Un libro tan íntimo como Sutura, de Sofía Balbuena, editado por Seix Barral, me obliga a volverme aún más personal, autorreferencial y caprichoso en esto que intento escribir. En el año 2002 después de aquel estallido social y económico hice mi primer viaje a Europa, casi de casualidad, con un pasaje que no pagué. El primer lugar al que recalé fue Barcelona, me dieron hospedaje un grupo de argentinos que compartían un piso, eran ocho en dos cuartos, o nueve o un número variable según como terminaran los acontecimientos de cada día. Tengo recuerdos difusos de a qué se dedicaban para sobrevivir, un chico se tomaba un tren a Sitges y trabajaba cambiando y lavando toallas en un sauna gay. Otras chicas ganaban su sustento como estatuas vivientes doradas frente a la catedral, ahora no se me vienen a la mente las ocupaciones temporales que tenía el resto, pero todo tenía precariedad, también aventura, pero sobre todo un cotidiano precario y azaroso.

Cuando caía el sol, después de la fatiga del día, iban a tomar cañas, bebían como si los bares fueran fuentes de agua, saltaban de bar en bar, así, hasta que los encontraba la madrugada.

En aquel momento tenía deseos encontrados de emigrar. Pero al observar las formas que adquiría el cotidiano de quienes se iban, sentí que no iba a poder. Ya me había costado demasiado el desplazamiento que había tenido de mi provincia a la capital. No me sentí con las fuerzas suficientes para irme aún más lejos, no tendría el temple para tolerar las derivas infinitas que viven les migrantes.

Leer Sutura es de alguna manera poder espiar algo de esas vidas que suceden en esa realidad paralela llamada “los que se fueron”, es una historia en fuga, una singularidad que de alguna manera refleja, expande y le da cuerpo e identidad a ese colectivo que intentó su vida en un país lejano.

Hace unos días alguien me dijo que estaba muy enojada con sus amigues que se iban, que no podía tolerar sus relatos. Su enojo obturaba la curiosidad de saber cómo habían continuado sus recorridos. Quien hablaba prefería vivir sin pensar en esas ausencias.

Sobre ese hueco de quien se fue, sobre varias preguntas que no se responden, sobre el material de la herida profunda está escrito el libro de Sofía Balbuena.

La narradora va construyendo de manera implacable un relato con una sensibilidad lacerante. Este libro está partido en dos zonas, la primera narra el devenir de una dolencia física, un corazón con una falla que es intervenido una y otra vez, un tórax que se abre, una vida que va sucediendo a la par del temor de una amenaza acechante.

Y la sutura posterior, esa capa de piel nueva que crece sobre la piel del daño.

En esa segunda zona, la protagonista sobrevivió, estamos a salvo, pero esa fuerza sobrehumana que ponía en la supervivencia ahora parece estar desbocada y adquiere formas sinuosas.

Sofía traza recorridos entrañables por lugares y personas. ¿Acaso las ciudades no están proyectadas también sobre las líneas de antiguas heridas?

Para quien llega a la ciudad, nuevas heridas, cicatrices y suturas se van sucediendo, multiplicando esa cartografía intrincada de los afectos.

El desarraigo, el encuentro fortuito, la amistad que sucede casi de manera inesperada, el choque con el amor en sus formas más diversas. Y pongo la palabra “choque” porque la protagonista parece toparse ahí con un dilema que la atormenta, con una duda que no se va a despejar.

La amistad, el amor y el sexo son la materia que combustiona el relato, el calor que produce el fenómeno físico de la sutura.

También está el humor, no cualquier humor, es un humor áspero de quien se sabe sobreviviente. La risa seca de quien llegó hasta aquí solo por el deseo de contarlo, escribir para fijar la experiencia desbordante.

Sutura es el deambular por una ciudad desconocida, cenas improvisadas, borracheras, amistades entreveradas, madrugadas, traslados, esperas. El relato de una noche crucial, el año nuevo, un pavo en el horno que nunca se cocina, encuentros, cruces, resaca, las horas que se tornarán inolvidables, un imán temporal al que acude la memoria.

La escritura de Sofía late de manera musical, por momentos se pone furiosa y de pronto se torna leve y delicada. Sofía escribe sin red.

Cito un pequeño párrafo del libro que me resulta una clave para abrazar este relato, ella dice: “Me interesa saber quién soy, en que me voy a convertir. No encuentro en esto ningún mérito. Pero me consuelo repitiéndome que por lo menos soy sincera. Puede que todo sea relativo, pero sí encuentro valor en la sinceridad. Otra cosa es que sirva para algo”.

Me conmueve esta suerte de sincericidio literario, esa declaración que abandona una postura solemne.

Sutura también se coloca al costado de la literatura sobre maternidad, Sutura es además un libro sobre la experiencia de no ser madre. La voz de la relatora no se justifica, no juzga, no pontifica. Hay irreverencia y no pretende conformar.

Cuando plantea un conflicto vincular, no ofrece una resolución, deja el asunto abierto. Porque la vivencia no tiene una forma definida y los movimientos verdaderos del dolor, de la dicha y la incomodidad no se ajustan a las normas convencionales del relato. No hay un final rimbombante. La protagonista de Sutura reflexiona sobre los causes del amor sin pisar el terreno de la certeza.

Parte de la potencia de este pequeño y poderoso libro es esa irreverencia con la que decide no brindarnos una conclusión. No hay cierre porque las heridas siguen ahí.

Tal vez sirvan para mostrarlas como tatuajes en una noche de borrachera, son nuestra memoria marcada, están expuestas a la espera de una caricia.

Hace algunos años un escritor, un varón, alguien a quien se considera importante dentro del panorama literario me dijo: “Yo escribo libros, no libritos”. Esa declaración me hizo sentir de inmediato una especie de cucaracha que escribía algunas cositas. Escribo libros muy cortos, guiones de cine que no tienen mayor extensión, obras de teatro breves; algo se extenúa, me suelo poner sintético, por pereza o imposibilidad. Leer este libro de Sofía me envalentona, me afirma en la creencia de la brevedad. Esa condensación explosiva que posee Sutura me da fuerzas. Las voces corridas, una manera de enunciar que no pretende abarcarlo todo. Y esa cualidad, de apariencia menor que se agiganta y estalla como un corazón henchido de vida.