No todas las revoluciones son violentas. Algunas, probablemente las más efectivas, pasan al principio inadvertidas: un pequeño cambio, un elemento nuevo en el paisaje que altera nuestras experiencias hasta que la nueva situación nos parece algo que siempre fue así. Eso sí, cuando miramos atrás, descubrimos que eso estableció un antes y un después. Desde el 11 de septiembre se reestrenó Toy Story, el primer largometraje completamente realizado con computadores, que, de paso, fue el nacimiento de una mitología y un universo. ¿La excusa? Que hace tres décadas casi exactas (la fecha “oficial” del estreno estadounidense fue el 22 de noviembre de 1995) el cine era otra cosa.

Hay dos historias alrededor de Toy Story: la de su realización y la del cine que le dio origen. La primera es la de Pixar, la firma que cambió todo. Empezó como una serie de investigaciones en la Universidad de Utah en gráficos por computador en 1972 a cargo de Ed Catmull y Alvy Ray Smith. 

Luego, ambos se fueron a trabajar con George Lucas, entonces millonario hacedor de Star Wars y pionero en utilizar procesadores y computadores en la realización de imágenes, a una división de Lucasfilms, The Graphic Group, en 1979. Desarrollaron el primer programa de lo que luego sería la herramienta revolucionaria Renderman, que permitía tomar dibujos o formas y trasladarlas a la animación con aspecto tridimensional.

Allí reclutaron a un auténtico artista –eran ingenieros–, exalumno de CalArts (la escuela de animación patrocinada por Disney de la que salieron nombres como Tim Burton, Brad Bird y gran parte de los animadores contemporáneos), llamado John Lasseter para darle narrativa a esos primeros experimentos. Lucas vendió la empresa a un empresario ambicioso llamado Steve Jobs y el emprendimiento comenzó a llamarse Pixar. 

Jobs invirtió lo suficiente como para desarrollar herramientas. El primer corto exitoso de Pixar fue Luxo Jr., el de las lámparas que juegan a la pelota, que se convirtió en símbolo de la marca. Más tarde llegaron a un trato con Disney: harían un largo animado y la firma, que veía con cierto recelo esa “nueva” animación después de siete décadas de desarrollar el dibujo animado, lo distribuiría y se encargaría del marketing.

Hay muchas historias de borradores y cambios, de decepciones con productos casi finales, de apuros por terminar todo. Para Disney era una apuesta no demasiado grande, porque el gasto lo ponía Pixar. Mientras tanto, esa empresa logró ganar varios Óscar al corto animado. Eso implicaba que el público aceptaba ese nuevo estilo, en el que todo tenía las proporciones y las perspectivas de lo real. Finalmente, llegó Toy Story. Esta es la historia de cómo se “hizo”, pero la gran pregunta es por qué fue un éxito tan grande. Y allí tienen que ver otros actores, especialmente los dinosaurios y, de un modo lateral, John F. Kennedy.

Antecedentes

Aunque Pixar había creado el primer personaje por computador para una película de acción en vivo (el fantasma del vitral en El secreto de la pirámide de 1985), las cosas se movían aún demasiado lento. Había una que otra película que tenía intensivos gráficos de PC (El último guerrero espacial, de 1984, o la pionera Tron, de 1982).

La idea de que un computador podía generar imágenes en movimiento, afianzada en la mente de las nuevas generaciones de entonces gracias a los videojuegos, y que se podía aplicar a narrativas, estaba en el aire. Y los computadores mejoran constantemente, de modo casi que exponencial. Por lo que, si se piensa, de El secreto de la pirámide a Toy Story no hay más que 10 años.

Película Toy Story de 1995 Foto:Pixar / Disney

Pero ¿y el público? Lo que la animación por computadores ofrecía era un universo virtual. Aunque el cine es un universo virtual desde El nacimiento de una nación (1915), en esta ocasión la cosa era ostensible. El objetivo era que la audiencia creyera en esas creaciones.

En 1993, Steven Spielberg pensaba que Jurassic Park había que hacerla con enormes muñecos animatrónicos. Quizás quería la revancha de lo mal que lo había pasado con Tiburón. Pero cuenta la leyenda que Dennis Muren, el especialista en FX que había ganado el Óscar por las criaturas “de agua” de El abismo y el T1000 de Terminator 2, le mostró una prueba de un tiranosaurio en un monitor. Spielberg encontró lo que quería: los computadores podían crear imágenes convincentes, que involucraban emocionalmente al espectador.

Jurassic Park es una película de ciencia ficción dirigida por Steven Spielberg Foto:YouTube:

Un año más tarde, Robert Zemeckis hizo algo distinto: usó los computadores para alterar registros documentales para que el Forrest Gump de Tom Hanks se saludara con John F. Kennedy. Ambas películas y su éxito mostraban claramente que los computadores lo cambiaban todo. La lección de estas dos películas era que el público aceptaba la intervención digital en el cine.

Toy Story es la culminación de este camino: la película totalmente digital, que creaba matemáticas mediante un universo de imágenes con profundidad, donde las perspectivas visuales son las mismas que en nuestra experiencia cotidiana, trasladado a un mundo de caricatura que hereda el realismo fantástico que creaba Disney para sus largometrajes.

Desde entonces, Pixar y luego DreamWorks, BluSky, Illumination y otras muchas firmas surgidas, han crecido en su capacidad de crear imágenes en cuanto a perfección técnica. Es cierto que, si comparamos la animación de aquella película pionera con la de hoy, el salto cualitativo es enorme. 

La otra revolución de Toy Story es la de que eso importe menos que la historia, los personajes, la emoción que le da vida a la hazaña tecnológica. O, para ser mucho más precisos, que justifica esa hazaña tecnológica. Toy Story creó, también, una poética que es la base de todo el cine contemporáneo.

La trama, un clásico

La historia es conocida por todos. Los juguetes de Andy, cuando él está ausente, forman una pequeña comunidad, un mundo propio en el cuarto del niño. Los guía Woody, un vaquero amable con la voz de Tom Hanks. El día del cumpleaños de Andy llega un nuevo juguete: el moderno y valiente astronauta Buzz Lightyear, con la voz de Tim Allen, y se gana la admiración de los demás juguetes, despertando la envidia en Woody.

Parte de la película donde están ‘Woody’, ‘Jessy’ y ‘Tiro al blanco’. Foto:Disney & Pixar

Esto más una serie de incidentes lleva a que los dos juguetes caigan en la casa de Sid, el violento y destructivo vecino de Andy. Por otro lado, se presenta un segundo problema: Woody sabe que es un juguete, mientras que Buzz no. Y un tercero: los demás juguetes de Andy creen que Woody ha cometido un crimen, que ha destrozado a Buzz. 

Si el lector recuerda bien estos hilos, verá que la película eludía con elegancia la puerilidad en el tratamiento de la infancia propia de quienes hacen “cine infantil” y olvidan que los niños son personas con deseos, miedos, odios y amores. Eso está representado en los personajes de un modo muy preciso sin salirse del relato y sin subrayados.

Esto sucede por la “poética Pixar”: cuando el universo normal humano se cruza con el otro fantástico y maravilloso, que también es a su modo “real”. Es lo que pasa en Monsters Inc., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille y en toda la serie de Toy Story. 

‘Monster In.’ también es una saga exitosa de Pixar. Foto:Disney +

El cruce de mundos que no deberían unirse desata el conflicto sobre identidades y sentido: ¿qué es ser un juguete?, ¿cuál es su fin? ¿cuál es el lugar de la imaginación y el juego en nuestro propio mundo? En última instancia es la ampliación del campo de lo real y el conflicto que tal asunto genera.

Justamente, el estatuto de la realidad es quizás el tema central del arte (y no solo popular) contemporáneo. Pixar lo desarrolló a partir de la más noble de las narraciones: el cuento fantástico para cualquier edad. Y nació, precisamente, con Toy Story.

Por eso es tan importante esta película en particular: la idea de que se puede crear cualquier imagen y que sea creíble, la de que podamos experimentar del modo más preciso posible lo que no existe de manera tangible. Por supuesto que también generó problemas: hoy, cuando cualquier imagen es posible, la gran pregunta no es cómo poner en pantalla lo que el artista imagina, sino qué no mostrar, dónde establecer un límite.

En 2022, Disney Pixar sacaron una precula sobre Buzz Lightyear. Foto:DISNEY

Es un tema profundo que atañe a la estética e incluso a la metafísica, y las preguntas ¿qué es real? ¿qué no podemos experimentar o demostrar? nos incumben aunque no nos demos cuenta. El guion de Toy Story, su historia de sentimientos encontrados, aversiones, violencias, solidaridades, juegos y amistad, es la prueba. El guion incluye en su factura a Joss Whedon. Quien conozca su trabajo en la genial Buffy, la cazavampiros, en el bello wéstern espacial Firefly o en la primera película de Avengers sabe que es parte de su especialidad construir vínculos emocionales entre sus personajes a partir de la acción fantástica.

Y en el fondo, porque estas cuestiones hoy urgentes trascienden nuestra época, Buzz y Woody son el Quijote y Sancho, el que mira la realidad como un juego de fantasía que le otorgue sentido y el que la observa con sentido común y pragmatismo porque comprende que su rol es tanto subir al escenario de los juegos como bajarlo más tarde para seguir viviendo. Esa dinámica universal, esa idea eterna, sigue sosteniendo una película que, 30 años más tarde, continúa siendo de hoy. Como pasa con el gran cine, con el gran arte y con las revoluciones que valen la pena.

LEONARDO M. D ESPÓSITO 

LA NACIÓN (ARGENTINA)