LaVuelta 2025 quedará grabada en la memoria colectiva no sólo por lo sucedido en la carretera, sino -sobre todo- por lo que ocurrió más allá del ciclismo. La 80ª edición estuvo marcada por las protestas propalestinas contra la participación del Israel Pro Tech Academy, que terminaron por deslucir el epílogo madrileño y dejaron la carrera sin la tradicional fiesta final. Una Vuelta convulsa, interrumpida en su último día, sin podio oficial en Cibeles y con la amarga sensación de que lo extradeportivo se impuso al deporte.

Pero si apartamos el ruido y centramos la mirada en la competición, el balance para España tampoco invita a celebraciones. Por primera vez en la historia, ningún corredor nacional logró situarse entre los diez mejores de la general. Tras noventa años de carrera y ochenta ediciones disputadas, se quebró una tradición que parecía inamovible. El catalán Abel Balderstone, del Caja Rural, fue el mejor clasificado, en una meritoria 13ª plaza. Su compañero Jaume Guardeño firmó el 14º puesto, completando un doble orgullo para el equipo navarro, pero insuficiente para mantener viva la estadística.

Hasta ahora, el resultado más discreto databa de 1996, cuando Fernando Escartín acabó décimo. El vacío de 2025 se suma a lo ocurrido en las otras dos grandes: en el Tour, el mejor español fue Cristian Rodríguez, 20º; en el Giro, Pello Bilbao, 30º. Una señal evidente de la crisis de resultados que atraviesa el ciclismo nacional, huérfano de líderes asentados en la general.

Las explicaciones se multiplican. Enric Mas, cuatro veces podio en LaVuelta, se quedó fuera por un trombo que lo mantiene apartado de la competición. Mikel Landa corrió entre dolores tras su fractura de vértebra en el Giro. Y el caso de Juan Ayuso fue singular: entró en el ocho del UAE casi de rebote, tras la renuncia de Pogacar, y sin la preparación adecuada. Renunció a la general y se lanzó a por etapas. Y lo logró: dos triunfos de prestigio que, sumados al de Marc Soler, salvaron parte del honor español.

No todo fueron sombras. El hambre de los modestos, como el Burgos-BH y el propio Caja Rural, la combatividad de veteranos como Landa o Soler y el descaro de jóvenes como Guardeño, Markel Beloki o Hugo de la Calle invitan a pensar en el mañana. Porque, aunque el presente duela, el ciclismo español sigue teniendo raíces en su cantera, academias sólidas y una tradición que tarde o temprano volverá a florecer.

Hace ya más de una década que ningún español conquista LaVuelta —Contador en 2014— y aún más que un Tour o un Giro no visten de rojigualda. El trono mundial pertenece hoy a eslovenos, daneses o belgas. La travesía por el desierto es real, pero también lo es la esperanza: la recuperación de Carlos Rodríguez y Enric Mas, la evolución de Ayuso en su nueva etapa en el Lidl-Trek y la aparición de nombres como Pablo Torres, Adrià Pericas o Benjamín Noval.

LaVuelta 2025 nos deja un vacío histórico y una herida simbólica. Y, quizá, la incómoda pregunta de si lo vivido fuera de la carretera habría sido igual de haber tenido un español peleando por la gloria en el último fin de semana.