.

Recuerdo mis primeros viajes para torear en la sierra del Perú, cómo me recibía la gente cuando tenía apenas 8 o 9 años. Yo admiraba muchísimo al Juli y quise que me pusieran un apodo parecido al suyo… así nació “El Andi”.

Les prometo que ese personaje fue el más puro que ha habitado este cuerpo en mis 28 años de vida.

Y siempre intento volver a él, con pureza y con amor.

Hoy, los hemos reunido aquí para contarles algo que vengo pensando desde hace mucho tiempo.

Vuelvo a donde todo empezó: a mi querida tierra, mi Perú, mi Lima.

Pero esta vez quiero hacerlo distinto, con motivo de estos 10 años de alternativa.

Por el agradecimiento profundo que siento hacia mis paisanos, a esa gente que me vio nacer y crecer en mis primeros años. Agradecido también con el toreo y con el toro, que me han regalado la vida más apasionante que pude haber imaginado.

Me voy a encerrar con seis toros en la Plaza de Acho.

Y no es algo que me resulte fácil… siempre tuve miedo de hacerlo.

Pero la vida está para crear historias.

Para dejar de pelear con el mundo y empezar a enfrentarse a uno mismo.

Para arriesgar. Para ser rebelde cuando toca. Para conquistar, para apasionarse de esta vida maravillosa… y morir cuando tenga que ser.

Encerrarme con seis toros es más que un desafío: es un renacer. Es volver a recordar por qué lucho, por qué sigo, y por qué esta plaza, que tanto me ha dado, merece todo lo que tengo para entregarle.

Muchas gracias, por siempre: al Perú, a España, a mi familia, a mis seguidores y también a mis detractores, que siempre me empujan a superarme; al mundo del toreo en general, y por supuesto, al animal que más quiero y respeto en este mundo: el toro bravo. Esto es por ustedes. Y por ese sueño que, desde niño —contra todo— sigue vivo.z