No vamos a descubrir ahora a Cesc Gay, que debe llevar unas diez películas explorando el cine íntimo, cotidiano y aparentemente sencillo, a veces contado con emoción y una eficacia narrativa excepcional. Sin perder de vista el humor. Mi amiga Eva encierra una enorme complejidad emocional y habla del miedo a envejecer, de la necesidad de sentir, de las inseguridades compartidas por tantos y de esa pulsión de mandar todo al diablo para empezar de nuevo. Lo hace con humor, ternura y mentira y verdad. Como aquella maravilla llamada Truman.

‘Mi amiga Eva’

Si alguien no ha visto Truman, aquel duelo perfecto de Javier Cámara y Ricardo Darín, que la busque ya por favor. La película, diez años después, mantiene intacto su discurso, tan descarnadamente actual. Cesc Gay es irregular, depende del guion (es muy buen guionista, como vimos en En la ciudad, hace más de dos décadas) y de los actores: si son buenos y están cómodos, él los optimiza como el que más. En Truman se salió, claro.

Gay puede contener una carga emocional enorme. Su nueva película, Mi amiga Eva, se adentra en las contradicciones de la madurez, el miedo al paso del tiempo y el vértigo de tomar decisiones que pueden cambiar una vida entera. Cuenta con un guion ágil, donde se nota la mano de Eduard Solá (Querer, La Virgen Roja) y una dirección elegante: el cineasta catalán entrega una comedia con tintes melancólicos que brilla gracias a la interpretación estelar de Nora Navas, convertida en el motor absoluto de una historia que resuena en cualquiera que haya sentido la tentación siquiera una vez de romper con todo. O sea, con todo Dios.

Cesc Gay en el rodaje de ‘Mi amiga Eva’

La premisa, de apariencia trivial, resulta más profunda de lo que parece. Eva, cerca de cumplir los cincuenta, viaja a Roma por motivos laborales. Allí, casi por azar, conoce a un argentino afable que despierta en ella un cosquilleo inesperado. Ese encuentro breve se convierte en el detonante de un terremoto personal. De regreso a Barcelona, Eva toma la decisión de abandonar a su marido y a sus dos hijos adolescentes. Lo hace sin explicaciones convincentes, recurriendo incluso a una mentira absurda: inventa una relación con un cocinero portugués que, para colmo, es homosexual. La mentira es tan endeble como efectiva, y le sirve para justificar su marcha. A partir de ese momento comienza una etapa marcada por las citas fallidas, las aventuras efímeras y la incertidumbre de alguien que, más que perseguir un hombre, persigue una emoción: volver a sentir lo que significa enamorarse.

La película podría caer en el cliché de la «crisis de los cincuenta», pero Gay se encarga de esquivar la caricatura. A través de diálogos ágiles, situaciones reconocibles y una puesta en escena naturalista, convierte lo cotidiano en universal. Veo a una mujer frágil e impulsiva, es decir, tremendamente humana. Eva es una persona corriente que, empujada por el azar, decide dar un giro radical a su vida.

Nora Navas sostiene el filme y dota a Eva de una vulnerabilidad que nunca resulta impostada. Sus silencios dicen tanto como sus palabras, y en cada gesto se percibe la mezcla de miedo, ilusión y desconcierto que atraviesa su personaje. No exagera ni subraya; simplemente se entrega a la cámara con una naturalidad apabullante. Es imposible no empatizar con ella, incluso cuando sus decisiones parecen incomprensibles.

El reparto secundario, habitual punto fuerte en la filmografía de Gay, acompaña con solvencia. Cada personaje, por pequeño que sea, aporta un matiz y un contrapunto al viaje emocional de Eva. No hay figuras decorativas ni meros comparsas. La comedia surge a menudo de esos encuentros laterales, como ocurre en una hilarante visita al ginecólogo en la que el humor se combina con la ternura.

Gay pone música que acompaña los paseos de Eva por las calles, los diálogos chispeantes y el tono ligero que esconde un trasfondo melancólico. La película también se permite una reflexión sobre el valor de la mentira. El director ha confesado que considera la mentira «una herramienta infravalorada», capaz de suavizar la dureza de ciertas verdades. En Mi amiga Eva, la gran falsedad que pronuncia la protagonista es una vía de escape. La mentira en el contexto del filme adquiere sentido: a veces, el engaño duele menos que la verdad desnuda. El azar es el motor de la trama. Un encuentro casual cambia el rumbo de la protagonista y la empuja a replantearse todo. Gay recuerda así que muchas de las decisiones que marcan una existencia surgen de un giro imprevisto, de un gesto mínimo que desencadena consecuencias irreversibles.

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