Pensé mucho en qué título ponerle a este texto, pero no es posible encontrar uno mejor que el que ya tiene el libro. Canto yo y la montaña baila de Irene Solà, escritora malla en Barcelona, y quien, con 35 años, ya ha escrito una serie de obras con las cuales me he conectado, y también puedo decir, del libro que hablo en este texto, es lo mejor que he leído hasta ahora en este año en curso.

“Llegamos con las tripas llenas. Doloridas. El vientre negro, cargado de agua oscura y fría, y de rayos y truenos. Veníamos del mar, de otras montañas y de toda clase de sitios, y habíamos visto toda clase de cosas”.

La anterior es la forma en que inicia el primer capítulo de los 18 que tiene el libro. Una nube comienza la narrativa del libro, una publicación poética por donde se le mire, con amor y furia, con la cotidianidad de las montañas, con la rareza de las montañas, con la rareza que tiene Irene Solà para escribir.

Es ternura, delirio, cotidianidad, cuerpos, siluetas, agua, rayos, animales, esos que observan la unión de dos cuerpos humanos y que piensan en cada movimiento de esos cuerpos, que detallan sin morbo, pero con dicha, con interés, con la necesidad de oler, sentir y que con el cerrar de una puerta solo le queda su olfato para imaginar el sudor de dos cuerpos juntos.

“No me fastidiéis. Ciega como soy. Inmensa como me hicieron. Sorda por lo ensordecedor que fue nacer. A vosotros qué os importan mi voz o mi perspectiva. Dejadme en paz”. Es la forma en que inicia el capítulo de “La colisión”, una especie de interrupción en la historia para acercarse a unas ilustraciones de montañas y a pequeños fragmentos, quizá aforismos, quizá poemas, pero tan perfectos, tan envolventes. Las ilustraciones no se destacan, pero complementan, hacen que este capítulo pase rápidamente y no genera ningún tipo de desconexión en la historia, la cual tiene muchos personajes, pero es algo que tampoco afecta continuar la lectura y no perderse en medio de tantos elementos, tantos seres. Iniciar leyendo a una nube y cerrar escuchando a un corzo, ¡qué cosa magnifica!

Irene Solà estuvo en Medellín en el Hay Festival de 2024. Lastimosamente no la vi, aún no la había leído. Después de eso llegué a su libro Te di los ojos y me miraste las tinieblas. Por eso digo que es brillante para titular libros y también para narrar, tiene un estilo particular que conectar, esa forma de darle vida a los personajes, a separar y volver a juntar los relatos de esos interlocutores en sus libros, de generar la necesidad de no parar o querer volver lo más pronto posible al libro. Como me pasó con Canto yo y la montaña baila, me envolvió justo en una semana de mucho movimiento y, aun así, aproveché cada espacio posible para adelantar, para meterme en la historia de ese hombre que decide visitar todos los lunes a su vecina, tomarse un café, escucharla, caminar con ella, ganarse la confianza del perro vigilante de la casa que le ladró y luego lo olió para darle la bienvenida y permitirle que cada lunes pudiera tomarse el café que ya no le gustaba pero que aun así se tomaba para no perder la oportunidad de la conversación, del encuentro, de hacer algo distinto, de abrazar, besar, tomar, comer, caminar, sentir, subir, bajar.

Este libro fue publicado en 2019, llegó a mí apenas en 2025 y no importa, no debemos guiarnos por la novedad, son las historias las que nos conectan con un libro escrito hoy o hace cincuenta años o cinco. Es la librera o el librero que nos conoce y nos dice: “Esta historia te va a gustar” o “¿ya conoces a esta escritora?, creo que puede interesarte”. Así es muy bello llegar a lecturas como estas.

Este libro fue publicado por Anagrama, es fácil encontrar en librerías y está actualmente disponible en el Parque Biblioteca Nuevo Occidente para préstamo.