Quien haya visto la cadena nacional con la que Javier Milei anunció el envío del Presupuesto 2026, no hubiera necesitado reparar en el fondo de los anuncios para advertir rápidamente la escenificación de un cambio del estilo, con el que el presidente había alimentado una autopercepción de invencibilidad hasta la elección bonaerense del 7 de septiembre. Milei capituló en toda la línea con un discurso que no hubiera tenido la necesidad de hacer de no estar emocionalmente secuestrado por su hermana y su primer anillo, que le generaron un daño del que aún no pudo salir desde aquella sesión del jueves 1o de julio, producto de un mal cierre con un grupo de gobernadores. En este sentido, es sencillo destacar las visibles falencias sistémicas que tiene Karina Milei. No es menos cierto recordar que, con esas limitaciones, fue el espacio que le ganó la elección al peronismo y al PRO. La humildad suele ser un buen predictor para no repetir errores.

La idea de que “lo peor ya pasó” parece difícilmente compatible con el pronóstico previo sobre una recuperación vigorosa gracias a una economía que crecía como “pedo de buzo” y había sacado a “doce millones de personas” de la pobreza. El tono sobrio, la explicitación del mensaje implícito en el nombramiento de Lisandro Catalán y la rejerarquización del Ministerio del Interior en cuanto al diálogo político son un contraste con un cierre de las listas donde el Gobierno se creía en condiciones de plantear requisitos humillantes –que logró, incluso con algunas adhesiones que, de Mauricio Macri a gobernadores como Rogelio Frigerio o Alfredo Cornejo, seguramente lamenten a la luz de los resultados bonaerenses aún cuando se prevé un triunfo oficialista en esas provincias.

Si te gusta Off the record podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los martes.

El terremoto electoral hizo evidentes los problemas del esquema económico que, sin embargo, llevaban meses construyéndose y acumulándose. El valor del dólar artificialmente bajo, con su impacto sobre la competitividad, la no acumulación de reservas y los problemas obvios de sostenibilidad que acarrea –señalados como el talón de Aquiles del esquema oficial incluso en sus momentos más luminosos– lleva meses en crisis. Bastó apenas una señal errada –en este caso, el desarme de las LEFI dirigidas a los bancos– para reavivar las presiones sobre el valor del dólar que convertía a la Argentina en el país más caro de la región: aquel “comprá, campeón” de comienzos de julio terminó siendo el reflejo profético de una euforia que no reflejaba la fortaleza de la moneda argentina. 

Hay un episodio simbólico de aquel momento. El equipo económico en pleno resaltando las virtudes del esquema cambiario frente a quienes señalaban las inconsistencias en el canal de streaming Neura. Una performance en la que todos gritaban que el dólar “flota”, desafiando a los agoreros a testear el mercado. Dos integrantes del equipo económico, Federico Furiase y Martín Vauthier, no se sumaron a la euforia y permanecieron en silencio, de brazos cruzados. Casualidad o no, se trata de los únicos integrantes cuyos antecedentes no son las mesas de dinero. Provienen del estudio Bein, donde trabajaron durante años bajo la tutela de Marina Dal Poggetto. No los exime de la foto patética que llevó el equipo económico de la soberbia al temblor, pero era visible –y posiblemente anticipatoria– la incomodidad del momento.

La llegada de los dólares del FMI y el establecimiento del esquema de bandas con salida del cepo –coincidente con los momentos de mayor liquidación del agro– fue apenas una curita temporaria para disimular una hemorragia persistente que ponía en jaque la recuperación ya a comienzos de año, cuando el principal problema de corrupción en agenda era una criptomoneda de tono turbio. Aquel mes de bonanza circunstancial le permitió al gobierno ganar las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires con un candidato que no quería serlo y una campaña breve aunque intensa, que emparentó a Manuel Adorni con Milei.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

La sustancia del breve discurso presidencial, aún con la insistencia en el superávit fiscal como ancla del esquema económico, supone más que una novedad, una admisión. La posibilidad de un aumento en el gasto en jubilaciones –uno de los rubros cuya caída real explica la magnitud del ajuste–, pero sobre todo la asignación de un presupuesto para las universidades nacionales, el anuncio de incrementos reales del 17% en salud, 8% en educación, 5% las asignaciones por discapacidad y hasta un esquema un tanto opaco para retomar la obra pública explicitan el reconocimiento de los obvios efectos reales del ajuste que el presidente caracterizaba como limitado a “la política”. 

El resultado electoral es indivisible de los efectos recesivos de esa mirada económica que comenzó a estancarse el primer trimestre y muestra una caída en los ingresos durante el segundo. Un fenómeno que se hizo evidente a partir del final de mayo, no casualmente tras las elecciones porteñas, cuando terminaron de disiparse definitivamente los efectos expansivos de la desinflación que comenzó a mediados del año pasado y que había motivado una recuperación de los salarios y una mejora de los indicadores de pobreza que duraron mientras la inercia salarial superó a la inercia desinflacionaria.

Ese proceso de desinflación se encuentra estancado, aunque el gobierno presenta la relativa estabilidad del IPC como señal de éxito del esquema, el desacople de la inflación en relación al aumento del valor del dólar sólo se explica por la debilidad de los ingresos populares y la crisis de la producción nacional asociada a ellos y vulnerable a las importaciones que facilita el esquema cambiario. Todo el programa tiene efectos recesivos indisimulables que se montan sobre un esquema que agotó su potencial de recuperación. Tanto que es bien probable que la próxima medición de pobreza evidencie un crecimiento respecto a la caída que había advertido en el número anterior.

Es en ese contexto que navegan las tensiones sobre el armado político, sometido al stress de las serias sospechas de corrupción que se ciernen sobre el más inmediato entorno presidencial. Esta semana, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se reunió con un grupo de empresarios de primera línea entre los que se encontraban los ultraoficialistas Eduardo Eurnekian y Eduardo Elsztain. Francos se presentó a sí mismo como garante del gobierno ante el establishment, en un esquema que buscaría recuperar el diálogo y los acuerdos con otros actores políticos, principalmente gobernadores, pero también en el Congreso. Un esquema difícil de sostener en el marco de la competencia de cara a octubre, donde muchos de ellos compiten –contra su voluntad y por decisión de Karina– con el oficialismo y una elección de la que podría salir muy debilitado, aún con las modestas aspiraciones de alcanzar un tercio fiel que lo blinde al gobierno y su capacidad de veto. “Veníamos para crecer en votos, no para sostener vetos”, se lamentaba un interlocutor en Casa Rosada.

Los cálculos electorales hoy atraviesan las preocupaciones del otrora triángulo de hierro. Santiago Caputo estuvo delineando ayer junto a Javier y Karina Milei la estrategia de cara a octubre, donde hoy se ven mejorando sustancialmente sus resultados respecto de la elección provincial de septiembre. En la provincia de Buenos Aires, La Libertad Avanza se encuentra, hoy, entre cinco y siete puntos abajo, en base a dos grandes hipótesis a validar por la realidad. Por un lado el peso del despliegue territorial y, por otro, el del antikirchnerismo. 

En los cálculos oficiales para octubre, en el oficialismo no esperan esfuerzos comparables a los de la elección del siete de septiembre, sumado a algún punto porcentual de disociación entre las figuras locales y las de la boleta de diputados nacionales que, pasada la elección local, podría beneficiarlos. El segundo factor, el antikirchnerismo, podría activarse tanto por factores subjetivos –la posible victoria de una figura con alto nivel de rechazo en un sector de la población, como es CFK–, como objetivos: los problemas financieros, que con bastante poco aprecio por las variables estructurales del esquema económico, la narrativa oficialista atribuye al “riesgo kuka”. Cinco o seis puntos serían un consuelo pobre para unas expectativas que estaban seteadas muchísimo más arriba hace apenas semanas y que, más allá de los problemas del esquema económico, navegan sobre problemas de armado político y prácticas tan evidentes como evitables. 

Los reflectores sobre Martín y Eduardo “Lule” Menem Menem, y sobre Sebastián Pareja, las espadas de Karina Milei, evidenciaron una imagen de deterioro que superó las previsiones más pesimistas. En cuanto a Caputo, postergó para después de octubre cualquier conversación con el presidente respecto del futuro luego de su enfrentamiento con el esquema perdidoso y confirmado de Karina. Así y todo, es probable que en octubre el Gobierno se vea ganador con un número pobre que orbite entre el 33 y el 35% de los votos nominales nacionales aún perdiendo en la provincia de Buenos Aires. Poco para alejar los fantasmas externos y desplomar el riesgo país para acceder a los mercados. No está claro cómo va a salir de esta encerrona el ministro Luis Caputo, en cada aventura en la función pública menos exitoso, pero más pagado de sí mismo.

Las dificultades políticas y económicas del oficialismo se amplían por los coletazos del triunfo abrumador del peronismo el anterior domingo, que terminó de disparar todas las dudas y expectativas negativas que existían respecto de la solidez de su posición. Un acierto del cálculo de Axel Kicillof, que asumió riesgos internos y externos en base a un diagnóstico sobre la realidad argentina que resultó acertado, pero no era evidente cuando fue tomada la decisión. Las elecciones no se provincializaron como temía CFK, sino que se nacionalizaron y municipalizaron. El gobierno llega a octubre más débil de lo que hubiera llegado sin el golpe bonaerense. Un triunfo en toda la línea del gobernador que escapó a la impugnación que anticipaba el kirchnerismo en caso de una derrota, pero que –aún luego del triunfo– fue destinatario de sugerencias dosmilonceanas (NdeR: con dificultad, el autor se refiere a situaciones ocurridas durante el período 2011-2015) del primer anillo cristinista por una nota que le brindó al diario Clarín. Difícil que esas búsquedas funcionen luego de la centralidad que tuvieron dos figuras muy cercanas a Cristina y Máximo Kirchner como Eduardo “Wado” de Pedro o Sergio Massa que tienen, dentro de sus principales activos, una excelente relación con el establishment local y extranjero. 

El desdoblamiento fue un escenario anticipado hace al menos un año por los funcionarios bonaerenses con competencia electoral, Javier Rehl y un hombre de su equipo, Juan Ignacio Pizzi, que dieron argumentos y sustento técnico al diagnóstico político para garantizar el resultado. La elección concurrente con dos sistemas de votación distintos –boleta única para la elección nacional, partidaria para la provincial– hubiera sido prácticamente imposible de llevar adelante y hubiera generado imágenes de zozobra, que se evidenciaron tras el simulacro que acordaron con el juez con competencia electoral, Alejo Ramos Padilla.  La elección provincial, en cambio, transcurrió con una normalidad casi anodina hasta que la publicación de los resultados, con el escrutinio muy avanzado, sentenció la contundencia del triunfo del peronismo. 

Las virtudes de oportunidad política electoral, la aparición de un liderazgo en el peronismo que parece sacarle varios cuerpos a las figuras que no son Cristina Kirchner y la defectuosa configuración del oficialismo, sin embargo, amenaza disimular los problemas enormes y persistentes de la principal fuerza opositora, que llevaron a que, tras su último período en el gobierno, Argentina eligiera al “primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad”. La displicencia respecto de la inflación –como si fuera apenas un problema más– aparece como el principal riesgo de una lista que incluye la prodigalidad fiscal, el reparto corporativo y la fragmentación del Estado en función de intereses sectoriales concentrados de la sociedad civil organizada e ignora, a  su vez, la enorme deslegitimación que afecta a la dirigencia política mientras corre el riesgo de repetir las disfuncionalidades de una interna no sólo no resuelta sino siquiera disimulada. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, el recuerdo del deterioro material que acompañó al último gobierno, aún sin grandes compromisos en materia de deuda durante su mandato, debería servir de caución contra la tentación de creer que el modo de superar los evidentes y muy profundos problemas del esquema actual puede estar en las ideas instrumentadas en el pasado reciente.